Durante siglos han sido el arma más temida. Unos la han empleado para atacar, otros para defenderse. Está compuesta de letras, tinta y papel. Permite conformar mensajes, ideas y proclamas. Los libros han sido pasto del fuego de quienes los han prohibido y objeto preciado para quienes los han buscado sorteando vetos, censura y prohibiciones. Han permito expresarse, han contribuido a hacer pensar y aún hoy son estandarte de libertad en peligro en no pocos rincones del planeta. La ‘bibliofobia’ es un mal que ha perdurado desde tiempos antiguos. Existía en el Antiguo Egipto y en la Alemania Nazi. También durante el Franquismo o incluso en la democracia de nuestro país.
Esta semana se han cumplido 90 años de uno de los episodios contemporáneos más recordados, la quema de libros ‘antialemanes’ protagonizada por las juventudes Hitlerianas el 10 de mayo de 1933. Aquellas pilas de fuego armadas con libros arrebatados de escaparates y estantes se convertirían en el precedente de la intolerancia que llegaría a su expresión más extrema en la Segunda Guerra Mundial.
Los historiadores Gaizka Fernández de Soldevilla y Juan Francisco López Pérez han intentado documentar la historia reciente de este episodio de intolerancia en España. Lo han hecho en ‘Allí donde se queman libros’ (Editorial Tecnos). La hemeroteca recoge cientos de ataques, de escaparates de librerías destrozados, de interiores incendiados. Fue una escena repetida más de lo que se recuerda, en particular durante la década de los años 70. Durante esos años los ataques a librerías y autores fueron un punto de encuentro entre polos opuestos, entre el Franquismo y el mundo de ETA.
Librar esa guerra cultural nunca fue difícil. Bastaba una dosis de intolerancia, un objeto contundente, algo de pintura y quizá un elemento inflamable. La cultura y el saber de las librerías compartieron agresión con otros ámbitos de la cultura como los cines. “Hubo una campaña contra quiscos que vendían revistas eróticas. La sufrieron revistas como ‘Interviu’. La moral y la política iban de la mano, al fin y al cabo, el franquismo fue un Régimen nacionalcatólico, todo era uno”. Las agresiones contra la apertura sexual, en forma de expresiones eróticas en librerías y cines, unió a la extrema derecha y ETA: “Es llamativo que, al igual que la extrema derecha podía atacar cines por los contenidos eróticos, ETA-PM también atacó cines en Bilbao que exhibían cine erótico. Unos lo atacaban por motivos puritanos y los otros escudándose en motivos feministas”.
ETA y extrema derecha, contra el cine erótico
Los autores del estudio reconocen que es imposible conocer cuántos ataques a librerías se han producido en los últimos cincuenta años. En el periodo analizado, 1962-2018, han podido documentar 252, “pero son muchos más”, reconoce Fernández de Soldevilla. Asegura que durante muchos años los libreros no denunciaban este tipo de agresiones, sólo las más graves: “No lo hacían porque la policía no hacía nada o por las consecuencias que pudieran tener en los seguros”.
La extrema derecha en los últimos años de la dictadura fue la que protagonizó la mayoría de los ataques. La razón de la proliferación de este tipo de atentados se encuentra en gran medida en la ‘ley de prensa e imprenta’ de Manuel Fraga Iribarne de 1966. En ella se suprime la censura previa y se establece la libertad de prensa e imprenta en España. Aquella apertura incipiente relajó el mercado editorial y muchos de los autores y títulos prohibidos comenzaron a verse en los escaparates de las librerías españolas: “La oposición aprovechó esa rendija de libertad para ir dando pasitos. Eso enfadó mucho a las posiciones más extremas dentro de la dictadura. El franquismo había evolucionado un poco en esos años y había orillado a las posiciones más extremas de la dictadura”.
Los libros prohibidos, considerados durante muchas décadas “enemigos del Régimen” comenzaron a verse, a leerse. Títulos de poetas exiliados, autores de la ‘Generación del 27’ y otros volvían a ver la luz. “Eso solivianta a esos sectores y en lugar de atacar al Régimen optan por atacar a las librerías. Es ahí donde comienzan a aumentar este tipo de ataques”. Para entonces, muchas de las librerías se habían convertido en lugares de “refugio” intelectual, de tertulia, de lucha contra el Franquismo y de cruce de opiniones en libertad. “Eran lugares de reunión, de tertulia política o cultural, fuente de ideas y desarrollo de proyectos y manifiestos”. Las librerías Alberti y Machado en Madrid, la librería Cinc D’Oros en Barcelona, ‘Tres i Quatre’ en Valencia o la librería ‘Lagun’ en San Sebastián’ se convirtieron en el destino principal de los ataques. “Nosotros hemos podido documentar 225 ataques pero sólo es la punta del iceberg. La mayoría de las agresiones no están contabilizadas”.
Fernández de Soldevilla recuerda que aquellos actos, además de no suponer ningún riesgo para quienes los cometían, -por no tener apenas consecuencias policiales-, lograban una gran repercusión mediática en aquellos años: “Era una época en la que se leía muchísimo. La gente leía ensayos y las librerías eran lugares muy importantes en cualquier barrio, de ahí la importancia y su repercusión”.
Las librerías Alberti y Machado en Madrid, la librería Cinc D’Oros en Barcelona, ‘Tres i Quatre’ en Valencia o la librería ‘Lagun’ en San Sebastián’ se convirtieron en el destino principal de los ataques.
Rushdie, Afganistán, EEUU... una amenaza aún presente
El desamparo al sector librero fue una constante durante el franquismo e incluso muchos años después, cuando el terrorismo de ETA también situó a algunas bibliotecas y manifestaciones culturales como objetivo de sus ataques. “El gobierno Franquista no tenía ninguna sensibilidad ante esta situación. Cuando llegó Adolfo Suárez al poder la situación mejoró. Juan José Rosón, cuando fue nombrado gobernador civil de Madrid en 1976, llegó a poner escolta policial a algunas librerías durante las 24 horas del día, como la librería Alberti. En 1978 Rodolfo Martín Villa estableció directrices para proteger las librerías”.
Algo similar ocurrió en Euskadi, donde la amenaza terrorista arremetió contra algunas de ellas, en particular contra la librería ‘Lagun’ de San Sebastián. María Teresa Castells e Ignacio Latierro defendieron contra viento y marea esta librería desde su apertura el 3 de diciembre de 1968. Castells y Latierro soportaron la presión del franquismo y la amenaza de ETA. Regentar una librería en el casco antiguo de San Sebastián, centro de algunos de los episodios de ‘kale borroka’ más violentos no fue sencillo. Durante aquellos años 90 ya se había hecho merecedora del título de la librería más atacada de Europa. Sólo en 1996 sufrió una veintena de ataques.
Un día era el escaparate, otro una pintada (“Que se vayan… preparando”) o una diana amenazante. En el peor de los casos, la llamada de la Ertzaintza les informaba de un ataque con cóctel molotov. La presión superó todos los límites la noche del 12 de enero de 1997 cuando un grupo de encapuchados accedió a Lagun tras romper el escaparate y comenzó a sacar y apilar libros en el exterior antes de prenderles fuego al más puro estilo antisemita de la Alemania nazi. El 14 de septiembre de 2000 ETA atentó contra José Ramón Recalde, marido de Castells y ex consejero de Educación y Justicia en tiempos del gobierno de coalición PNV-PSE de José Antonio Ardanza.
Fernández de Soldevilla asegura que esta amenaza contras los libros, las librerías y la cultura sigue presente en el mundo. El último ataque que han registrado es de 2018: “A Salman Rushdie le han atacado hace poco por escribir una novela. En Afganistán, en el África Subsahariana, etc. también se están quemando libros. En EEUU se están prohibiendo algunos libros. La ‘bibliofobia’ sigue hoy viva a nivel global. Lamentablemente sigue habiendo escritores perseguidos, librerías atacadas”.
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