Lo tenía todo. Un entorno amable, desenfadado, festivo y repleto de jóvenes sobre los que poder inocular un mensaje de enfrentamiento, odio y ‘lucha’ armada contra un enemigo común. Las fiestas del pueblo, de la ciudad, fue un campo fértil en el que ‘socializar’ aquel ideario y recabar aplausos hacia los autores de aquella Euskadi de tiros y bombas. Bastaba con presentar a los presos de ETA como vecinos a los que honrar por su lucha merecedora de reconocimiento. Después se aprovechó esos contextos festivos para impulsar otra ‘socialización’, la del sufrimiento’.
Las fiestas populares de cientos de municipios permitían fijar –siempre de forma coordinada y organizada- las dianas del momento contra las que había que actuar. En aquellos años 70 las fiestas estivales, con sus programas, su estética y su ‘decoración callejera’, se convirtieron en grandes ‘mítines sociales’ en los que entre ‘kalimotxo’ y ‘katxi’, entre baile, ‘bokata’ y ‘rock vasco’, interiorizar en el imaginario colectivo de determinados sectores sociales un marco de héroes y enemigos.
Durante más de cuatro décadas ha sido una constante. La calle convertida, entre charangas, ‘txosnas’ (casetas) y comparsas, en un gran escaparate ideológico controlado siempre por la izquierda abertzale. Comisiones de fiestas en manos de sus afines, comparsas dominadas por sus mensajes y programas de fiestas trufados de actos orientados a aplaudir a los suyos, -“a los que no están”- y a amedrentar a los que engrosaban su cada vez más larga lista de enemigos: políticos, jueces, periodistas, empresarios…
Han pasado doce años desde que ETA anunció el cese de sus atentados, cinco desde que en mayo de 2018 escenificó su disolución en Cambo. Sin embargo, las fiestas populares en Euskadi continúan ‘socializando’. Las pintadas, pancartas, carteles y manifestaciones en apoyo a los presos de ETA siguen presentes. No, en las fiestas del pueblo ETA no ha desaparecido. El contexto no es de los 80 ni los 90 pero ‘los presos’, los de ETA, siguen muy presentes. Sólo en este mes de junio se han denunciado decenas de actos dirigidos a los internos de la organización. La denuncia la han hecho sus víctimas: ‘Brindis populares’, pancartas de apoyo, sus imágenes decorando paredes y ‘txosnas’, pasacalles ‘festivos’ para reclamar su ‘vuelta a casa’…
"Impensable con los yihadistas"
“Es algo que no ocurre en ningún lugar de Europa y aquí sigue sucediendo. No lo admitiríamos con los yihadistas en lugares donde han cometido atentados. Eso sería impensable. La diferencia es que en Euskadi el nacionalismo radical ha generado una cultura que legitima este tipo de fenómenos, incluso con una estructura moral que va por un camino diferente al del resto de la sociedad”, asegura Raúl López Romo, historiador responsable de Educación del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo.
Reconoce que sí se ha avanzado gracias a la presión social y en particular de las víctimas del terrorismo. Apunta que expresiones en plena calle como fueron los ‘ongi etorri’ han dejado de hacerse: “Estas cosas cada vez se admiten menos. Los ‘ongi etorri’ los dejaron de hacer no por haberse dado cuenta de que eran ofensivos sino por la presión social. Esa es una de las conquistas, pero persisten otras formas de apología como las que se ven estos días”, señala.
En el barrio de Judimendi de Vitoria o en la localidad navarra de Arbizu en los últimos días se han celebrado ‘brindis’ por los presos de ETA. En las fiestas de San Juan de Hernani en las calles y las ‘txosnas’ estaban decoradas con pancartas de apoyo a los presos o con sus imágenes. En el municipio guipuzcoano de Oñati una pancarta con el lema ‘El fuego que prendiste sigue vivo” recordaba a la militante de ETA Susana Arregi, que apareció muerta en la Foz de Lumbier el 25 de mayo de 1990 tras un tiroteo con la Guardia Civil. En no pocas localidades el lema de apoyo a los presos de ETA se muestra con carteles y pancartas con el lema ‘Maite zaituztegu’ (Os queremos).
Este viernes, a menos de cinco días del ‘txupinazo’ de San Fermín, el colectivo de familiares de presos de ETA, Etxerat, y la red de apoyo a los presos, ‘Sare’, celebraron una marcha para reclamar la vuelta a casa de los presos de la banda terrorista. Lo hicieron con el apoyo de 11 peñas de San Fermín y varios sindicatos. Logrado el acercamiento a prisiones vascas y navarras los convocantes reclamaron terminar con “las medidas de excepción” que en su opinión se les siguen aplicando y que “obstaculizan el camino a casa, sí, los queremos en casa”. En las ‘Semanas Grandes’ de las capitales no faltarán las comidas ‘populares’ por los presos ni las manifestaciones en su apoyo.
Normalizar "lo anormal"
“Hay una parte de la ciudadanía que lo ha normalizado. Además, existe una parte de manipulación. Quienes promueven todos esos actos nunca dicen que son presos por delitos terroristas, se refieren simplemente a ellos como ‘los presos’, cuando todos sabemos a qué presos se refieren”, apunta López Romo. Asegura que este tipo de actitudes pervivirán hasta que no salga el último de los alrededor de 160 presos que aún cumplen condena en prisión. Recuerda que vincular la figura de presos por terrorismo con un entorno festivo, “un entorno positivo, de amigos, es muy nocivo en una democracia y durante tanto tiempo”: “Es un modo de apropiarse de un espacio festivo que es de todos. Se han beneficiado de la poca capacidad de movilización y ocupación que han tenido otros sectores sociopolíticos”.
Unas fiestas estivales que durante décadas han supuesto además una vía de financiación importante para las distintas ramas de la izquierda abertzale y que más recientemente han sido el motivo de enfrentamiento entre los distintos movimientos juveniles de la izquierda abertzale tradicional y la más crítica con Otegi. El control de las ‘txosnas’ o casetas se convierten en un elemento esencial para la financiación de muchas de sus actividades en las distintas comarcas del País Vasco. Además, la exposición social que buscan en un intento por controlar a las nuevas generaciones también hacen de las fiestas populares un escaparate perfecto para difundir sus consignas.
Desde las instituciones aseguran que no pueden hacer nada, que los actos en recuerdo a los presos de ETA en las fiestas suelen estar avalados por el derecho de reunión y la libertad de expresión. A ello se suma la jurisprudencia de los tribunales que advierte del riesgo de querer actuar de modo “preventivo”, presuponiendo que se va a cometer un delito. La Audiencia Nacional hace muchos años que no ve en los actos de apoyo a presos un delito de “humillación” a las víctimas porque no existe riesgo de que vuelva a actuar, “ETA ya no existe”, recuerdan: “Se considera que ahora ya no hay ningún riesgo cierto porque ETA no existe. El desarrollo jurisprudencial lo ha vinculado a la existencia de un riesgo cierto de violencia, por tanto, una denuncia por la vía penal está abocada al fracaso”, asegura Carmen Ladrón de Guevara, abogada de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).
Hace años las denuncias de las asociaciones sí eran correspondidas con la retirada y la actuación por parte de la Justicia. Primero se ordenaba la retirada de los elementos que pudieran ofender a las víctimas, como las imágenes de los presos o determinadas pancartas. Después, la izquierda abertzale sorteó esa limitación presentando únicamente la silueta de los rostros de los etarras en cartelería. Más tarde, haciendo desaparecer cualquier símbolo o referencia directa a ETA. “Hace mucho que no se ha querido actuar para preservar la dignidad de las víctimas. Debería hacerlo el departamento de Seguridad del Gobierno vasco o la Delegación del Gobierno, pero salvo en contadas ocasiones, no se ha actuado”, asegura Ladrón de Guevara.
Límites judiciales
Desde la Delegación del Gobierno en Euskadi se recuerda que ellos no son competentes para autorizar o denegar actos y que es la Justicia la que debe ordenar la retirada de esos elementos. Fuentes de la Delegación aseguran a ‘El Independiente’ que “regularmente” se solicitan informes a la Guardia Civil y la Policía Nacional sobre este tipo de “brindis por los presos” o eventos similares, los últimos casos en Vitoria y Hernani, “y esa información se remite a la Fiscalía de la Audiencia Nacional que es la que debe determinar si hay indicios de delito o no”.
Desde la Consejería de Seguridad del Gobierno vasco también se apunta a su limitación para actuar. El propio consejero del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, reconoció el viernes en el Parlamento Vasco que se hacen vigilancias de este tipo de actos pero que a pesar de la “indecencia e inmoralidad” que le puedan parecer esos homenajes “los límites están fijados por el marco del Código Penal y las resoluciones judiciales”.
El Colectivo de Víctimas del Terrorismo en el País Vasco (Covite) hizo público que en los seis primeros meses de este año ha podido documentar 221 actos de apoyo a ETA. Pese a suponer un descenso del 32%, constatan que “el culto a ETA y a sus terroristas está lejos de desaparecer del espacio público”, aseguraba la asociación de víctimas en una nota: “Las calles y los espacios públicos en Euskadi y Navarra siempre han sido un escaparate de las reivindicaciones abertzales y todavía lo son. Centenares de jóvenes están creciendo con la idea de que los terroristas son héroes. Reivindicar la amnistía para quienes están en la cárcel por crímenes gravísimos podrá ser legal pero es un claro síntoma de anormalidad moral. ¿Acaso vemos en Francia a cientos de personas en las calles pidiendo la excarcelación de terroristas yihadistas?”.
Su presidenta, Consuelo Ordóñez, se felicita de que al menos los ‘ongi etorris’ han desaparecido, “era lo más doloroso”, asegura a ‘El Independiente’. Aquel pulso lo ganó, ahora su reto es poder vencer en la batalla por la desaparición del “culto al terrorista” que existe en muchas localidades vascas y navarras: “Lo duro es ver que estos actos no se puedan prohibir bajo el argumento de que son libertad de expresión. Es duro tener que soportar los ‘caretos’ de los asesinos a todas horas y en todos los lugares. Es ofensivo tener que ver a los asesinos de nuestros familiares y tener que soportar cómo reclaman que salgan a la calle, su impunidad. Es inaceptable”, asegura.
Menor apoyo
Ordóñez señala que el problema de fondo radica en que la sociedad vasca ha “normalizado lo anormal”: “Ahora no tiene rendimiento político y a los partidos les ha dejado de interesar, no lo abordan. Pese a nuestro goteo de denuncias constantes, a los partidos no les interesa y a la sociedad parece que tampoco”, lamenta. Considera que el siguiente objetivo que se ha fijado COVITE es poder “terminar con esta presencia asfixiante de los terroristas en las calles”.
El profesor de Historia del Pensamiento y de los movimientos Sociales y Políticos de la UPV, Jesús Casquete, asegura que detrás de esta realidad que caracteriza a las fiestas populares en el País Vasco hay un “déficit social y un autoaprendizaje para poder convivir”. “Son elementos distorsionadores con los que se aprende a convivir. Hay que pensar que a uno y otro lado están vecinos, compañeros de trabajo, amigos. Si la plaza del pueblo se llena de carteles puedes ponerte a quitarlos, con el problema que supone, o puedes optar por no ir a la fiesta. Ninguna de las dos opciones es buena”.
Casquete considera que la pervivencia de toda esta cultura festiva es contraproducente para la izquierda abertzale. Subraya que mientras en otros aspectos ha dado pasos para desprenderse de su pasado, en este sigue estando muy presente su ‘perfil’ anterior, “de algún modo es volver a su estrategia pasada, a tiempos en los que se les glorificaba y ensalzaba a los presos. Quizá no responde a la médula central de la corriente actual de la izquierda abertzale”: “Sigue ahí pero cada vez es más residual, a ese tipo de actos ya no acude tanta gente, diría que estamos en otra fase y quienes participan pueden responden a un perfil de nostálgicos”.
O críticos. Esa recuperación del pasado es uno de los aspectos que sí está presente en algunos de los movimientos críticos de la izquierda abertzale tradicional. Organizaciones ajenas a EH Bildu e incluso crítica con su ‘mutación política’ son las que lideran algunos de los actos de apoyo al colectivo de presos, como la reclamación de la amnistía para los etarras presos y que durante las fiestas estivales vuelve a irrumpir desde hace años.
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hace 1 año
Leí su artículo ayer. Me impresionó porque he podido contemplar en persona la evolución de las políticas de «normalización» anormal en Navarra. Aragoneses, riojanos y navarros compartíamos una manera de ser bastante similar. Nos encontrábamos cómodos en nuestra diversidad pero también en nuestras coincidencias. En estos años, la inculturación vasca en gran parte de Navarra y, sobre todo, en la propia capital, se ha convertido en un elemento disolvente de la identidad navarra. La imposición de sus tradiciones, que afectaba sólo a una parte limítrofe con vascongadas, su constructo idiomático -impuesto desde la infancia- y el rechazo a las fuerzas de seguridad del estado frente a la convivencia de culturas, ha creado un ambiente enrarecido que ha privado de espontaneidad a las relaciones humanas. El respeto a los otros no debe significar el abandono de nuestra cultura. Y eso es lo que está pasando. Y la pregunta es ¿Por qué?
hace 1 año
SACAD VUESTRAS SUCIAS MANOS DE NAVARRA .CREO QUE LAS FABRICAS DE AUTOMOVILES DEBERIAN HACER ALGO POR ESAS TIERRAS COMO EN CATALUÑA LA NISSAN.