Los resultados, desconcertantes para muchos, de las pasadas elecciones generales del 23 de julio dejan un panorama de ‘casi bloqueo’ político, aunque no irresoluble, que hace que unos ciudadanos, perplejos, y la mayoría de analistas y politólogos se pregunten: ¿y ahora qué?

La reflexión de mayor calado que los responsables de los distintos partidos deben hacer tras estos extraños resultados electorales es, paradójicamente, la que debe interiorizar el líder de la formación que más escaños ha obtenido, el PP que ha sumado a sus 89, 47 más de los que disponía hasta llegar a los 136, a la espera de los resultados del CERA que podrían darle uno o dos más, en Madrid y Girona, pero que no le servirán para gobernar. Este no es otro que Alberto Núñez Feijóo.

A la luz de la disparidad entre los resultados cosechados por los populares en los pasados comicios autonómicos y municipales del 28 de mayo, básicamente en Madrid y en Andalucía, comunidades en las que Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno consiguieron sendas mayorías absolutas, el candidato del PP a la Presidencia del Gobierno, a la que aspirará, sin duda, presentándose a la investidura porque así se lo mandará el Rey, como cabeza de la formación más votada, debe hacer una seria autocrítica, no exenta de un enorme aprendizaje. Aprendizaje que, lo que quieren los votantes no es siempre, necesariamente, lo que quieren los políticos. 

Lo que quieren los votantes… ¡y lo que no quieren!

En la planta noble, la séptima, de la madrileña sede de Génova, alguien -de entre el numeroso equipo de expertos que han... ¿guiado? a Feijóo a la nada más absoluta a pesar de su notable subida en escaños- debería caer en la cuenta de lo que NO han querido los ciudadanos, un buen número de ellos potenciales votantes del Partido Popular. 

Lo que no querían los electores, sobre todo, era una correlación a escala nacional de los pactos que tras el 28-M se han ido tejiendo en distintas autonomías con Vox, una formación claramente homófoba y ultraderechista. A pesar de esas ‘peleítas’ rayanas en el ridículo como la primera y más sonada en Extremadura, entre la líder del PP de aquella comunidad, María Guardiola, y los representantes extremeños y nacionales de Vox, los pactos se han ido ejecutando con fría meticulosidad y precisión de Ciudadano: Valencia -en 48 sorprendentes horas-, Extremadura, Aragón, Baleares… sólo Murcia parece escapar a esta tónica, seguramente por la ‘cerrilidad’ de cuitas personales entre unos y otros a cuenta de obtener más o menos poltronas. La excepción murciana no ha hecho retroceder ni un ápice a cientos de miles de votantes progresistas que, si hasta hace pocas semanas se mostraban desmotivados y poco proclives a acercarse a las urnas, se han levantado sin dudar contra la amenaza involucionista. 

Campaña errática, con mensajes confusos y contradictorios

No han sido menores otros errores del candidato popular y sus lugartenientes a la hora de hacer algunas valoraciones sobradamente tremendistas, dentro de ese contexto de ‘derogar el sanchismo’, contra el propio Pedro Sánchez o la todavía vicepresidenta segunda en funciones, Yolanda Díaz. Si mientras afirmas una cosa, por un lado, estás intentando hacer ridículos guiños, por el otro, declarando con la boca pequeña que tu prioridad es hablar con el PSOE antes que con Vox y jactándote en público de que… ¡ya estás hablando con García Page!, el batiburrillo es tal que casi nadie, salvo los más devotos, entiende absolutamente nada. ¡Mensajes claros y firmes! ¡Mensajes inteligentes e incisivos, pero en una única dirección! 

El cementerio está lleno de ‘asesores’ pretenciosos que creen tener el ‘Código Enigma’ para descifrar la voluntad de millones de electores, cada vez más perplejos y hastiados. Una vez, dos y hasta tres pueden acertar, hasta un reloj parado da la hora correcta dos veces al día… hasta que al final, se estrellan. Así es la vida. 

El PSC, la mayor federación socialista de España, ha tirado del carro del PSOE

En estos comicios, Cataluña, y el PSC naturalmente, han tenido un papel esencial. Los resultados de los socialistas catalanes han sido, sencillamente,espectaculares. Han sido claves en la movilización y captación de un voto que ha abandonado en un número cercano a los 700.000 electores a la suma de las distintas formaciones independentistas, les han doblado, y lo serán a la hora de comenzar a tejer los acuerdos y consensos necesarios para apoyar la investidura de Pedro Sánchez, que se producirá en el momento en el que Núñez Feijóo fracase en sus dos intentos. 

Si los de Feijóo quieren seguir explorando nuevas vías de fracaso, pueden insistir por ese camino, que les llevará seguro a una frustración todavía mayor

Naturalmente que el actual presidente en funciones dispone de la posibilidad de no aceptar unas condiciones, las de Junts, si estas fueran inasumibles, tales como la convocatoria de un referéndum de autodeterminación para Cataluña o la autonomía para los ‘presos políticos’, ambas cosas expresamente prohibidas por la Constitución. Podría llegarse a unas nuevas elecciones tras ese bloqueo obligado y no sería una mala estrategia, porque Sánchez podría presentarse como el mayor adalid de la legalidad vigente y atraer, en esa hipotética nueva convocatoria que tendría lugar a finales de diciembre, no sólo el voto que ya tiene sino recuperar algunos cientos de miles de los que ha perdido en favor del PP por haberse apoderado de ese sector la idea de que Sánchez, con tal de mantener el poder, ‘vendería a España y lo que hiciera falta’… ¡en fin! Si los de Feijóo quieren seguir explorando nuevas vías de fracaso, pueden insistir por ese camino, que les llevará seguro a una frustración todavía mayor. 

El voto LGTBI ha sido capital

No puedo pasar por alto el importantísimo, capital a mi entender, papel jugado por los colectivos LGTBi a la hora de levantar y movilizar un voto contra una AMENAZA REAL de involución, de retroceso y de ataque directo a todos los derechos conseguidos durante años con mucho sudor, lágrimas, y por qué no decirlo, mucha sangre derramada, con una violencia homófoba creciente. 

En más de cien municipios de toda España empezaba a ser palpable, a sólo muy pocas semanas de su constitución, los devastadores efectos que iba a tener para la convivencia el advenimiento de nuevos gobiernos de coalición entre el PP y Vox. No sólo a nivel municipal, sino también autonómico. En Baleares, los ultraderechistas habían forzado a la nueva presidenta popular y a su equipo a suprimir la Consejería de Igualdad, decisión a la que seguirán, sin duda, otras igualmente devastadoras, por lo que significan en recorte de derechos sociales y retroceso de las libertades. A buen seguro, el ejemplo se repetirá en otras como Aragón o Valencia. 

Feijóo arrojó la toalla, ‘sobrado’ de confianza. Sánchez, peleó hasta el final. 

Otros errores que sumar a una errática campaña de Feijóo y que no pueden obviarse son su ausencia del debate convocado por TVE al que sólo concurrieron el presidente en funciones y candidato socialista, pedro Sánchez, la líder de Sumar Yolanda Díaz, y el candidato de Vox, Santiago Abascal. No pocos dijeron entonces que daba la impresión de que el político gallego, en un exceso de autocomplacencia, había dado por rematada la campaña tras su debate de Atresmedia con Pedro Sánchez y parecía ya que ‘se había ido a la playa’. Los partidos hay que pelearlos hasta el último minuto y en eso, Sánchez, herencia sin duda de su formación deportiva y baloncestística, ha demostrado no dar jamás un balón por perdido. Hasta la extenuación. 

Se abre ahora, se ha abierto ya, un período de negociaciones a múltiples bandas, por parte de unos y otros, que quizá no sea tan largo como muchos barruntan. O tal vez sí. En España, y lo repito desde hace años, sigue faltando una auténtica cultura del pacto y de la negociación, al modo italiano o alemán. Veremos que nos deparan las semanas venideras que, a pesar del relativo reposo vacacional, prometen ser trepidantes. 

Los resultados, desconcertantes para muchos, de las pasadas elecciones generales del 23 de julio dejan un panorama de ‘casi bloqueo’ político, aunque no irresoluble, que hace que unos ciudadanos, perplejos, y la mayoría de analistas y politólogos se pregunten: ¿y ahora qué?

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