El cuerpo se lo recuerda todos los días. Son doce señales, doce cicatrices marcadas a fuego y dolor. Le acompañan desde 1976. Hasta ahora no supo quién fue el que se las provocó, sólo que había sido ETA. Ahora, Francisco Ruiz ha descubierto que uno de los nombres de mayor peso en la historia criminal de ETA está detrás del atentado que a punto estuvo de acabar con su vida y en el que sí murió asesinado Víctor Legorburu, el político al que escoltaba aquella mañana del 9 de febrero.
Él es la única víctima que aparece en ‘No me llames Ternera’. En realidad parece un testimonio sobrevenido, no previsto, incluido posteriormente tras conocer de boca del propio Josu Urrutikoetxea su participación en aquel atentado que quedó impune por la Ley de Amnistía de 1977. Mientras digiere las palabras que acaba de escuchar de 'Ternera', sus ojos están vidriosos. Antes de verlo, Évole le había dado la oportunidad de no verlo pero Francisco aseguró que estaba preparado, que han pasado muchos años y que quería saber qué dice ‘Ternera’ del atentado que le ha marcado la vida.
100 minutos después, en el epílogo del documental, Francisco no puede evitar una emoción dolorosa, un revivir que creía superado: “Jamás hubiera pensado que hubiera intervenido. Ahora queda que otros muchos también hagan lo mismo para esclarecer los 330 casos de los que no sabemos nada, para que todos podamos vivir en paz”.
De algún modo es un cierre en falso, pero cierre al fin y al cabo, de su tragedia personal. ‘Ternera’ no pagará ni un sólo día de cárcel por aquel atentado que costó la vida a Legorburu e hirió de gravedad a Francisco. La Amnistía concedida en la Transición, en 1977, lo dejó sin culpables en aras a una reconciliación de las dos Españas. Pero el dolor no entiende la clemencia y menos aún la amnistía. “Él pensaba que luchaba por una razón pero arrepentido no está. Le diría que me pidiera perdón y que recordara todos los crímenes. Yo soy un hombre de paz, pero no se si llegaríamos a darnos la mano. Pero ese día nunca llegará…”, admite pesimista.
"Nos trataban como apestados"
Es el final de un documental que le ha removido y que ha constatado que la paz interior que él necesita no le llegará de un arrepentimiento de 'Ternera'. En su vida ese fue el mayor desprecio y ataque, no el único. A Francisco no se le olvida el segundo atentado, el ‘social’. Lo padeció al salir del hospital. Su 'pecado' había sido ser escolta del alcalde de Galdakao. Hacía días que ETA había dado un ultimátum a todos los ediles franquistas para que dimitieran. El 9 de febrero terminaba el plazo dado y esa misma mañana el comando de ETA atentó contra Legorburu y Ruiz.
“Nos trataban como unos apestados”, recuerda con dolor. Las miradas de desprecio que empezó a sentir en el pueblo tras ser víctima del atentado aún las guarda en su memoria. También los cambios de acera a su paso y los comentarios ofensivos que su mujer Marisa tuvo que escuchar: “Recuerdo al carnicero, que tras el atentado dijo en su presencia 'a ese fascista tenían que haberlo matado hace tiempo y al Policía Municipal también, por acompañarle'”.
Aquello rebasó su amor por el País Vasco. El clima comenzó a hacerse irrespirable incluso para víctimas como él. Francisco había llegado a Bilbao con apenas ocho años desde su Valdepeñas natal. Las dificultades económicas y laborales que entonces se vivían en Ciudad Real llevaron a sus padres, como a otros muchos, a emigrar a Euskadi, donde Francisco creció. Pronto se tuvo que poner a trabajar. Primero como fontanero y finalmente, tras enterarse de la convocatoria de tres plazas a concurso de policía municipal en Galdakao, logró sacar una de ellas. “Había que llevar dinero con cuatro hijas que teníamos”.
'Doce balas en el alma'
La mañana del 9 de febrero no le dio tiempo a ser consciente de lo que ocurría. Cuando salía acompañando a Legorburu a la salida de casa un comando de ETA les abordó y disparó. Varias ráfagas acabaron con la vida del edil de modo instantáneo. Su escolta, malherido, logró esconderse entre dos vehículos. Un etarra acudió a rematarlo con otra ráfaga. Doce balas en su cuerpo libraban la pelea entre la vida y la muerte. Venció la vida, de milagro, según recuerda Francisco en ‘No me llames Ternera’: “Cuando estaba herido pasé mucho miedo. No perdí el conocimiento. Le pedí a la Virgen que me diera vida para poder criar a mis cuatro hijas. A mi mujer le dijeron que no daban un duro por mi vida, pero la de arriba me echó una mano”.
La vida sin poder respirar es dura. Y en aquellos años en Galdakao la familia de Francisco ya no podía vivir sin miradas, vacíos e insultos. Abandonaron Euskadi y se instalaron en La Rioja, donde nació su quinta hija. Poco después, todos regresaron a Valdepeñas. Una experiencia que recientemente Ruiz se empeñó que no se olvidara. A instancia de sus hijas reflejó su vivencia en el libro ‘Doce balas en el alma’.
Hoy, en Galdakao los restos de quien fuera alcalde del municipio descansan en el camposanto. Lo hacen a un par de pasillos del nicho en el que está enterrado Xabier López Peña, Thierry, quien fuera jefe de ETA en 2006 y al que ‘Ternera’ hace referencia en el documental. López Peña representaba en esos años la mano dura de ETA que él quiso apaciguar para encaminarla hacia el fin de la violencia durante las negociaciones con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Una posición que, según Urrutikoetxea, la dirección de la banda cuestionó designando nuevo interlocutor a López Peña. Hoy, Legorburu y Thierry comparten cementerio en el municipio en el que la desgracia quiso que ‘Josu Ternera’, Francisco Ruiz, López Peña y Legorburu cruzaran sus vidas.
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