Es la estación final. La imagen de un largo y oscuro viaje de casi cuatro décadas repleto de odio. En su ruta ha habido asesinatos, cal viva, insultos, silencios y reproches. Incluso hoy los recelos perviven, no en Madrid, sí en Euskadi. Un recorrido que no lo ha culminado el convencimiento ni la reconciliación. Tampoco la petición de perdón o reparación, sino la necesidad política y las urgencias partidistas. Entre la imagen de Jon Idigoras, el histórico portavoz de Herri Batasuna (HB), exigiendo a Felipe González que “saque sus sucias manos de Euskal Herria” y el apretón de manos de este viernes entre el presidente en funciones Pedro Sánchez y Mertxe Aizpurua, portavoz de EH Bildu, hay un abismo.
Un periodo en el que la relación entre ambos mundos, entre ambas formaciones, se ha escrito más en forma de funerales, escoltas, manifestaciones y juzgados que en despachos y negociaciones. El proceso de normalización que el PSOE de Sánchez impulsó y favoreció desde 2018, poco después de acceder a La Moncloa, contrasta con la relación que históricamente han tenido y que aún hoy aflora en el País Vasco. El mundo de la izquierda abertzale aún se resiste a condenar los doce asesinatos a cargos socialistas y la amenaza que durante décadas ETA mantuvo sobre concejales y cargos del partido. Desde EH Bildu le reprochan al PSOE que persisten las resistencias para condenar abiertamente la ‘guerra sucia’ y que el entorno de Otegi le reclama cada vez con menos insistencia. Pero ni uno ni otro conciben ambas ‘deudas’ como impedimentos.
En diciembre de 2019 Sánchez delegó en los entonces portavoces del partido, Adriana Lastra y Rafael Simancas el trago de reunirse con EH Bildu. De nuevo la necesidad de sus votos fue el ‘sapo’ a tragar, el precio. La imagen de Lastra y Simancas, con un rostro serio con el que escenificar la incomodidad del encuentro con Mertxe Aizpurua y Gorka Elejabarrieta, fue actualizada este viernes. Esta vez, era el propio presidente en funciones quien recibía a los portavoces de la izquierda abertzale. Ahora, la incomodidad no ha aflorado, las sonrisas de Pedro Sánchez y los representantes de la izquierda abertzale y la sintonía entre ambas partes sellaban el final de la normalización que el ‘Sanchismo’ ha alimentado de EH Bildu como interlocutor.
Sánchez no es Zapatero ni González. La relación de los tres presidentes y secretarios generales del PSOE con la izquierda abertzale han sido muy distintas. La lucha contra ETA y la ‘guerra sucia’ marcó, sin duda, el enfrentamiento en tiempos de Felipe González. El acoso padecido por el PSOE por parte de la banda terrorista sumió en un abismo cualquier posibilidad de entendimiento. El asesinato del miembro de HB, Santiago Brouard, en 1984, del diputado Josu Muguruza en 1989, o las actuaciones vinculadas a los GAL hicieron imposible cualquier posibilidad de acercamiento entre el nacionalismo radical vasco y el socialismo en los 80 y 90. Ni siquiera las fallidas negociaciones con ETA impulsadas por el Gobierno del PSOE acercaron posturas. “Debéis renunciar a oprimir, reprimir y exprimir a nuestro pueblo”, le exigía Idígoras a González desde la tribuna de la Cámara Baja, “¡déjennos vivir en paz!” para concluir su intervención con un “Gora Euskal Herria askatuta!” (¡Viva Euskal Herria libre!).
La cal viva y la 'socialización del sufrimiento'
González no necesitó de los votos de HB. En aquellos años tampoco la izquierda se los hubiera brindado. Eran años de dianas con imagen de políticos, de amenazas y miedo. El PSOE era el “enemigo de Euskal Herria” y las instituciones españolas su herramienta “represora”. Por eso la presencia de los cargos de la izquierda abertzale en Madrid fue durante muchos años esporádica y testimonial.
Fue con González cuando comenzó la etapa de la ‘socialización del sufrimiento’ que propugnaba la ponencia ‘Oldartzen’ aprobada por las bases de HB en 1994. ETA y su entorno, HB incluida, alimentaron el terror en el conjunto de la sociedad, extendiendo la amenaza a numerosos colectivos. Una ‘socialización’ del terror que se prolongaría casi hasta el final de ETA.
José Luis Rodríguez Zapatero presidió España en los últimos años de la violencia de ETA y con Batasuna ilegalizada. Fue con él con quien comenzó a rebajarse el tono, con quien la izquierda abertzale empezó a ver en el socialismo un posible aliado con el que engrasar el final de la violencia y la apertura de un nuevo ciclo. Zapatero siempre ha defendido que Otegi fue “un hombre de paz”, que la izquierda abertzale que él lidero era distinta. Pero para él entenderse con la izquierda abertzale no tenía rédito, una formación ilegalizada –Batasuna los estuvo para las generales de 2004 y 2008- no da votos.
En 1996 el socialista Ramón Jauregui, entonces consejero de Justicia del Gobierno vasco, vio como un parlamentario de la izquierda abertzale arrojaba cal viva a su escaño mientras gritaba que era un mensaje “para el justiciero Jauregui, experto conocedor de la cal viva en los cuerpos”. El calendario ha querido que justo en la semana en la que se cumplen 40 años del asesinato de Lasa y Zabala, enterrados en cal viva por el terrorismo de Estado, Bildu y el PSOE de Pedro Sánchez se estrechen la mano. Lo han hecho apenas una semana después de que el panteón familiar de Fernando Buena, político socialista asesinado por ETA, fuera atacado sólo un día más tarde de hacer lo mismo con un monolito en su memoria y la de su escolta, Jorge Díez. Agresiones que EH Bildu ha evitado condenar en los pronunciamientos institucionales.
El "Señor Sánchez"
Hoy Bildu trata de “Señor Sánchez” al presidente del Gobierno. En el comunicado emitido ayer tras el encuentro se felicita de que en un contexto en el que “los malos modos tratan de imponerse” ellos optan por la “responsabilidad y respeto” por encima de otro criterio o interés”. Para Bildu el encuentro de ayer es “un hito” para construir un marco de confianza con el que abordar un ciclo de “diálogo, negociación y acuerdo”. Una sintonía casi plena, carente de reproches y ultimátums de otro tiempo y que en Euskadi no se produce.
La imagen inédita de un presidente del Gobierno estrechando la mano a la representante de EH Bildu concentra el final del proceso. La interlocutora de Sánchez, Mertxe Aizpurua (Usurbil, Gipuzkoa, 1960), Simboliza la historia de una parte relevante del entorno radical que arropó la violencia. Su trayectoria profesional como periodista incluye funciones como ser editora en ‘Egin’ y una de las fundadoras de ‘Gara’. En septiembre de 1983, en pleno periodo de ‘plomo’ en el País Vasco, Aizpurua escribía en la revista ‘Punto y Hora’ de Euskal Herria, en su número 320. El título en portada, ‘Los muertos nunca mueren’. Corría la semana del 23 al 30 de septiembre y con motivo del ‘Gudari eguna’, en recuerdo a los Txiki y Otaegi, fusilados en 1979, aquella publicación afín a la izquierda abertzale había decidido dedicárselo a los miembros de ETA muertos. Por parte de lo que se publicó en aquel número fue condenada. En octubre de 1984 la Audiencia Nacional le impuso un año de prisión por la comisión de un delito de apología del terrorismo.
En octubre de 2023 las necesidades del candidato Sánchez han culminado el viaje. Lo aceleró en la investidura anterior con el acuerdo para poner fin a la dispersión de los presos de ETA y lo completa ahora con la ‘normalización’ de EH Bildu como interlocutor inmaculado capaz de dialogar el presidente del Gobierno de España. El pasado oscuro que la izquierda abertzale siempre reprochó al socialismo español parece no ser hoy un impedimento. Tampoco para el candidato socialismo estrechar la mano de quien representa el pasado de dolor que asfixió al PSE durante muchos años y cuya formación sigue hoy lejos de condenar.
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