Es una crónica minuciosa, un relato detallado de lo que se vio y lo que se intentó ocultar. Un periodo en los que una brasa mal apagada terminó convirtiéndose en un incendio descontrolado. La historia del ‘procés’ en Cataluña alcanzó su punto de ebullición el 1 de octubre de 2017 pero comenzó a calentarse una década antes y aún no se ha enfriado del todo. Su origen, su desarrollo y sus consecuencias las aborda la periodista Pilar Urbano en ‘El Alzamiento. Crónica de la manipulación de un pueblo’ (Editorial Planeta) en el que relata la trastienda de la relación y convivencia política entre Cataluña y España de los últimos casi cuatro lustros. Un trabajo que dedica a “todos los que han descubierto que convivir con quienes piensan distinto, sienten distinto, son distintos, amplía la mente y enriquece el espíritu”.
La autora define el ‘procés’ como “el delirio de una quimera” o el viaje a ninguna parte de la sociedad y “a la cárcel” o “al incierto estado de ‘búsqueda y captura’ que tunearon con la vitola de ‘exilio’” de algunos de sus protagonistas. El 1-O fue el final de un elaborado plan, trabajado con detalle y que, pese a su evidente fracaso, hoy el independentismo atesora como una suerte de valioso ensayo general. Urbano no duda de que los actuales líderes no lo volverán a intentar, pero quizá los “jóvenes alborozados” que aquella jornada acudieron a votar: “Ya han hecho las pruebas, el ensayo general. Me atrevo a decir que no será esta generación, pero quizá la inmediata la que lo vuelva a intentar. Ortega y Gasset decía que el tema catalán no es remediable es conllevable”.
Para Urbano, una de las partes más complejas del proceso soberanista pervive en forma de suelo argumental, estratégico y pragmático. Recuerda cómo el ‘libro blanco’ del ‘procés’ cuenta con 28 tomos en los que se detallan cómo se construiría la futura República catalana, una estructura de Estado articulado que abarca “desde la creación de un pequeño ejército a la producción de paracetamol”.
El inicio de la ruta lo sitúa el 31 de julio de 2006 con la aprobación en referéndum de un Estatut “con pretensiones de Constitución” y recurrido después por el Gobierno y corregido parcialmente en su articulado por el Tribunal Constitucional: “Han hecho tres reformas del estatuto, tres modelos de Constitución. Han invertido mucho dinero y tiempo de juristas y constitucionalistas para hacer las leyes de transitoriedad hacia la República. Todo eso lo siguen teniendo. Jugaban en serio a construir un Estado independiente y no creo que ahora eso haya cambiado radicalmente. Los que eran radicales siguen siéndolo”.
Zonas impenetrables
Han pasado más de cinco años desde aquel referéndum ilegal. En este tiempo la herida en la relación entre España y Cataluña no parece haber sanado, pero sí se ha anestesiado fruto de las necesidades políticas. Urbano subraya que en la actualidad el sentimiento del independentismo catalán es el de quien “no cree que esa herida se la hayan hecho a sí mismos”: “Ellos siguen esperando a que los demás se la curemos”. Reitera que el sentimiento de “agravio” con España está aún muy presente en amplios sectores de la sociedad catalana, “sienten que no son tratados como merecen pese al peso que tienen en el PIB del 20%”.
En la cronología de cómo se fraguó aquel proceso, la veterana periodista apunta que aún existen aspectos rodeados de penumbra y pendientes de ser conocidos en su totalidad. “Pienso que aún hay zonas impenetrables”. Cita algunos episodios que relata en ‘El alzamiento’ y que considera que no se han esclarecido del todo. “El juego de los rusos con los catalanes” es una de ellas. En conversación con ‘El Independiente’, la autora detalla cómo el 26 de octubre de 2017, en víspera de la declaración de independencia, una delegación enviada por Putin se reunió con Puigdemont en su despacho, en presencia de la consellera Elsa Artadi. En aquel encuentro el gobierno ruso les habría ofrecido apoyarles con hasta 10.000 soldados equipados de armamento, ayuda financiera entre 200 y 300 millones de euros y provisión energética. A cambio, Cataluña debería permitir que establecieran una plataforma de criptomonedas en Cataluña “que hiciera tambalearse el sistema económico europeo” y aprovechar el ‘procés para “infiltrarse en territorio OTAN”: “Eso ha quedado paralizado, no hubo respuesta de Puigdemont. La propuesta no ha salido ahora pero podría salir pasado mañana”.
También se refiere a que no se conoce del todo la negociación que se mantuvo en tiempos de Artur Mas y Mariano Rajoy en los que, además de la Agencia Tributaria catalana se reclamó la ampliación del aeropuerto de El Prat. “Entonces se pensó que pedían ampliar una pista o las instalaciones Dutty Free de Aena. Pero no, ellos pedían eso y el control de las torres de control. De algún modo, reclamaban la soberanía aérea. El tema estaba muy cuajado y escrito en ese ‘libro blanco’ de 28 tomos”.
"Tras casualidades sospechosas"
En la lista de sombras, Urbano hace referencia a las “tres casualidades sospechosas” y fatídicas que se produjeron en noviembre de 2017. Aquel mes murieron tres magistrados en activo relacionados directamente con la investigación del procés: el día 4 muere Juan Antonio Ramírez Sunyer, el 18 fallece Juan Antonio Maza en Argentina y sólo nueve días después José María Romero de Tejada, fiscal superior del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Recuerda que, pese a sus dolencias, quienes les conocían coincidieron en afirmar que “no estaban para morir”: “Son extrañas coincidencias”.
El ‘proces’ se ha convertido ya en un capítulo convulso de la historia reciente de España y Cataluña. Episodios como los plenos del 6 y 7 de septiembre de 2017 del Parlament, con una cámara enfrentada como nunca antes, que aprobó la ‘ley del referéndum’ y la ‘ley de Transitoriedad jurídica’ que precederían al 1-0. Un relato en el que sus principales protagonistas quedarán retratados para la Historia de distinto modo, según Urbano.
En su opinión, Carles Puigdemont será recordado “como un traidor” y un “oportunista de la vida, un simple bachiller espabilado”: “Él fue presidente sin pasar por las urnas, a través de un mensaje de whatsapp enviado por Mas y en el que le instaba a que si salía su nombre para sustituirle dijera que sí. Él contestó con un ‘vale’ y así pasó a ser presidente”.
Sobre Artur Mas recuerda que en realidad “no era independentista”. Afirma que hasta los 44 años se llamaba “Arturo” y que su ascenso a la Generalitat se produjo por el impulso de la familia Pujol, “su padre fue el testaferro de todas las cuentas en Suiza de los Pujol y por eso Marta Ferrusola lo mimó”: “Más era un ‘burguesito’. Sabía vestir el cargo, cosa buena, lo malo era que el cargo lo vestía a él. No tenía ni el carácter ni el sexto sentido que tiene que tener un gobernante. Más se adjunta con quien sea con tal de llegar al poder, por eso hizo la mezcla imposible de agua y aceite con Junqueras”.
Junqueras, el "auténtico líder"
La historia recordará a Junqueras, según Urbano, “como el verdadero y auténtico líder de la independencia y lo será hasta que se muera”. Asegura que ha demostrado “autóritas personal”: “Nunca fue un tipo manejable, sabía a dónde quería ir y cómo, tenía dotes de mando, neuronas de estratega, destreza navajera, que sólo usaba in extremis, y una larga aptitud para la paciencia”.
En la lista de figuras clave incluye al antiguo activista de Terra Lliure, Xavier Vendrell, “que abjuró de la lucha armada” y que supo moverse “sin dejar trazo”: “Fue una pieza esencial, trabajó en la sombra. Sin su participación no se entendería esa épica política ni el referéndum del 1 de octubre de 2017”. También el juez Carles Viver irrumpe como un protagonista esencial. Como exmiembro del Tribunal Constitucional, Puigdemont le asignó la responsabilidad de ser “el piloto jurídico, el cerebro y coordinador de la Constitución de la futura República”, apunta Urbano.
Respecto al papel de Mariano Rajoy, Urbano afirma del expresidente del Gobierno que su decisión de recurrir el Estatut o de negarle en 2012 la Hacienda tributaria a Cataluña que cinco años sí ofreció, “fue políticamente imprudente”: “Los ciudadanos lo sintieron como otro golpe bajo de hostilidad. La decisión era jurídicamente legítima, pero políticamente imprudente y, dadas las funestas consecuencias que provocó, un error miope sin paliativos”.
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