Era la última página. La sección ‘Pasatiempos’ en aquel noviembre de 2002 incluía fotos de terroristas y políticos nacionalistas junto a imágenes de Tamara Seisdedos –la cantante vasca del “No cambié, no cambié…-, Gadafi y un encapuchado. La fotografía principal estaba dedicada a ‘Josu Ternera’ “y uno de sus terneritos’” durante un homenaje que le brindaron “por sus méritos de guerra”. En otro de los apartados se pregunta al lector qué libro hubiera pedido por Navidades Arnaldo Otegi si fuera un niño: “A) ‘Dónde viven los monstruos’ B) Tira de la Cadena C) ‘El libro de los secretos”. La sección de entretenimiento culmina con un “¿En qué se parecen ‘Txapote’ y el Chapapote?”.
Aquel mes la revista también tuvo que ser impresa en Madrid, lejos de Euskadi. Ninguna imprenta quería implicarse, significarse. Las indicaciones eran claras. Los cientos de ejemplares debían ser enviados bajo suscripción y con discreción, en sobres blancos sin pista alguna de que en su interior había un número de ‘Hasta aquí’, la revista de ‘¡Basta ya!’ que durante cinco años se enfrentó a ETA y su entorno mediante artículos, editoriales… y humor.
Uno de los encargados de editar aquel número era José Mari Alemán. Ya se había repuesto de los primeros miedos y de la angustia de los intentos por matarle. Los miedos irrumpieron cuando vio empapelada la Parte Vieja de San Sebastián con uno de sus artículos en contra del entorno etarra. Después llegó la carta amenazadora que alguien escribió a máquina y depositó en su buzón: “Si al cabo de unos meses no ha abandonado Euskal Herria, aténgase a las consecuencias. Lo va a pagar muy caro, ¡fascista!”. Tiempo después llegó el susto casi mortal. Un bidón lleno de gasolina, con una mecha unida a un cigarrillo encendido a modo de cuenta atrás, debía hacerle saltar a él y su entorno por los aires. Falló. Ahora lo recuerda con humor, “fue una chapuza”, asegura.
Reírse le salvo, a él y otros muchos, de hundirse en un pozo de angustia. Fue una vía de escape para tomar oxígeno en la ansiedad que provoca la amenaza y para armarse de valor suficiente como para plantar cara a la intolerancia de manera pública.
'Sobrevivir para reírse de ellos'
En la historia reciente del terrorismo etarra el humor se ha convertido en muchos casos en una forma de cuestionar al terror, hacerle frente y deslegitimarlo. El filósofo vasco Fernando Savater recuerda que en aquellos tiempos de amenaza tan sólo querían “sobrevivir a los terroristas para luego reírnos de ellos”. Lo citaba esta semana Fernando Aramburu, quien también ha recurrido al humor y el sarcasmo para cuestionar el terrorismo etarra. Lo ha hecho en su última novela, ‘Hijos de la fábula’, donde relata el despropósito de dos jóvenes inexpertos y sin apoyos ni estructura están empeñados en ser etarras cuando la banda ya ha anunciado el cese de su actividad terrorista.
Sin duda el referente del empleo del humor como herramienta de escape en un contexto de violencia social permanente fue ‘Vaya Semanita’. Aquel programa emitido durante una década en la televisión pública vasca rompió tabúes, silencios y miedos para hablar a tumba abierta de lo que hasta entonces sólo era tema de conversación, risa o cuestionamiento entre amigos o familia. La sátira y burla de ETA y su entorno salió a la calle entrando en todos los hogares vascos sin miedo.
La idea de ridiculizar el terrorismo, la ‘kale borroka’ o los posicionamientos políticos en torno a ella, en 2003 era aún adentrarse en un suelo resbaladizo. “No lo pensamos, quizá tuvimos el punto de inconsciencia que te dan los 25 años de no preguntar si podíamos hacerlo o no. No creo que fuimos valientes. Valiente es el que valora el peligro y lo hace. No fue nuestro caso. Diría que más bien fuimos imprudentes y afortunadamente salió bien”, asegura a El Independiente Diego San José, coordinador de guion de ‘Vaya Semanita’.
Defiende el humor como un modo de acercarse a lo que produce miedo y genera temor, “es al menos lo que yo he hecho siempre, desde pequeño, emplear los chistes y las bromas siempre ha sido mi forma de abordar lo que me provoca miedo”. San José tiene claro que, en el caso del terrorismo, la línea que no se podía traspasar la marcaba el sentido común, “que es el que te permite actuar sin necesidad de reflexionarlo”: “Es lo que te lleva de modo automático a saber dónde hay que hace mella con un chiste y dónde hace daño. En ‘Vaya Semanita’ nunca se hizo un chiste de una víctima, una persona amenazada ni contra un profesor que se tuviera que haberse marchado fuera a dar clases. Era algo obvio, no hubo que reflexionarlo”.
No aumentar el sufrimiento de las víctimas
José Mari Alemán también enarbola el valor reparador del humor en situaciones como las que vivió la sociedad vasca y él en particular. “Es una forma de defensa. En lugar de ir llorando a ETA para pedirle que te dejase de amenazar, de matar, hacías humor con todo eso. Con ETA lo hacíamos mucho, había demasiadas situaciones ridículas en ese mundo como para no reírse de ellos”. Tomar la amenaza, real y palpable, con ironía “es una forma de escapar del miedo, de esconderte de ella y te ayudaba a estar más tranquilo”, recuerda.
Pero el humor no siempre es bien aceptado por todos. El origen puede llegar a ser determinante. Alemán recuerda cómo le provocaba mucha sorpresa que en los casos en los que se hacía humor ridiculizando a ETA desde ámbitos que no estaban posicionados políticamente “se aceptaba muy bien por todo el mundo”: “En cambio, yo notaba que cuando ese mismo humor procedía de colectivos como el mío, no era tan aceptado. Yo en los años 80 hacía ese humor en revistas de izquierda y no pasaba nada. En cuanto me metí en ‘Basta Ya!’ la cosa cambió”.
El escrito Fernando Aramburu abordó con profundidad el impacto del terrorismo de ETA en ‘Patria’. Ahora lo hace de un modo diferente y con el humor como un elemento esencial en ‘Hijos de la fábula’. “Es un humor satírico que intenta deslegitimar el uso de la violencia”, asegura a este diario. Señala cómo a la hora de afrontar este nuevo trabajo tenía claro que las víctimas debían quedar fuera, “lo que me permitió tener las manos más libres a la hora de escribir”: “Si aparecen las víctimas corremos el riesgo de aumentar su sufrimiento y eso no puede ser, yo esa línea roja no la traspasaría jamás”.
El humor con la violencia etarra como argumento existió incluso antes de que explotará el fenómeno de ‘Vaya Semanita’ en la televisión pública vasca. Publicaciones minoritarias, en muchos casos de ideología de izquierda o revistas como TMEO, de Vitoria, recurrieron a ello en muchas ocasiones: “Hasta entonces era algo que estaba en la calle pero en círculos reducidos. Con el salto a la televisión lo que sucedió es que fue algo compartido de modo mayoritario, ya no era un humor dicho a escondidas sino de modo mayoritario”, recuerda el guionista de ‘Vaya Semanita’.
Romper un tabú
San José asegura que inicialmente no estaba previsto abordar esta temática, ni siquiera la política, con tanto peso en la sociedad vasca. Sin embargo, los malos resultados de audiencia en los primeros programas y la amenaza de retirar el programa les llevó a probar con la política y la violencia como argumento. Funcionó. “Éramos un equipo de cinco personas que habíamos vivido en los 80 y 90. Tarde o temprano esos temas hubieran salido. Todo eso ha formado parte de nuestra cultura, nuestra educación emocional, los tabúes, los lugares en los que no se podía hablar... Todo eso genera unos miedos y preocupaciones que era cuestión de tiempo que salieran a través del humor”.
Pese al impacto inicial, San José asegura que nunca nadie les dijo nada ni se les censuró nada, “no al menos en los años que yo estuve”. Reitera que todos tenían claro que el límite lo marcaba la idea “que te tiene que salir de modo natural, que no es otra que los chistes vayan hacia la diana correcta y no a la equivocada, la de la gente que ya estaba sufriendo”. Afirma que una de las claves de su éxito es que, de algún u otro modo, todos sintieron como propio aquel programa, “no tenía la bilis política de otros programas, no estaba hecho desde la rabia ni la exclusión o el revanchismo”.
La sociedad de comienzos de los años 2000 no era la misma que la actual. Dos décadas después ETA ya no existe y Euskadi vive inmersa en un proceso de memoria y convivencia. San José considera que hoy el humor y la comedia tendrían una utilidad diferente, “más orientado a afianzar el relato de lo que ocurrió, ahora la perspectiva te aporta matices que quizá entonces no veías”.
En los últimos años, experiencias similares se han ido sucediendo. Éxitos como ‘Ocho apellidos vascos’, donde la violencia y el entorno de ETA estaba muy presente, o películas más recientes como ‘Fe de etarras’, son muestra de ello. Más recientemente, la producción audiovisual ha apostado más por historias documentales, que profundizan en la historia sobre la dureza de lo sucedido, en una suerte de pulso por contrarrestar intentos por falsear relatos.
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