Está sentado sobre un escaño de piedra, como hacían los nobles de Vizcaya en torno a un árbol. A su derecha, arrodillado, un vasallo toma su mano derecha extendida para honrarle y jurarle obediencia. Junto a él, decenas de ellos esperan su turno bajo la atenta mirada de mujeres ataviadas con tocados identificativos de sus municipios. Todos están dispuestos a besar la mano de Fernando el Católico, el rey de Aragón y Castilla. Es una escena del 30 de julio de 1476 que pintó Francisco de Mendieta 133 años después. Refleja el besamanos real que tuvo lugar tras la jura de los fueros vizcaínos por parte del monarca y la lealtad correspondida por sus súbditos vascos ante el Árbol bajo el cual aún hoy juran su cargo los lehendakaris.
En nacionalismo no ha ocultado nunca esa convivencia respetuosa entre reyes y señores, entre la monarquía y los vascos que durante siglos vivieron bajo sus propias normas, sus fueros. En el PNV nunca ha habido plantones, ni críticas feroces hacia la monarquía. Nunca hasta ahora. La suya había sido una respetuosa crítica en el camino hacia una futura 'república vasca'. Una convivencia amable sin hacerse daño ni rasguños que estos días parecer torcerse.
Los besamanos reales siempre han ahuyentado al nacionalismo más radical, hoy con más poder en la 'corte' de Madrid y partidario de acelerar el paso hacia una república que ponga fin a la actual monarquía parlamentaria. Se trata de una posición más propia de la izquierda abertzale que del PNV pero que la necesidad de frenar estrechamiento electoral parecen haber equiparado. El alejamiento ha sido más repentino que progresivo, más medido que planificado. Este martes se escenificará con la imagen de la ausencia de representación institucional del PNV y el Gobierno vasco en la jura de la constitución de la que está llamada a ser futura reina de España, Leonor.
Se trata de un quiebro inesperado en la relación jeltzale con la monarquía. La historia acredita que ‘El besamanos a Fernando el Católico’ de Mendieta presidió el despacho del lehendakari José Antonio Agirre en el Hotel Carlton de Bilbao durante la Guerra Civil, hasta que tuvo que huir al exilio tras la toma de Bilbao por las tropas franquistas. También que medio siglo más tarde, -el 30 de enero de 1986-, su entonces sucesor en el cargo, el lehendakari José Antonio Ardanza, no dudó en acudir al acto de jura de la Constitución del hoy rey Felipe VI. No estuvo solo, una delegación del PNV encabezada por uno de los ponentes del Estatuto de Gernika, Marcos Vizcaya, le acompañó. En 2016 el PNV volvió a mostrar respeto hacia la monarquía con la presencia de Urkullu en el acto de abdicación de Juan Carlos en Felipe VI. Pero en 2023, en el acto que activa el proceso de sucesión que representa Leonor, la posición de los nacionalistas romperá esta tendencia al no estar presentes ni Urkullu ni el PNV.
A seis meses de las elecciones
El lehendakari Urkullu siempre ha defendido que se debe actuar con “cortesía” aunque no con “pleitesía” ante la monarquía. El ha estado presente en todos los viajes que el actual rey ha realizado a Euskadi. Al contrario que en Cataluña, el lehendakari no ha escenificado 'plantones' al Rey. Urkullu se ha mostrado cercano con Felipe VI siempre que el monarca ha visitado Euskadi. Andoni Ortuzar, el presidente del PNV nunca se ha mostrado tan cercano. Más aún, es difícil encontrar un acto, una imagen en la que se le vea junto al rey. Incluso el tono de sus críticas hacia la monarquía ha sido siempre más irónico, más duro. Sin llegar el enfrentamiento, pero alejado de la cortesía que Urkullu siempre ha procurado.
Es cierto que desde la reinstauración de la democracia, el nacionalismo vasco no ha abandonado su posición en favor de una república pero lo ha hecho sabiendo convivir en armonía con la monarquía parlamentaria. La batalla por erradicar la Monarquía nunca ha figurado entre sus ‘guerras’ .
Aún recuerdan como un gesto importante aquella agitada visita del Rey Juan Carlos a la Casa de juntas de Gernika en febrero de 1981, concebido como su particular ‘jura’ y respeto hacia los fueros vascos. En 2014 Urkullu invitó a Felipe VI a hacer lo mismo, a visitar Gernika en señal de respeto y continuación a esa particular relación foral con la monarquía española. Casi una década más tarde el actual monarca, pese a haber viajado en innumerables ocasiones al País Vasco, en ni una sola ocasión ha visitado la Casa de Junta de Gernika, símbolo de los fueros, de la singularidad vasca.
En este 2023 ni la monarquía ni las circunstancias del PNV son las mismas. Hoy el PNV mide bien sus pasos. Necesita hacerlo. En los últimos años el pulso con la izquierda abertzale se hace cada vez más complicado y cualquier desgaste puede ser mortal. A poco más de seis meses para unas elecciones autonómicas, el objetivo es recuperar a los 100.000 votantes decepcionados que no les volvieron a votar el 23-J. La imagen de los representantes del PNV en una jura de la Constitución de quien aspira a ser futura reina de España no parece que pueda ser la más aplaudida en Euskadi y podría perjudicarle en su batalla con Bildu.
Un institución "anacrónica"
Sabin Etxea siempre ha subrayado que el PNV es un partido republicano, que la suya es “la república vasca”. Pero lo ha hecho sabiéndose adaptar a la monarquía constitucional en la que ha tenido que convivir. El propio Urkullu estuvo presente en 2014 en la coronación del actual monarca pero ante los reproches de la izquierda abertzale, la otra marca nacionalista defensora de la república vasca, aclaró que acudía con “espíritu crítico constructivo” para defender y reivindicar una reforma profunda del modelo de Estado.
En el País Vasco la monarquía no goza de muchos adeptos. No en vano, fue una localidad vasca, Eibar, la primera en proclamar la república el 14 de abril de 1931. En sucesivas encuestas, la última de este último verano, el ‘Deustobarómetro’ de la Universidad de Deusto la situaba como la institución peor valorada, con apenas 1,9 puntos sobre diez.
Se constató en 2020 en la gira autonómica llevada a cabo por los reyes por todo el país. A su llegada a Euskadi no hubo concentraciones de apoyo sino más bien de rechazo e indiferencia, el sentir más extendido. Las continuas pitadas a Felipe VI en las finales de la Copa del Rey son sólo otra muestra más de la falta de sintonía social que existe con la monarquía en Euskadi. En este clima se toman decisiones como la de rebajar la presencia de la monarquía en la sociedad vasca con decisiones como la no retransmisión del discurso de Navidad del monarca, que Patxi López recuperó y que Urkullu volvió a suspender en 2011.
Exhibición 'cívico-militar'
“Es una institución anacrónica”, ha llegado a asegurar Urkullu, defensor de “republicanizar” la monarquía: “No se corresponde con los tiempos”. En un primer momento la abdicación en 2014 del rey Juan Carlos en su hijo fue recibida con cierta esperanza de cambio por parte de Sabin Etxea. Nueve años después, el PNV insiste en que apenas nada ha cambiado y que la falta de transparencia, rendición de cuentas y de imparcialidad o la pervivencia de privilegios como la inviolabilidad o la sucesión “por razón de sangre” no hacen sino apuntalar un modelo desfasado de monarquía.
Ahora, con Leonor, el PNV sólo ve intentos por reforzar un perfil particular de la monarquía, “con desfiles” en un acto “teóricamente civil” transformado en una “especie de exhibición cívico-militar”, denunció el pasado jueves. Considera que lo único que se pretende con este tipo de actos es la continuidad de un modelo “que niega el reconocimiento nacional vasco”.
Pero la ruptura es más escenificación que deseo de romper una relación centenario. En más de una ocasión han recordado que jurar la Constitución es, de algún modo, reconocer la pervivencia de los fueros, las ‘normas’ vascas y bajo las cuales se han desarrollado las relaciones en términos de consenso con la Monarquía. Una señal de reconocimiento y respeto mutuo, una suerte de juego en el que la monarquía juraba respeto a los fueros y los nobles vascos prometían sometimiento al rey. La Carta Magna que Leonor jurará mañana en el Congreso de los Diputados reconoce los fueros vascos en su disposición adicional primera, donde recoge el “amparo y respeto” a “los derechos históricos de los territorios forales”.
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