Cinco décadas después del asesinato de Carrero Blanco, algunas dudas siguen sobrevolando el último magnicidio de un presidente del Gobierno en España. Documentos clasificados, un sumario escueto, advertencias desde el País Vasco que no se escucharon, y un comando de ETA que estuvo paseándose por Madrid durante un mes sin levantar sospechas. El periodista Manuel Cerdán arroja luz en su último libro, Carrero: 50 años de un magnicidio maldito (Plaza & Janes, 2023), presentado este jueves en El Corte Inglés de Callao, en Madrid.
"El de Carrero es un magnicidio maldito porque no hubo interés en investigarlo", abría la conversación el periodista de investigación. El libro se adentra, con documentos inéditos españoles y extranjeros, en qué ocurrió aquella mañana del 20 de diciembre de 1973.
Los hechos: el almirante Carrero Blanco, delfín del dictador Franco y el llamado a sucederle, acudió a misa como cada día. Fue a la iglesia de los Jesuitas de la Calle de Serrano, en Madrid. Entró y salió sin escolta, como cada día. Al terminar la homilía, se subió en su coche, un imponente Dodge 3000 GT. Allí le esperaban su escolta y su chófer. Arrancaron y, tras dos giros, entraron en la calle Claudio Coello. A la altura del número 104 le esperaba un coche en doble fila y una explosión que levantó el coche hasta la azotea del colegio de la misma orden del templo donde tomó su última eucaristía.
"Murieron porque el coche les aplastó, no por la explosión", explicó Cerdán, que estuvo acompañado de los periodistas y directores de periódico Juan Luis Cebrián y Pedro J. Ramírez. Los tres hicieron alusión constante al asesinato del general Prim, del que también hay muchos claroscuros que resolver.
A los dos directores les pilló el atentado de manera muy diferente. Cebrián era director adjunto en Informaciones. Aquel día, los máximos responsables de los periódicos de Madrid estaban de viaje en Sudamérica, por lo que la detonación le pilló mandando la redacción a primera hora. Primero envió a una becaria a cubrir la explosión, pero cuando esta le dijo que "se comentaba que había afectado al presidente del Gobierno" mandó a dos de sus reporteros más experimentados.
El primero le confirmó la información de la joven, y el segundo fue al hospital. "Le he visto muerto", confesó que le dijo Cebrián este jueves. "Entonces decidí sacar una tirada especial", recordó, micro en mano.
Pedro J. Ramírez, más joven que Cebrián, todavía no estaba en una redacción. El atentado le pilló en la universidad de Lebanon Valley, en Pensilvania. Allí impartía clases de Literatura española contemporánea. Su contacto con las noticias ocurría en la biblioteca del centro. Allí leía periódicos de todo el mundo. El día después del atentado, leyó el titular en el New York Times. "Al leerlo dije en voz alta '¡coño!'", lo que le valió la reprimenda de la jefa del lugar. "Les expliqué que aquello cambiaba la historia de mi país".
Entre el público asistente hubo personajes pintorescos. Eduardo Zaplana, Pablo Crespo, Eugenio Pino, José Amedo y Eduardo Sánchez Gatell, ex senador del PSOE y antiguo colaborador de ETA, además de diversos periodistas de investigación de varios medios de comunicación.
El autor del libro, Manuel Cerdán, apuntaba a algunos datos inexplicables del atentado. Por ejemplo, que el comando de ETA pudiese llevar los explosivos desde Hernani hasta Madrid pasando por un autobús en Burgos sin ser detectados. "Estuvieron un mes en Madrid sin llamar la atención". Además, señala que todos estaban fichados. "Pasó por aquí gente que después lo fue todo en ETA", como Txomin, Argala o Josu Ternera.
"Los etarras pensaban que iban a hacer el túnel en tres días y al final estuvieron casi un mes", contó. Y señala a dos personajes clave que no fueron investigados: el primero, Iñaki Ugalde Aguirresarobe, alias Kaskazuri. Se trata del tercer hombre que hizo de puente entre Wilson y Argala, históricos dirigentes etarras. Gracias a él, el segundo, y al que se le atribuye la gran parte del atentado, pudo reunirse con un extraño personaje en el Hotel Mindanao que le brindó la información crucial para acabar con la vida de Carrero.
El segundo de los personajes claves es... En ese momento, Pedro J. interrumpió a Cerdán para volver a caminar sobre el atentado de Prim. La conversación entre los tres periodistas no volvió más sobre esa X que el autor del libro dejó en el aire. Preguntado al finalizar, durante la firma de libros, sentenció entre risas: "Algo tengo que dejar para los que compren el libro". Una duda más alrededor del magnicidio maldito de Carrero Blanco está al menos disipable de manera más sencilla.
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