Agustín Ibarrola siempre fue incómodo para el poder intransigente. El de las dictaduras y el de las armas. Los sufrió en vida durante el Franquismo y en las décadas de violencia etarra. Su vida estuvo amenazada muchas veces. Pisó la cárcel, vivió escoltado y, lo que casi más le dolió, sufrió el olvido premeditado de instituciones públicas por haberse significado políticamente.

El genial artista vizcaíno siempre defendió la libertad como guía vital y artística. La enarbolo y protegió con unos y otros, con los de derechas y los de izquierdas. Su filiación comunista no le impidió ver que cuando la libertad está en peligro la ideología debe dar un paso atrás. El resumen de su vida, la personal y la artística, quizá se sintetice en la obra que se expone en el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria. Está compuesta de pequeños fragmentos de árboles, de pedacitos coloridos, de astillas entrelazadas formando una suerte de tronco dañado e incompleto. Son algunos de los restos de los ataques sufridos por una de sus obras más emblemáticas, el ‘Bosque pintado de Oma’.

Durante mucho tiempo Ibarrola estuvo olvidado, ignorado por las instituciones mientras el tiempo y el descuido, y, sobre todo, los ataques, lo mataban. En algunas de las agresiones  llegaron a talar algunos de los árboles de Oma. En otros episodios, la extrema derecha le quemó la casa y poco después intentarían hacer lo mismo con su taller.

Artista comprometido

Significarse en Euskadi en defensa de la libertad y en contra del terrorismo tuvo un precio elevado para Ibarrola. Durante mucho tiempo su obra sólo recibió el calor de sectores afines a la izquierda constitucionalista, como lo hizo Rosa Díez, cuando como consejera de Turismo del País Vasco en 2000 y convirtió al ‘Bosque Pintado de Oma’ en el emblema de su campaña, ‘País Vasco, Ven y cuéntalo’. Aquel silencio e indiferencia hacia su obra se prolongó durante décadas. Fue algo que el autor vivió con dolor. No comprendía los intentos por desplazarle o la ausencia de sus trabajos en retrospectivas de artistas vascos de la abstracción o el cartelismo que él tanto trabajó.

En la última década, las instituciones vascas han intentado reparar ese arrinconamiento. La Diputación de Bizkaia inauguró hace apenas tres semanas la restauración del ‘Bosque de Oma’. Una recreación renovada y ampliada de la obra de Ibarrola que se encontraba dañada por un hongo mortífero. Hoy el reconocimiento de su trabajo es innegable.

Pero aún queda mucho por resarcir y respetar. Muestra de ello es lo que aún ayer, horas después de su muerte, reflejaban sus obras en su localidad natal, Basauri. Ibarrola nació allí en 1930 y el Parque de Kantalazarra debía ser un rincón en su memoria. La realidad es otra. El conjunto escultórico –popularmente conocido como ‘Los Ibarrolos’- seguía ayer completamente vandalizado. Ubicado junto a un complejo de práctica habitual de skaters’, las figuras de acero corten siguen repletas de pintadas, carteles pegados y descuido con mucho tiempo de antigüedad. Ni una de las figuras del autor, titulado ‘Homenaje al pueblo de Basauri’ y que data de 1989, estaba limpia.

Al lado de las víctimas

Durante muchos años Ibarrola lideró los movimientos cívicos en contra del terrorismo y el acoso de la izquierda abertzale en organizaciones como Basta Ya! o el Foro de Ermua. Ibarrola fue el autor del conocido ‘Lazo Azul’ con el que por primera vez la sociedad vasca salió a la calle para reclamar en 1993 la puesta en libertad del empresario Julio Iglesias Zamora. De su mente y sus manos también salieron otros símbolos contra ETA en forma de logotipos del ‘Foro de Ermua’, o de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).

Ibarrola se convirtió en un habitual de las concentraciones minoritarias en sus inicios, del movimiento Gesto Por la paz que en silencio repudiaba en plena calle cada atentado de la banda terrorista. Cuentan en su entorno que fue precisamente en una de ellas en las que vivió el momento más humillante de su vida, cuando en las ‘contraconcentraciones’ organizadas por la izquierda abertzale, y que se situaban frente a las de Gesto por la Paz, fue agredido, arrebatándole su inseparable boina y ésta fue pisoteada.

En Euskadi, una gran parte de las obras en recuerdo a las víctimas del terrorismo llevan su nombre. Las tres capitales vascas y otras muchas localidades vascas y de fuera del País Vasco cuentan con alguna de las inconfundibles figuras de Ibarrola