Fue el final de una representación, el último capítulo de una historia de dolor cuya herida aún está lejos de sanar. Tuvo lugar hace justo cinco años en la localidad vascofrancesa de Cambo. ‘Villa Arnaga’, la casona de estilo ‘neovasco’ y su amplio jardín botánico, sería el bucólico lugar elegido por ETA y su entorno para escenificar como concesión de la banda lo que en realidad era su claudicación y derrota, su final. Ningún gobierno quiso asistir a ese momento que cerraba seis décadas de la historia de la organización terrorista. Habían pasado casi siete años de ninguneo del ofrecimiento del Ejecutivo de Urkullu como testigo del desarme etarra, de intentos frustrados por sentar al Gobierno de Rajoy para negociar el final de la banda a cambio de cesiones a sus presos y de mediación a la desesperada y a última hora con la Administración francesa para acabar con una singular entrega de zulos y armas apenas un año antes en Bayona.
Aquella mañana soleada de Cambo fue un ir y venir de representantes de organismos e instituciones internacionales, de ‘verificadores’ que habían estado durante décadas ajenos a la violencia en Euskadi y ahora irrumpían convertidos en garantes del final de ETA. La víspera, dos de sus máximos exponentes, Josu Urrutikoetxea, alias ‘Josu Ternera’, y Soledad Iparragirre, ‘Anboto’, hicieron pública la lectura de su último comunicado: “ETA nació, surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él”. Fue la primera de las muchas mentiras que siguieron a la disolución que hoy cumple un lustro.
En ‘Villa Arnaga’ las víctimas y el perdón no estuvieron presentes. Apenas breves referencias, pero sin compromisos ni reparación. En aquel rimbombante “Encuentro Internacional para avanzar en la resolución del conflicto en el País Vasco”, controlado y diseñado por el entorno de la izquierda abertzale, no participaron ni las asociaciones de víctimas, ni la sociedad vasca, navarra y española en su conjunto, -las principales damnificadas de la violencia etarra-. Sus gobiernos optaron por ausentarse, desengañadas por la actitud de la dirección de la banda.
Los testigos ante los que ETA selló su desaparición vinieron de muy lejos. A la mayoría apenas se les había escuchado a lo largo de los 60 años de historia de la banda: Jonathan Powell, exasesor de Tony Blair, Michel Camdessus, en representación del exsecretario general de la ONU, Koffu Anan, Brian Currin, miembro del Grupo Internacional de Contacto, el exlíder del Sinn Féin, Gerry Adams, el expresidente de Irlanda, Bertie Aher...
Las víctimas, las grandes olvidadas
La declaración final de aquella suerte de ‘cumbre de paz’ fue toda una declaración de intenciones de quienes la impulsaron. La prioridad del manifiesto se situaba en resolver el que aparecía como principal lastre y una de las urgencias a abordar en el periodo postETA que se iniciaba: la situación de los “presos políticos”. Los intentos explorados con los gobiernos central y vasco para condicionar la disolución –que se demoró casi siete años desde el anuncio del “cese de la actividad armada” proclamado el 20 de octubre de 2011- con alguna compensación en forma de acercamiento de los presos de la banda habían fracasado. Por eso en Cambo se volvía a priorizar la situación de los presos por delante de la de sus víctimas.
Hoy, cinco años después, la izquierda abertzale ha logrado que culminara aquella reclamación casi unánime de los presentes en ‘Villa Arnaga’. El final de la dispersión de los presos de ETA es ya una realidad. En cambio, la situación de las víctimas de ETA, apenas ha avanzado en estos años.
En otro de los puntos de la declaración se apelaba a la necesidad de iniciar un camino de reconciliación y reparación de las “heridas profundas que perduran” y brindar asistencia a “todas las víctimas”. El esclarecimiento de los más de 300 crímenes de ETA apenas ha avanzado desde la declaración del 4 de mayo de 2018. El entorno de la banda no ha dado pasos para favorecer ese esclarecimiento, “ni arrepentimiento ni delación”, proclamó el colectivo de presos, el EPPK, como líneas rojas para todos los presos de ETA. Y así sigue.
La izquierda abertzale tampoco ha dado grandes pasos en su compromiso por la reconciliación que enarboló en Cambo. Declaraciones posteriores como las de Aiete, en las que aseguró que el dolor generado por ETA “nunca debió haberse producido” o que colaboraría para repararlo, no se ha traducido en hechos tangibles. Cinco años después, ni siquiera proclama abiertamente que “matar estuvo mal”, como ayer mismo volvió a reclamarle el lehendakari Urkullu. Su entorno ha continuado reconociendo “la lucha” de los presos. Lo ha hecho hasta hace poco con ‘Ongi etorris’ a los internos a la salida de prisión, con actos de recuerdo o con actos de homenaje.
Los "presos políticos" y el "conflicto"
En 'Villa Arnaga' la violencia terrorista se presentó y proclamó como fruto de “un conflicto”, de un enfrentamiento entre dos partes de la sociedad. La víspera el propio ‘Josu Ternera’ aseguraba en el último comunicado de la banda, que ETA nació “cuando Euskal Herria agonizaba, ahogada por las garras del franquismo”. Un origen que ignora que el 95% de los crímenes se produjeron ya en democracia o que durante años la sociedad vasca y española se movilizó para exigir su desaparición y ETA desoyó al ‘pueblo’ del que dijo haber nacido.
En Arnaga se dio una “calurosa bienvenida” al mundo de ETA por abandonar el uso de la violencia. Más aún, impulsores de la declaración como Jerry Adams apelaron al modo en el que la banda llevó a cabo su final como algo “ejemplar” y que podría servir de referente para otros conflictos como el palestino, el de Sudan del Sur o el de Yemen. Las palabras de Koffi Anan leídas en el acto aseguraban que ese día debería ser celebrado “en toda Europa”, no en vano la desaparición de ETA suponía la disolución de la última banda terrorista del Viejo Continente.
Hoy en no pocos sectores de la sociedad vasca los presos de ETA son “presos políticos” y lo ocurrido fue un “conflicto”. Sus medios afines dan voz a algunos de los fundadores de ETA para celebrar este aniversario de disolución convertido en “el final de un ciclo” y los dirigentes de EH Bildu optan por guardar silencio. La desmemoria hacia las víctimas no hace sino agudizarse sin el esclarecimiento ni colaboración para ello de los cientos de asesinatos sin resolver.
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