La detención de dos presuntos yihadistas en Almería la semana pasada por parte de la Policía Nacional presenta un nuevo paradigma en la lucha antiterrorista. Las primeras investigaciones permitieron a los agentes averiguar que ambos tenían previsto desplazarse hasta la zona del Sahel para enrolarse en las filas del Daesh tras realizar un juramento de lealtad a la organización.
El cóctel que presenta esta zona de África de pobreza, delincuencia, religión y rutas comerciales la convierten en una “tormenta perfecta” para que el radicalismo islámico pueda reproducirse. La caída del Estado Islámico en Siria e Irak supuso un duro golpe para las ambiciones yihadistas, que sin embargo no cesan en su empeño de la constitución de un califato universal.
El coronel del Ejército y analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), dependiente del Ministerio de Defensa, Pedro Sánchez Herráez, señala como punto de partida de la inestabilidad en la zona el año 2011, tras la caída de Libia. Entonces, grupos Tuareg aprovecharon para saquear el país de armas y desplazarse a Mali para montar un “estado independiente”.
Aquello desembocó en la Operación Serval, una intervención militar liderada por Francia para frenar el avance yihadista en la zona. Las guerras entre etnias, las luchas por el control de los recursos naturales y las rutas comerciales fue aprovechada por las sucursales de Al Qaeda y del Isis para infectar la zona con su discurso, alentado por monarquías de corte wahabista (la línea más extrema y rigurosa del islam) que tienen interés en que se expanda la yihad, según las fuentes de inteligencia consultadas.
La situación de pobreza y falta de expectativas unida a una demografía creciente son aprovechadas por los grupos terroristas para llegar a los más jóvenes, que se ven en una situación sin salida. “Su planteamiento es que están en esa situación por alejarse de Dios, por lo que la solución pasa por volver a él. Aprovechan una narrativa victimista para seducir a la población”, señala el coronel en conversación con esté periódico. “Unas de sus máximas es que si resisten, ganan”, explica Sánchez. En este sentido, el abandono de la misión internacional liderada por Estados Unidos de Afganistán les ayuda.
El Sahel está constituido por 10 países. Forma una franja con salidas al mar por las costas del oeste y del este. Una de las zonas más pobres del planeta donde la vida no vale nada y “por cuatro duros, una moto y un arma” te convencen para enrolarte, explica a este mediola analista del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, Marta Summers.
Su posición estratégica lo convierten en un enclave de rutas comerciales que trasladan todo tipo de productos a todo el globo. También drogas, personas, vehículos o armas. En los últimos años se han instalados grandes laboratorios de drogas, por lo que a Europa ya están llegando desde el continente africano. “Para que el niño bien de Amsterdam o Ibiza consuma, otro niño tiene que pegar tiros en el Sahel”, resume una de las fuentes.
Los yihadistas aprovechan estas rutas, de las que se encargan los líderes y poblaciones locales, para dar seguridad ante los “bandidos” que trafican con la finalidad de ganarse su confianza, lo que termina por darle un aura de buenismo a los terroristas.
¿Nuevo califato?
¿Hay riesgo de vivir una situación parecida a la ocurrida entre 2014 y 2018, cuando miles de hombres y mujeres partieron desde Europa a Siria encandilados por los cantos de sirena del Estado Islámico? Las fuentes consultadas creen que no. Tanto desde las unidades de información de la Policía y la Guardia Civil coinciden en que la situación y el lugar distan mucho de lo ocurrido en la década pasada.
Los dos individuos detenidos en Almería son casos aislados. Aunque en algunos casos bajo seguimiento policial “se comenta que pueden tener interés”, la capacidad para realizar estos desplazamientos o la voluntad real de llevarlos a cabo no es algo que se haya detectado.
Para recordar un precedente hay que remontarse a 2014, cuando la Policía Nacional desarticuló en Melilla una red de seis personas que envió a 26 terroristas (dos españoles, uno de ellos militar) hasta Mali para “adiestrar combatientes”, concretamente al grupo Mujao.
“El Estado Islámico tenía mucho atractivo por lo que simbolizaba la históricamente la zona, un lugar donde sí hubo un califato siglos atrás. Además había una cierta riqueza de la que se podía disfrutar. La idea de vivir en lugares como Mali o Níger, países entre los más pobres del mundo, no es muy atractiva”, señalan desde el Instituto Armado.
Los grupos radciales afincados en la zona, grupúsculos muy separados y enfrentados en ocasiones entre sí, no requieren del llamamiento de fieles que se enrolen en sus filas. La pobreza y la desilusión abundan en estos países, por lo que se puede decir que esa mano de obra ya la tienen.
Desde Europa, afirman las personas entrevistadas, tampoco se han detectado intentos de pasar al Sahel. Sin embargo no se puede quitar un ojo de la situación que allí se vive. “Es nuestra frontera avanzada”, comenta una fuente de inteligencia.
La Guardia Civil, clave
“España participa en todas las misiones de la Unión Europea en el Sahel”, recuerda el coronel Sánchez. La colaboración y participación del Ejército, pero sobre todo también de la Guardia Civil, es fundamental para que estos países, muchos fallidos donde el Estado no tiene apenas presencia, puedan crear unidades tanto militares como policiales para parar los pies a los grupos yihadistas.
“La clave de la Guardia Civil es que es un cuerpo militar con implicación civil y que saben lo que es el terrorismo”. Esta afirmación parte de la citada fuente relacionada con los servicios secretos, pero es compartida en el seno de la Benemérita. “Desgraciadamente así es”. Los agentes lideran una de las principales operaciones en el terreno para formar nuevas unidades locales, la GAR-SI SAHEL, en colaboración con Francia, Italia y Portugal.
Hasta el momento se han formado a más de 1.700 gendarmes. El objetivo de este proyecto es la creación de unidades policiales en cada uno de los países que integran el G5 Sahel (Mauritania, Burkina Faso, Mali, Níger), además de Senegal, para garantizar la estabilidad en la zona y control del territorio, y la lucha contra la criminalidad organizada, incluido el terrorismo. Se crean unidades allí donde no las hay, instruyendo en “tareas policiales, no militares”. Son policías con gran implantación en zonas urbanas y rurales, en un contexto de “relativa calma”.
En un nivel más avanzado, la Guardia Civil también lidera el proyecto “CT Public Spaces”. Se desarrolla en Ghana, Kenia y Senegal y está orientada a la gestión de la seguridad “en espacios abiertos donde hay concentraciones de grandes masas de gente”. Aquí el objetivo no es crear unidades, si no capacitarlas en materia de seguridad, inteligencia e información.
Uno de los problemas, explica la analista Marta Summers, es cómo llegar a las autoridades locales y a sus ciudadanos sin que las misiones internacionales sean vistas como nuevas formas de colonialismo o paternalistas. La formación en derechos humanos es otra de las claves, “Europa no quiere formar militares para que luego actúen como mercenarios”.
Ese es otro punto caliente. La llegada de Rusia al continente, de la mano de los paramilitares Wagner Group, ha paralizado las operaciones occidentales. “La relación histórica de Mali con Francia, y ver que no han acabado con el yihadismo les ha llevado a llamarles. Además, Europa pide derechos humanos, democracia o acabar con la corrupción entre otras cosas. Rusia no pide nada, sólo llevarse los recursos naturales”, apunta Summers.
Vecinos del sur
“Marruecos y Argelia han funcionado como tapón expulsando a terroristas del Magreb”, explican desde la Guardia Civil. La colaboración de España con las autoridades de ambos países es crucial para que no lleguen a la península “elementos desestabilizadores”. “Si a nuestros vecinos les va mal, a nosotros nos irá mal”. Otras fuentes sugieren que la presencia española en el Sahel puede ser una oportunidad, y que una forma de conseguirlo podría ser la de llevar más tropas a estos países, como las que el Ejército tiene desplegadas en el Líbano.
España ha tenido que hacer encaje de bolillos para contentar a ambos vecinos en los últimos años, históricamente enfrentados. Tras acoger al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, para tratarse de coronavirus en La Rioja sin comunicárselo a Marruecos, el presidente Pedro Sánchez tuvo que calmar la ira alauita. El Gobierno decidió dar un giro de 180 grados en su posición sobre el Sáhara Occidental (aliado de Argelia) y aceptó la soberanía del reino de Mohamed VI sobre ese territorio. Por el camino llegó la crisis migratoria de Melilla y el espionaje con el programa Pegasus.
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