La muerte de dos guardias civiles en Barbate, Cádiz, el pasado viernes, ha puesto en conocimiento de la opinión pública una realidad que sufren y padecen los vecinos de toda la costa gaditana desde hace décadas. Los narcos trabajan sintiéndose impunes, sintiéndose (porque es así) superiores a los agentes que los persiguen en número y medios.
El Plan Especial de Seguridad para el Campo de Gibraltar, impulsado por el actual ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha dado sus frutos. 1.668 toneladas incautadas en la zona desde julio de 2018, 19.907 personas detenidas y 22.207 operaciones llevadas a cabo por la Policía Nacional y la Guardia Civil, en colaboración con otros órganos como el CITCO o Vigilancia Aduanera.
Número abrumadores para un proyecto que este año llegará a su sexto año y que espera alargarse, como mínimo, otro más. El problema es que entre tanto detenido y droga interceptada, el día a día en el Estrecho no ha cambiado. Los delincuentes siguen paseándose con las narcolanchas de 15 metros, como la que acabó con la vida de David y Miguel Ángel, y la población sigue vitoreándoles cuando consiguen escapar, ya sea porque viven directa o indirectamente del narcotráfico o por adulación de unas figuras a las que ven como referentes en un ecositema donde el paro y la falta de futuro lleva a los chavales a aspirar a montarse en una goma cargada de fardos.
Los Castaña, el Messi...
Las operaciones de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, sobre todo de la desmantelada OCON-Sur, han conseguido atrapar a varios capos del Campo de Gibraltar. Esta unidad de élite, por ejemplo, consiguió desmantelar al clan de Los Castañas, los hermanos Antonio y Francisco Tejón, que llegaron a controlar el 70% del hachís que entraba en España por Cádiz. Otros han tenido que huir, como Abdellah El Haj Sadek El Membri, conocido como el Messi del hachís.
El mapa de quién manda en el control de la entrada de droga en Andalucía, sin embargo, no ha cambiado. "Siguen mandando los jefes, lo hacen desde prisión o desde Marruecos, eso sigue igual", señala un agente de la Guardia Civil bregado en el narcotráfico en la zona. Ante la ausencia de los jefes, los segundos en el escalafón han cogido las riendas, muchas veces creando sus propios clanes, estos más pequeños. Si los número dos caen, los siguientes en la cadena jerárquica toman el control. Y así hasta casi el infinito.
Algunos de estos lugartenientes, también detenidos, son Wachi o Noe D. El primero es un "histórico" del clan de Los Castañas. Se terminño entregando en julio del año pasado, sabedor de que la Guardia Civil le pisaba los talones. Lo mismo con el segundo, conocido como Mocarra, un narco "de toda la vida", del mismo clan y que decidió presentarse ante la Policía en noviembre de 2020, en mitad de la Operación Trapera.
Los otros nombres que destacan en la zona son el clan de Los Pantojas, Kiko el Fuerte, Gareth Mauro o Francisco el Francés. Todos ellos siguen controlando la entrada de hacís y otras drogas en la zona, a pesar de los contínuos golpes policiales, sobre todo desde julio de 2018, cuando el Gobierno se tomó el problema del narcotráfico como un asunto de Estado.
Subcontratas
Fuera de lo que se pueda pensar, los capos no se reparten las zonas de trabajo. Cualquier punto de llegada de droga es bueno. Desde Cádiz manejan los tiempos para que las lanchas desembarquen en la costa. Todo funciona como una cadena de montaje: están los especialistas en manejar las planeadoras, otros responsables de descargar los fardos, quienes conducen los todoterrenos que transportan la droga y otros que simplemente están en un punto avisando de la actividad policial. Se pega desde varios miles de euros hasta 600 por dar la voz de alarma.
"Trabajan como auténticos cárteles, es lo más parecido a México", afirma una fuelte consultada que estuvo destinada en el OCON. Los capos se prestan personal cuando alguno de sus hombres no está disponible, bien porque esté fuera de servicio o porque esté bajo control policial. "Trabajan como subcontratas", apunta este agente.
Los puntos de entrada siguen siendo los mismos: Algeciras, Barbate, Sanlúcar de Barrameda, Tarifa y Conil. Semana tras semana las asociaciones de la Guardia Civil graban y difunden la llegada de narcolanchas a la playa, con bañistas y vecinos mirando la escena estupefactos, pero con la normalidad de quien está hecho al cuerpo de esta realidad.ç
Control de la producción
El poder de los narcos ha traspasado la frontera. Ya no sólo cargan y trasportan. "Llegaron a controlar parte de la producción en Marruecos". Ahora siguen siendo los mismos los que mandan, ya estén huidos o entre rejas. "Lo de las cárceles es increíble. Todos tienen teléfonos móviles y lo manejan todo desde dentro, nada ha cambiado en cuanto a los que mandan". Los nuevos miniclanes, que nacieron de las grandes familias, tienen que pagar un canon por cada cargamento que introducen. Pagan una parte, en dinero o mercancia, a los grandes jefes, estén entre rejas o huidos en otros países.
La tensión se puede agarrar en el aire estos días en cualquier punto de la costa gaditana. "Si al Cabra este, al piloto, no lo llegamos a coger, lo matan entre los suyos, seguro", apunta un agente de la Benemérita. Los narcos han aprendido que tienen que pasar desapercibidos, no hacer ostentación de su poder adquisitivo para no llamar la atención de la Policía y la Guardia Civil. "Esto es lo peor que han podido hacer, ahora estarán un tiempo tranquilos porque saben que vamos a estar encima".
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