Aquella semana no se ha olvidado ni en Génova ni en Sabin Etxea. Fue la última de mayo de 2018. Ambos guardan silencio desde entonces, como si quisieran olvidarla. A los primeros les supuso la pérdida del Gobierno, a los segundos arrastrar durante el último lustro la vitola de ‘villanos’, de aliados poco fiables, que creen que no merecen. Fue la antesala del ciclo político que abrió las puertas del Ejecutivo a Pedro Sánchez y que hoy se prolonga reafirmando alianzas y odios fraguados entonces.
Este jueves el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, reconocía que lo sucedido durante la moción de censura que terminó por derrocar a Mariano Rajoy no es algo de lo que suela hablar: “Nunca he hablado de esos días”, dijo. Asegura que “por respeto” a quienes estuvieron implicados en las negociaciones, en las idas y venidas en busca de apoyos y que fracasaron en el intento. “Agua pasada no mueve molino”, aseguró en Onda Cero a modo de justificación de su silencio en todos estos años.
Pero al presidente del PNV aún le duele la imagen de “villano” que, según él, se ha perpetuado sobre su partido desde entonces. Sitúa toda la responsabilidad de lo ocurrido en Rajoy, en su incapacidad para toma decisiones en un momento como aquel pese a que “sabía el marco en el que se iba a mover el PNV”. El líder del PNV insiste en que en su mano tuvo haber evitado el desenlace que forzó su salida.
Recrear aquellos días no es sencillo. Todo sucedió demasiado rápido, de modo imprevisto y con una presión en todos los frentes –el social, el electoral, el político…- que no todos supieron gestionar. Retornar al mayo de 2018 es regresar a un clima de informaciones sobre la corrupción en el PP, a un contexto en el que el PSOE aspiraba con regresar por fin a Moncloa y en el que Ciudadanos soñaba con hacerlo, sabedor de los buenos augurios que le apuntaban las encuestas. En el PP tampoco nadie preveía que sólo le restaban días para perderlo todo, para que el bolso de su vicepresidenta en el escaño de Rajoy fuera la última imagen del ciclo de gobierno popular, al que aún no ha regresado.
Negociaciones y exigencias
El 25 de abril de aquel año aún restaban dos años de legislatura y el Gobierno de Rajoy acababa de cerrar un acuerdo con el PNV para sacar adelante sus presupuestos. Lo logró a cambio de la revalorización de las pensiones de acuerdo al IPC y para abrir un proceso para reconducir el impacto del 155 aplicado en Cataluña. Los titulares con la idea de que los nacionalistas acababan de ‘salvar’ la legislatura a Rajoy se multiplicaron.
Sólo le quedaban dos meses. En mayo, la Justicia publicó la sentencia del ‘caso Gürtel’ que ponía en cuestión la financiación del partido y que condenaba a algunos de sus cargos. El día 24, el acuerdo con el PNV le permite al PP aprobar las cuentas. Sólo un día después, en un golpe de efecto, Sánchez presenta una moción de censura contra Rajoy. Convencido de que no prosperará, de que el apoyo del PNV no se revertiría, el presidente del Gobierno fijó la celebración del pleno tan sólo una semana después. Fue su intento para reducir el margen de maniobra del PSOE para armar una alianza suficiente que hiciera prosperar la moción.
Fue entonces cuando se inició el ciclo de negociaciones y órdagos, cuando el aliado vasco empezó a dudar y el PP a ver que el túnel de la legislatura se oscurecía de modo inesperado. En Euskadi, la posibilidad de que el PNV se convirtiera en el único asidero para salvar a un partido condenado por corrupción –sentencia después matizada por el Tribunal Supremo- asustaba. Sería difícil de vender, de explicar. En Sabin Etxea el debate sobre el desgaste de mantener a Rajoy o dejarlo caer se abrió, mientras en Génova se activaba el mecanismo para convencer al PNV de que no secundara los cantos de sirena de Sánchez.
En esos días previos al pleno los contactos se intensificaron. Incluso las mediaciones. Según fuentes conocedoras de la negociación consultadas por El Independiente, varios de los encuentros entre el PNV y el PP se mantuvieron en la casa de un alto directivo bilbaíno, el presidente Price Whaterhouse Coopers (PwC) en España, Gonzalo Sánchez. Los encuentros entre los representantes del PP y los del PNV, el propio Ortuzar y su mano derecha, Joseba Aurrekoetxea, un discreto e histórico ‘fontanero’ del PNV, pronto revelaron que el acuerdo se complicaría por la colisión de exigencias de los nacionalistas y de Ciudadanos, la otra formación necesaria.
Salida de Rajoy y... ¿Soraya o De Cospedal?
La mediación del alto directivo de PwC aspiraba a facilitar el acuerdo entre ambas partes. La consultora internacional es una de compañía muy presente en numerosas adjudicaciones de las administraciones vascas. Su actual presidente en Euskadi es Asier Atutxa, hijo de quien fuera consejero de Interior del PNV y presidente del Parlamento vasco.
En esos contactos, el PNV reclamó a Rajoy que para no apoyar la moción de censura debía cumplir dos requisitos: delegar la presidencia en otra persona del PP y comprometerse a no convocar elecciones y agotar la legislatura. El acuerdo presupuestario de hacía sólo una semana había sido muy ventajoso como para frustrarlo. La exigencia de Ortuzar contrastaba con la planteada por Albert Rivera, que además de exigir la salida de Rajoy de la presidencia y abrir un periodo transitorio con otra presidencia popular, debía comprometerse a convocar en un corto plazo elecciones generales. Para entonces, Rivera daba ya la legislatura por agotada.
Amabas peticiones planteaban que Rajoy debía dejar en manos de otra figura la presidencia. En el organigrama del Ejecutivo popular, Soraya Sáenz de Santamaría, la interlocutora del PNV, parecía la mejor situada. Pero los pulsos internos en el seno del PP, dividido entre los partidarios de Dolores De Cospedal y quienes validaban a Soraya Sáenz de Santamaría, amenazaba con romper el partido. Pugna que luego se libraría en unas elecciones en las que se impuso a ambas un desconocido Pablo Casado.
Las fuentes consultadas subrayan que fue ese el mayor temor de Rajoy, el que le bloqueó, junto al viraje inesperado del PNV y el que le llevó a no adoptar ninguna decisión. “No tomar una decisión es también una decisión”, señalaba ayer Ortuzar.
Un nuevo ciclo político
Pese a la intensidad de los contactos, no hubo acuerdo. Cuando se inició el pleno en el que se iba a debatir la moción de censura, el 31 de mayo, Rajoy sabía que no contaba con los votos suficientes. Ni siquiera los intentos de última hora lograron revertir la situación y el 1 de junio de 2018 el PNV apoyó la moción de censura que supuso la caída de su hasta entonces socio y la investidura de Pedro Sánchez. Rajoy logró el respaldo de Ciudadanos, UPN y Foro Asturias, insuficiente para hacer fracasar la moción de censura.
El sí de los cinco diputados del PNV a la candidatura de Pedro Sánchez supuso un cambio de pareja de baile que se mantiene hasta hoy. El PSOE se comprometió incluso a salvar el presupuesto pactado por el PNV con Rajoy días antes. Comenzaba un ciclo nuevo en la política española, con los acuerdos a varias bandas y la inestabilidad de alianzas múltiples como signo del nuevo tiempo. Aquel 1 de junio de 2018 Sánchez alcanzó la presidencia, para once meses tarde convocar elecciones, el 28 de abril de 2019. Comicios tras los que no logró dar forma a un acuerdo. Siete meses se vio abocado a volver a citar a los españoles a votar, el 10 de noviembre.
Fue el desenlace de una derrota inesperada en el PP, imposible de reconducir en las negociaciones y que se fraguó entre antiguos socios. Sin duda, la imagen del bolso de la vicepresidenta del Gobierno ocupando el escaño vacío de Rajoy sintetizó el modo en el que la política cambió en aquellos días intensos de junio de hace un lustro.
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