Carles Puigdemont ha sido la Espada de Damocles de la política catalana y española desde que huyó a Bélgica en noviembre de 2017. Durante los últimos cinco años se han producido sucesivos anuncios del regreso del ex president fugado ante cada ciclo electoral y cada fecha clave en el calendario político. Desde su regreso para ser investido en enero de 2018 -con manifestación de caretas de Puigdemont mediante por toda Cataluña- hasta la promesa de celebrar "en casa" sus 60 aniversario.
Puigdemont cumplió 60 años el pasado 29 de diciembre sin que se tengan noticias de su paso por Girona. Pero su abogado, Gonzalo Boye, se ha apresurado esta semana a anunciar de nuevo el regreso del líder independentista a lo largo de la próxima primavera.
No ahora, al calor de la reforma del Código Penal pactada por PSOE y ERC, sino a las puertas de las próximas elecciones municipales que Esquerra aspira a convertir en la confirmación de su papel como partido central de la política catalana.
Fuentes del Consell de la República (CxR) ponen en duda que en marzo o abril haya acabado la "batalla europea" en la que Puigdemont quiere garantizarse su inmunidad ante la justicia española. Pero en todo caso puede darse por finalizada la hibernación a la que él mismo se sometió formalmente el pasado verano, cuando renunció a la presidencia de JxCat para dar paso a la nueva dirección de Laura Borràs y Jordi Turull.
Capacidad de movilización
En los últimos días Puigdemont ha dejado claro que mantiene casi intacta su capacidad de incidencia en la política catalana con la convocatoria de una concentración contra la cumbre hispanofrancesa del próximo jueves en Barcelona. Fue el primero de lanzar públicamente el órdago, cuya bandera recogieron después entusiastas la ANC y Òmnium, incapaces en los últimos meses de concertar manifestaciones conjuntas.
Esta semana se verá si también mantiene la capacidad de movilización en una convocatoria harto difícil: jueves laborable a las 9 de la mañana. Pero de momento la convocatoria ya ha condicionado a su principal rival.
Esquerra se ha visto obligada a hacer juegos malabares para explicar su presencia simultánea en la cumbre y la manifestación. En la cumbre, con Pere Aragonés, coordinador nacional del partido, en calidad de presidente de la Generalitat; y en la manifestación, con Oriol Junqueras, presidente de la formación republicana.
La concentración, bajo el lema "Aquí no se ha acabado nada" pretende dar respuesta a la pretensión socialista de que los pactos con ERC han servido para desactivar al independentismo. "El procés ha muerto" no dejan de repetir desde el PSOE y el gobierno. Algo que sólo a servido para que Junts, ERC y la Cup vuelvan a compartir pancarta con promesas de unidad independentista.
Presión a ERC y el Gobierno
La concentración se dispone, así, a desmontar el discurso del Gobierno. "Ahora es momento de unidad y de que no haya ninguna grieta entre independentistas" advertía Antoni Castellà como portavoz del CxR que preside Puigdemont. "Esto es una provocación" añadía, que Puigdemont quiere aprovechar para volver a convertir al Gobierno, aunque lo presida Pedro Sánchez, en el enemigo común del independentismo.
"Queremos decirle bien claro a Sánchez que no se ha acabado nada, las operaciones de marketing no frenarán la voluntad del pueblo de Cataluña de autodeterminarse" añadía el presidente de Òmnium, Xavier Antich. Está por ver, sin embargo, si los convocados respetan esa voluntad unitaria cuando Junqueras haga acto de presencia en la convocatoria, vistos los abucheos sufridos por Carme Forcadell en la última manifestación del 1-O.
Regreso para las municipales
El horizonte, en todo caso, no es la cumbre hispanofrancesa sino las elecciones municipales. Puigdemont ha especulado -o permitido que se especule- con su regreso a las puertas de esos comicios. La simple posibilidad sirve para dar alas al sector más combativo de su partido, liderado por Borràs, al tiempo que puede dar al trastte con las expectativas generadas por Xavier Trias en Barcelona.
Pero Puigdemont no está pensando en el Ayuntamiento de Barcelona, sino en recuperar la Generalitat para los suyos. Para eso tiene que desactivar el proceso de acercamiento entre socialistas y republicanos, que ha convertido a PSC y ERC en partidos centrales de la política catalana. Y reactivar la confrontación con el Estado como eje aglutinador de un independentismo que confía en volver a plegar bajo su mando.
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