Francisco García Escalero. Nació en Madrid el 24 de mayo de 1954. Murió en el psiquiátrico de Foncalent, Alicante, en agosto de 2014. Tenía 60 años. Mató a 11 personas entre mediados de 1987 y septiembre del 93. Aseguró haber matado a otras tres personas. Se le conoció como el matamendigos.

Esta es una de esas historias de la España negra que, si no se dijeses los apellidos ni el lugar de los hechos, pareciese sacada del último true crime de la plataforma de moda. Una de esas historias que, por reales que sean, nunca lo aparentan del todo. Y menos aún de haber ocurrido en nuestro país.

García Escalero padecía una ristra de enfermedades mentales. Enajenación, esquizofrenia, manía depresiva, trastornos sexuales, necrofilia. A eso se le sumó un alcoholismo agudo y la ingesta de psicotrópicos. "Era un paradigma de la locura", llegaron a decir los forenses que le examinaron durante su juicio en la Audiencia de Madrid. Considerado "un hombre peligroso", el magistrado que llevó su caso, el difundo José Manuel Maza, dictaminó que no estaba preparado para convivir con otros presos, y lo recluyó en un centro psiquiátrico hasta que pudiese salir. Esa fecha no llegó nunca, y el matamendigos murió en la habitación a la que entró en 1996.

Infancia y primer crimen

Su infancia fue dura. Se crió cerca del cementerio de la Almudena, en Madrid. Pronto empezó a desarrollar una fascinación por la muerte. Se escapaba y visitaba el camposanto. Su padre no entendía aquella afición, y le golpeaba. Comenzó a delinquir muy pronto, a los 16 años. Robó una moto. Pasó cuatro años en un reformatorio, y al salir pasó a un centro penitenciario de mayores: violó, junto a otros sujetos, a una mujer delante de su novio. Por ello, fue detenido y estuvo doce años en prisión. Se rodeaba de animales muertos que encontraba en el patio y que guardaba.

Hosco, solitario e introvertido. Nunca fue una persona social. No tuvo relaciones afectivas con nadie. Sus relaciones sexuales se ceñiron a la necrofilia, a actos violentos o a estar con prostitutas. Nunca con consentimiento. Llegó a practicar la zoofilia, según le contó a varios psiquiatras que le trataron. Los forenses que le examinaron dijeron que su caso «era uno de los más pesimistas que existen». Y añadieron: «Tiene sentimiento de la falta de sentimiento».

Cumplió su condena por aquella violación grupal. Salió a la calle y su padre había muerto. Comenzó una vida en las calles, dedicándose a vagabundear de un lado a otro. Bebía y consumía pastillas, lo que le causaban alucinaciones, lo que unido a sus problemas mentales le provocaban oír voces que, según él, le incitaban a matar. La primera fue una prostituta. Se la encontró en la madrileña calle de Capitán Haya. Encontraron su cuerpo en 1987. Estaba quemado y sin cabeza. Un año después acuchilló a un indigente al que machacó la cabeza con una piedra.

Uno a uno fueron cayendo todas sus víctimas. La lista fue larga. A uno lo quemó junto al cementerio del barrio de Aluche, también en la capital. A otros los decapitaba, los mordía para comer y les sacó las entrañas. "Las voces me lo decían", explicó a quienes estudiaron su caso una vez finalmente detenido.

La pista

La Policía Nacional investigaba el asesinato de un hombre junto a una Iglesia. Había sido calcinado y tenía la cabeza machacada. Todavía no lo conectaban con otros crímenes. Lo único que sabía es que aquel cadáver, cuando vivía, se fugó del Hospital Psiquiátrico Alonso Vega con un compañero. García Escalero había ingresado allí de manera voluntaria en 1993. Los agentes no dudaron en poner el foco sobre él, sin saber lo que iban a descubrir.

Hasta que llega su detención, el matamendigos intentó suicidarse. Se puso delante de un coche en marcha. No era algo nuevo para él, ya que de pequeño ya jugaba a estas cosas. "Me lo dijeron las voces", volvió a objetar. No consiguió su objetivo y a las enfermeras del hospital les rogó que le detuvieran. No quería seguir matando.

Con su detención, empezó a largar. Contó todos sus asesinatos con detalles que sólo él podía conocer. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Así hasta 14. Los agentes, ojipláticos, no podían creer que estuviesen delante del hombre que acabó con todas aquellas personas que, por volumen de trabajo o porque estaban en los márgenes de la sociedad, no dedicaron el suficiente tiempo. Cantó 14 pero sólo le pudieron adjudicar 11. Una vez en el psiquiátrico confesaría varias decenas más, pero no tuvieron a bien de creerle debido a su estado psíquico.

Shock social

El caso del matamendigos fue uno de esos que dejó a la sociedad en shock. Desde que entró en el psiquiátrico de Alicante, nunca más se volvió a mostrar violento. La medicación que el juez, por sentencia, obligó a ponerle surtía efecto. Llegaron a calificar de amable al matamendigos.

Durante el juicio, los médicos forenses llegaron a afirmar que la suya era la de un doble fracaso. «Francisco padece una enfermedad paradigma de la locura que le ha incapacitado para desarrollarse de forma armónica consigo mismo y con su entorno». Y, en segundo lugar, «Francisco es un fracaso estrepitoso de la sociedad en general y más en concreto, de sus instituciones porque no han sabido o no han podido detectar, prevenir o poner los medios para eviar estos hechos», escribía Abc el 20 de febrero de 1996.