En su viaje exprés a Marruecos Pedro Sánchez no logró el miércoles desatascar la normalización de las aduanas de Ceuta y Melilla, el principal hito que Marruecos había prometido tras el giro de Moncloa en el contencioso del Sáhara Occidental. El presidente del Gobierno consiguió la fotografía con Mohamed VI, que hace un año le fue esquiva por el plantón del rey. Pero, a cambio, Rabat logró encajarse otro tanto: el supuesto apoyo de España al gasoducto Nigeria-Marruecos, un viejo proyecto del reino alauí para competir con Argelia que resulta inviable por las turbulencias geopolíticas y el coste y que pasa por la costa del Sáhara Occidental, un territorio pendiente de descolonización.
Moncloa asegura que no se firmaron acuerdos durante un viaje oficial que apenas duró cinco horas y que comprendió la audiencia real, el encuentro con el primer ministro y un almuerzo en palacio. Sin embargo, cuando Sánchez viajaba ya de vuelta a Madrid, el comunicado de la Casa Real marroquí anunció el apoyo del socialista a varias iniciativas del reino. “El presidente del Gobierno español saludó y marcó el interés de España por las iniciativas estratégicas lanzadas por su majestad el rey, que Dios le asista, especialmente la iniciativa de los países africanos ribereños del Atlántico, la iniciativa real para favorecer el acceso de los países del Sahel al Océano Atlántico, así como el gasoducto africano-atlántico Nigeria-Marruecos", rezaba el despacho real.
7.000 kilómetros y Cádiz como posible final
Especialmente llamativa es la presunta apuesta de Sánchez por el gasoducto que uniría Nigeria con Marruecos, un proyecto que Rabat lleva años vendiendo pero en el que pocos confían por los problemas de financiación, seguridad, inestabilidad regional o impacto ambiental.
Presentado oficialmente en 2016 por ambos países, bordearía 7.000 kilómetros de costa atlántica y tendría un coste de construcción que supera los 25.000 millones de dólares. Su objetivo sería transportar el gas natural de Nigeria -con la novena reserva de gas del mundo- a Marruecos, 13 países de África occidental y Europa.
En realidad, el gasoducto sería una extensión de unas instalaciones ya existentes que parten de Lagos (Nigeria) y enlazan con Cotonú (Benín), Lomé (Togo) y Tema y Takoradi (Ghana). A ese tramo ya en funcionamiento se unirían Abiyán (Costa de Marfil), Monrovia (Liberia), Freetown (Sierra Leona), Conakry (Guinea), Bissau (Guinea-Bissau), Banjul (Gambia), Dakar (Senegal), Nuakchot (Mauritania) y Tánger (Marruecos), con una posible prolongación hasta Europa a través de una terminal en Cádiz.
“España podrá obtener el gas que tanto necesita a través del gasoducto Marruecos-Nigeria y evitar el gas argelino”, señala a El Independiente Abdelmalek Alaoui, presidente del Instituto Marroquí de Inteligencia Estratégica y una fuente cercana a los servicios de inteligencia del país vecino.
Según las estadísticas de la corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores), Argelia fue el principal suministrador de gas en 2023, con un 29,3 % del total, seguida de Estados Unidos y Rusia. Ni siquiera la crisis diplomática abierta con Argel tras el cambio de posición en el Sáhara Occidental, que congeló la mayoría de las transacciones comerciales, ha afectado a las importaciones de gas del país árabe.
El proyecto del gasoducto suscita recelos y dudas entre los expertos. “El futuro del gasoducto Nigeria-Marruecos es complicado por cuestiones técnicas y geopolíticas”, advierte a este diario Baba Ahmed Mulay, profesor de Geopolítica y Recursos Hídricos de Universidad Alfonso X El Sabio, muy escéptico con la envergadura de la infraestructura marítima necesaria para llevarlo a buen puerto. La instalación recorrería 5.300 kilómetros en alta mar desde la isla de Barss, en el delta del Níger, hasta Dajla, en los territorios del Sáhara Occidental ocupados desde 1976 por Marruecos. Desde la ciudad saharaui continuaría por vía terrestre hasta conectarse con el gasoducto Magreb–Europe. "El de Nigeria-Níger-Argelia o Libia es más probable que se realice", añade.
Inestabilidad política
“Para que una infraestructura sea factible tienen que reunirse varios aspectos, pero los más importantes son: la estabilidad política de los estados afectados y en este caso es muy complicado. Tenemos la guerrilla del delta del Níger desde hace décadas y sigue campando a sus anchas”, desliza Ahmed Mulay. “Luego está el componente económico: Quién se hará cargo de la infraestructura. Supongamos que el Banco Europeo de Inversiones se hace responsable con el Banco Mundial de financiar dicha infraestructura. Esto nos llevaría a la pregunta de quién terminará gestionando y cuánto le toca a cada país de los nuevos por donde tendrá que pasar la infraestructura”, agrega.
Por si fueran pocas las derivadas, también habría que contar con un componente técnico que no resulta menor. “La infraestructura tendrá que ir paralela al cable de telecomunicaciones submarinas que bordea África, por lo tanto tienen que contar con las características técnicas de la presión hidrostática enorme a la que van a estar sometidas las tuberías. El coste de mantenimiento en en el mar es elevadísimo”, recalca Ahmed Mulay.
La financiación, otro desafío
El economista Chigozie Nweke-Eze, experto en energía y presidente de Integrated Africa Power, subraya el plazo de su construcción. Cuando los regímenes de Nigeria y Marruecos lanzaron el proyecto, estimaron que podría comenzar a operar en 2046, pero a la luz de los desafíos que implica su construcción podría tardar entre 25 y 50 años en entrar en funcionamiento. “Puede ser un proyecto viable. La idea que hay detrás es noble: hay países africanos con muchas reservas de gas y se ha demostrado que el gas sigue siendo útil, al menos a corto y medio plazo. Podrían exportar los excedentes de gas hacia otras partes del continente y Europa”, arguye.
Las instituciones financieras recelan de invertir en proyectos de gas y prefieren las energías renovables
No obstante, Nweke-Eze también comparte las vacilaciones sobre la financiación. “Nigeria y Marruecos podrían financiarlo parcialmente pero necesitan obtener más dinero de las instituciones financieras de desarrollo, que recelan a la hora de invertir dinero en proyectos de gas y prefieren apostar por energías renovables”, advierte. “El segundo desafío es su gestión. Las competencias necesarias para dirigirlo ya existen en el continente. Solo tenemos que asegurarnos de que se despliegan correctamente para garantizar que aprovechamos esas eficiencias y escalas. Hay que garantizar además que la política y la geopolítica no afectan a la eficiencia de este gasoducto”, desliza.
Otra de las coordenadas es la sostenibilidad ambiental. “Debe ser rentable pero hay que tener en cuenta la sostenibilidad, hay que asegurarse de que no afecte a la tierra, a los medios de vida de la gente, que no contamine, que no favorezca la contaminación”, apunta el economista, quien reconoce los retrasos que acumula el proyecto. “Una alternativa es construirlo para que pueda transportar también hidrógeno verde”, esboza.
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