Es una conquista silenciosa, sin prisa pero que avanza con determinación. Navarra siempre ha sido el símbolo de la Euskal Herria que la izquierda abertzale ansía poder independizar algún día. Es allí, en Pamplona, en la “capital del Viejo reino”, donde se concentran sus aspiraciones soberanistas y que subraya en cada campaña electoral. La capital navarra es la ciudad de las grandes ocasiones, la que simboliza su sueño de un País Vasco independiente y de siete provincias: las tres vascas, las tres vasco-francesas y Navarra. Su ‘reconquista’ siempre ha estado en marcha pero nunca como hasta ahora lo había hecho con tanta influencia política.
Esta semana se volverá a demostrar. A primera hora de este lunes comenzará en la Cámara navarra el pleno de investidura de la presidenta Chivite. En la votación de esta tarde no logrará la mayoría absoluta necesaria. UPN, PP y Vox votarán en su contra. Mañana a la secretaria general del PSN le bastará la mayoría simple, más síes que noes. En segunda vuelta, este martes la Comunidad Foral proclamará a María Chivite como presidenta de Navarra para otros cuatro años más y lo hará con el beneplácito imprescindible de EH Bildu. Su abstención será, una vez más, esencial para autorizar o denegar la investidura de la máxima autoridad de la Comunidad.
Sus votos han colocado ya tres presidentas en Navarra… y uno (o dos, veremos) en España. Hubo un tiempo en el que la izquierda abertzale batallaba de otro modo. Lo hizo apoyando la violencia, justificando el terrorismo y tensionando la sociedad vasca y navarra en particular y la del conjunto del país. Una década de ilegalización y el fin de la violencia le llevó a activar una mutación, una adaptación a un nuevo tiempo que ahora se ha demostrado políticamente más eficaz que los tiros, la extorsión y las amenazas.
Lo ha hecho en particular en Navarra. En esta década postETA EH Bildu ha duplicado prácticamente sus votos en esta comunidad, ha disparado su influencia institucional y se ha convertido en el partido con mayor proyección electoral en la Comunidad Foral. Basta mirar la fotografía de 2016. En aquellas elecciones generales la izquierda abertzale apenas obtuvo 31.000 votos, un 9,3% de los votos. Ahora, el 22 de julio pasado su porcentaje prácticamente se ha duplicado, al llegar al 17,3% de los votos y un convencer a 58.686 navarros y navarras, que no dudaron en depositar la papeleta de la coalición de la izquierda abertzale para representarles en el Congreso de los Diputados. En las elecciones autonómicas, más de lo mismo. Incluso su fortaleza es más sólida. Ha pasado del 13% de los votos y 7 escaños en 2011, tras su legalización, al 17% y nueve parlamentarios actualmente.
Discurso más social, menos soberanista
Hoy, la apuesta por las políticas sociales ha relegado los discursos en clave más soberanista. Lo ha hecho en Euskadi y también en Navarra. Los mensajes en favor de una gran Euskal Herria o partidarios de acelerar una integración del País Vasco y Navarra han pasado el rincón de los días simbólicos. En los últimos años, cada vez más, el ‘Aberri Eguna’ (Día de la Patria) o las campañas electorales, son el momento de recuperarlos para volverlos a meter en el cajón el resto del año.
Ni siquiera el acuerdo de gobierno alcanzado, con discrepancias pactadas en alguno de los ámbitos clave para Bildu, han hecho titubear a la izquierda abertzale. Su objetivo ahora es ser facilitador de políticas progresistas tangibles en la vida diaria de los ciudadanos. Aspectos como la política lingüística, en la que Bildu reclama la cooficialidad del euskera en toda la Comunidad, no le han llevado a presionar al PSN para que olvide su política de cooficialidad sólo en algunas zonas de Navarra, las más vasquistas. Tampoco la ausencia de medidas de refuerzo en la integración con la vecina Euskadi o que no se den nuevos pasos para la salida de la Guardia Civil –más allá de la transferencia de las competencias de Tráfico a la Policía Foral- le impidieron ofrecerse incluso para un sí ‘salvavidas’ de Chivite en caso de no poder cerrar un acuerdo con Geroa Bai. Mañana le brindarán su abstención.
Cuestiones como los presos de ETA se han convertido en una deuda de su pasado que hay que gestionar pero que incomoda en esta nueva estrategia. Por eso la coalición la aborda como una suerte de ‘contabilidad b’, con discreción y sin publicidad. El acercamiento de los presos a Navarra y Euskadi se logró con el Gobierno de Sánchez. Ahora, plataformas paralelas como Sare, le hacen la labor de altavoz llamando a favorecer la “vuelta a casa”, vía excarcelaciones y aceleraciones de terceros grados.
Es innegable que la sensibilidad más soberanista se mantiene muy viva pero se proclama con menor intensidad y al albur de acontecimientos ajenos a la dirección de la coalición. Aflora ante hechos que aplaude o promueve pero con un perfil más discreto. Incidentes como el de la ikurriña en Estella, donde una concejal de Bildu la agitó desde el balcón consistorial antes de que un policía municipal la sacara a la fuerza, el ‘día del inútil’ en las fiestas de Etxarri Aranatz, el ‘Ospa Eguna’ de Alsasua o la reivindicación de la ikurriña durante los Sanfermines son algunos ejemplos.
'Bipolar': en la oposición y clave para el Gobierno
El discurso más social se ha impuesto en Bildu. Y en la sociedad. Su condición bipolar como partido de la oposición pero aliado ‘externo’ clave del Gobierno del PSN de Chivite le ha permitido venderse como garante esencial de las políticas de izquierdas, de un ‘verdadero progresismo’ en Navarra. Bildu llegó al Gobierno foral en 2015 de la mano de Uxue Barkos, la presidenta de Geroa Bai, la formación en la que se integra el PNV. Una marca a la que ha robado votos de modo importante. Aquella gestión le fue premiada cuatro años después con subida de votos y lo ha vuelto a hacer ahora. La condición de socio imprescindible desde la oposición le concede el poder de no padecer el desgaste del poder pero amenazar con desestabilizar el Gobierno si no avanza por la senda que desea.
La ‘prueba del algodón’ histórica de EH Bildu ha sido tener que acreditar capacidad de gestión y de influencia. Tradicionalmente la izquierda abertzale había recurrido a las instituciones más como plataformas propagandísticas y reivindicativas que órganos eficaces para los avances en ámbitos sociales o económicos. Tras unos inicios cuestionados y castigados en los primeros años de EH Bildu, -como fue la gestión de algunos ayuntamientos o instituciones como la Diputación de Gipuzkoa-, esta legislatura se ha empeñado en subrayar sus logros tanto en Navarra como en el Congreso de los Diputados. Lo ha hecho incluso desmarcándose en muchos casos de socios muy cercanos como ERC.
El en otro tiempo cuestionado por la izquierda abertzale pragmatismo singular del PNV y la discreción negociadora lo aplica ahora EH Bildu. Lo ha hecho apostando por implicarse en mejoras laborales, en el campo de las pensiones o de la vivienda, con lo que ha logrado el objetivo de cambiar, en muchos sectores sociales y en particular en los más jóvenes, la imagen de la vieja y agitada izquierda abertzale vinculada al terrorismo que pervive en gran parte del electorado, por la de una formación ‘renovada’ y capaz de marcar tendencias políticas progresistas. En Navarra y en Euskadi ese cambio de política, imagen y estética le está funcionando.
Hoy Bildu tiene casi tantas mayorías absolutas como UPN. La formación de Esparza cuenta con 11 y la de Otegi con 8, a las que se suman 29 mayorías relativas. Controla municipios importantes como Burlada, Tafalla, Huarte o Villava y fue la primera fuerza en alrededor de un centenar de localidades.
Un avance progresivo
Es una mancha que se extiende poco a poco. El mapa del norte de Navarra es cada vez más un manto verde. El color de Bildu ha ido acaparando la zona más vasquista de la comunidad navarra y ha comenzado a penetrar también con fuerza en la Comarca de Pamplona. Pese a que el puzzle ideológico que conforman los 272 municipios navarros muestra la presencia de muchas agrupaciones vecinales e independientes, sí se puede dibujar una clara fragmentación geográfica. En una comunidad de sólo 657.000 habitantes, en líneas generales, el norte es vasquista, de derechas Pamplona y su comarca –la zona más poblada- y socialista el sur, la ribera.
Es una evidencia que además de en Euskadi, también en Navarra la fuerza que más crece es la de Arnaldo Otegi. Hoy EH Bildu es la formación con más concejales en toda la comunidad. Pese a que Unión del Pueblo Navarro ganó las elecciones en número de votos, la izquierda abertzale le supera en representación institucional en los municipios. Cuenta con 345 ediles, frente a los 320 que ostentaba hace cuatro años. Representan casi el doble de los que poseían en 2011, cuando Bildu sólo disponía de 184 concejales en Navarra. Una evolución que demuestra la importante entrada que año a año ha logrado la coalición abertzale y la cada vez mayor aceptación, fundamentalmente por el votante más joven, está logrando.
El peso en representación es significativamente superior a una marca histórica de Navarra como es UPN. La formación que lidera Javier Esparza, pese a gobernar algunos de los ayuntamientos más importantes, cuanta con casi cien concejales menos que Bildu: 246. Aún más lejos se queda el Partido Socialista de la propia Chivite, con 227 concejales. Bildu ha logrado arrebatar gran parte de las simpatías que había generado Podemos y ha capitalizado de modo muy importante su cambio de discurso.
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