El 4 de junio de 2018, Laia terminaba de pasar la tarde con sus abuelos. Tenía 13 años. Su padre la fue a buscar en coche. Como siempre, a excepción de que su padre no pudo aparcar enfrente del portal debido a unas obras. Los abuelos vivían en un segundo piso de Vilanova i la Geltrú, en Barcelona. La joven nunca llegó al vehículo.
Al salir de casa, la abuela corrió a la ventana para verla salir del portal. La dejó bajando las escaleras, en busca de su padre. El progenitor, al ver que tardaba, llamó a su madre. "Ya ha bajado", le dijo la mujer. Las alarmas se dispararon. Comenzó una búsqueda a contrarreloj para localizar a la pequeña Laia.
Buscan alrededor de la manzana. Preguntan a los vecinos. Uno de ellos, que vive en el primero y subía la escalera en ese momento, les dice que no se ha cruzado con la pequeña. Quizá salió corriendo y el hombre no la pudo ver. Pero todos los ojos se dirigieron a ese primer piso, a la puerta contraria a la del señor que dijo no haberse cruzado con Laia. Para entonces Policía Local y Mossos d'Esquadra ya estaban manos a la obra.
El cuarto de los horrores
En el interior de la vivienda estaba Juan Francisco López. No vivía allí, pero sus padres eran los dueños. Pegaron a la puerta. Entreabrió para decir que allí no estaba la cría. Los familiares insistieron en que les dejase echar un vistazo, sólo para quitarse las dudas. El fuerte olor a lejía que emanaba del suelo no les presagió nada bueno.
Dos horas después de que comenzase la búsqueda, apareció Laia, aunque nada se podía hacer ya por ella. Estaba sentada en el suelo, con los pies juntos y el cuerpo hacia adelante. "Su cabeza estaba dentro de una maleta, como si hubieran intentado introducirla en el interior", declaró uno de los agentes en sede judicial.
Lo que se vió en aquel piso fue descrito en la sentencia ratificada por el Tribunal Supremo como "un acto cruel de principio a fin y con una maldad absoluta sabiendo lo que hacía, como lo hacía y lo que estaba sufriendo la niña". Laia, en escasas dos horas, fue violada, golpeada, acuchillada y asfixiada. Fue un "monstruoso ensañamiento, "despiadado" y "perverso", según el Alto Tribunal. La chiquilla, en el momento en el que se la encontraron, llevaba un collar de perro en el cuello.
La sentencia encontró probado que Juan Francisco López abrió la puerta cuando Laia bajaba a buscar a su padre, que la introdujo por la fuerza en la vivienda, que la agredió sexualmente, la golpeó, achuchilló y la mató.
Versiones
El asesino dio varias versiones de lo ocrurrido. La primera, nada más ser detenido en su casa, fue que se encontró a la niña Laia en la cama al entrar al domicilio. Que no tenía nada que ver con lo que pasó en ese cuarto de los horrores.
Una vez en el juicio, confesó que sí fue el culpable pero que lo hizo estando drogado y creyendo defenderse de un ladrón que había entrado en su casa: "Si hubiera sabido que era una niña hubiera parado", dijo.
"No puedo controlar mi mente y lo que se me ocurre es ir a la cocina y coger dos cuchillos. No sé cómo explicarlo. Estoy traumatizado por todo lo que me está ocurriendo, oigo ruidos en mi habitación y voy hacia allá con un cuchillo en cada mano. Abro la puerta y me encuentro una sombra. Y ustedes me dicen luego que es una niña", explicó.
Su defensa puso el foco en negar la agresión sexual. "Nunca toqué a la niña en los genitales y creo que ha quedado claro que no hubo absolutamente nada", afirmó. El objetivo era evitar la prisión permanente revisable. El asesino se refirió a los informes forenses, que no detectaron restos de semen en la ropa porque estaba muy ensangrentada. Científicamente no se pudo aclarar si Laia sufrió esa vejación sexual o no. Pero el jurado no se lo creyó y la dio por hecha, ya que la niña de 13 años no llevaba los pantalones puestos cuando se la encontraron y tenía moratones en la zona vaginal.
Juan Francisco López fue condenado a la máxima pena del Código Penal. Pasará 25 años en la cárcel como mínimo. Quizás no salga nunca de entre rejas.
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