Desde que Donald Trump anunció su candidatura a la Presidencia el pasado 15 de noviembre para presentarse por tercera vez a las elecciones presidenciales, la política estadounidense vive con el interrogante sobre si el magnate populista será capaz de mantener su enorme influencia sobre el Partido Republicano, o si a diferencia del proceso de primarias de 2016, surgirá una alternativa lo suficientemente potente para pararle los pies. Aunque todavía falta un año para que arranquen las primarias republicanas –en los tradicionales caucus de Iowa de febrero-, los movimientos entre bastidores no han hecho más que comenzar e irán intensificándose durante todo el año 2023, puesto que las campañas electorales en EEUU, especialmente las presidenciales, requieren de una larga preparación en términos de organización y financiación.
No es ningún secreto a voces que no había grandes dosis de alegría en la residencia de Mar-a-Lago cuando Trump reveló sus intenciones: el plan original consistía en una victoria arrolladora de los republicanos en las elecciones de medio mandato de noviembre – impulsada por candidatos apoyados por Trump en estados clave- y aprovechar ese impulso para erigirse como la única fuerza visible capaz de movilizar y ganar elecciones, unificando la base republicana tradicional y atrayendo nuevos votantes blancos con bajo nivel educativo (la coalición electoral que le hizo presidente por la mínima en 2016).
Por el contrario, los republicanos consiguieron una mayoría exigua en la Cámara de Representantes (222 congresistas republicanos contra 213 demócratas) y fueron incapaces de hacerse con el control del Senado, en parte por la derrota de candidatos apoyados por Trump en estados clave como Pennsylvania, Nevada, Georgia y Arizona. La combinación de unos resultados decepciones con el hecho que buena parte se atribuya al radicalismo de estos candidatos en estados necesarios para hacerse con el control del Senado, o una mayoría más holgada en la Cámara, ha provocado la aparición de muchas dudas sobre la viabilidad de una tercera candidatura de Trump.
Todas las esperanzas parecen estar puestas en el gobernador de Florida, Ron DeSantis y precisamente, ya han comenzado a aparecer los primeros PAC a su favor (Political action committee), organizaciones que sirven para canalizar las donaciones a las campañas electorales, cruciales para poder emitir anuncios televisivos y aumentar la visibilidad del candidato en cuestión, o dañar al rival.
Las encuestas son claras en apuntar que DeSantis es el único con capacidad para plantarse ante Trump: según el sondeo The Economist/YouGov realizado entre el 14 y el 17 de enero, el 44% de los que se consideran republicanos o independientes cercanos a republicanos votarían en primarias por el expresidente, mientras que un 29% lo harían por el gobernador de Florida. Llama la atención como DeSantis atrae a aquellos votantes con rentas superiores a los 50.000 dólares (40% votarían por él), mientras que Trump lo hace entre los más pobres (51%), entre quienes se consideran de ideología conservadora (46%) o residentes en zonas rurales (47%).
Estos datos hacen entrever que Trump puede ser más competitivo en aquellas primarias celebradas en estados del Rust Belt, donde su mensaje nacionalista populista (antiinmigración o reactivo a la política comercial de las últimas décadas) caló bien en 2016 y 2020. Por el contrario, DeSantis tiene más posibilidades de penetrar en aquellos estados donde el votante republicano dispone de mayores niveles de bienestar económico y especialmente, con la nueva oleada de hispanos republicanos, que impulsaron su reciente victoria en Florida (el 58% de los latinos del estado votaron por el gobernador).
La clave está en el comportamiento del votante evangélico, cuyo peso en los estados del sur es decisivo"
Sin lugar a dudas, la clave estará el comportamiento del votante evangélico, cuyo peso en el electorado republicano de los estados del sur es decisivo (el conocido como Bible Belt), al que Trump supo convencer en 2016 y que explica cómo consiguió sus primeras victorias del proceso, en las primarias de Carolina del Sur, Alabama, Georgia o Arkansas. Sin ese segmento del electorado, muy conservador y sensible a las políticas sociales y culturales, cualquier candidatura republicana está destinada al naufragio, de la misma manera que Joe Biden no se sentaría hoy en el Despacho Oval sin el respaldo masivo del votante afroamericano en las primarias demócratas de 2020.
A diferencia de Trump, cuyo mensaje está enfocado en una mezcla de populismo nativista y proteccionismo económico, junto con una deriva cada vez más cercana a la teoría de la conspiración en relación a la derrota en las elecciones de 2020, DeSantis ha moldeado su figura alrededor de las batallas culturales contra el sector más izquierda del Partido Demócrata y lo que se conoce como la cultura woke: en lugar de enfangarse en la discusión sobre si Trump perdió ilegítimamente las elecciones (y la conexión que eso lleva al asalto del Capitolio de enero del 2021), el gobernador republicano ha apostado por hacer la guerra en aquellas cuestiones sociales donde sabe que puede atraer el apoyo no solamente de republicanos, sino también de votantes moderados. Un ejemplo de ello lo tenemos en la ley que prohíbe enseñar materias de diversidad sexual en las escuelas o su cruzada contra la enseñanza de la teoría crítica sobre la raza.
En definitiva, nada asegura que Trump lo tenga de cara en las próximas primarias, dada la delicada situación política en la que ha quedado el GOP tras las elecciones de medio mandato, los problemas judiciales que le envuelven y la apariencia que (ahora sí) hay una alternativa lo suficientemente sólida para disputarle la nominación.
Su éxito dependerá en buena medida de si es capaz de mantener la misma coalición de votantes que consiguió en 2016 y especialmente, si hay mucha diversidad de candidatos: cuanta más división haya en la alternativa a Trump, más fácil lo tendrá para alzarse con el mayor número de delegados, lo que ya sucedió hace siete años. La división del voto entre Ted Cruz, Marco Rubio y John Kasich facilitó al magnate la victoria en estados con solamente entre el 30% o 40% de los votos, muchos de los cuales (a diferencia de lo que sucede en las primarias demócratas) otorgan al ganador directamente todos los delegados atribuidos a ese estado, sin repartirse proporcionalmente entre todos los contendientes.
Tian Baena es politólogo.
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