“RABEI OSMAN EL SAYED AHMED, nacido el 22 de julio de 1971, en Gharbia (Egipto), hijo de Othmane Al Seid Ahmed y de Zineb Wali...”, esboza el sumario que reunió las pesquisas del mayor atentado terrorista de la historia de España. Rabei Osman, alias “Mohamed el Egipcio”, fue uno de los rostros que captó la atención en los años que sucedieron al 11-M cuyo vigésimo aniversario se cumple estos días. Señalado como uno de los tres presuntos cerebros del ataque, se llegaron a pedir 38.962 años de cárcel en virtud de su supuesta pertenencia a organización terrorista y la inducción de “191 asesinatos terroristas en grado consumado” y “1.825 asesinatos terroristas en grado de tentativa”.
La figura de Rabei Osman, hijo de felahin (agricultores, en árabe) del delta del Nilo, había estado en el radar de los servicios policiales españoles dos años antes del 11-M por su vinculación con algunos de los miembros que acabarían atentando en Madrid. Durante su estancia en la capital, donde había aterrizado en otoño de 2001, su teléfono fue objeto de escuchas y se le atribuyeron tareas de proselitismo yihadista en la mezquita Abu Bakr, ubicada el número 7 de la calle Anastasio Herrero, en el barrio de Cuatro Caminos. Su nombre volvió a aparecer tras la conmoción, en plena reconstrucción de la red que sembró el terror mediante diez mochilas-bomba alojadas en cuatro trenes de cercanías de Madrid.
Osman fue detenido en Milán el 7 de junio de 2004 y entregado a las autoridades españolas el 7 de diciembre de aquel mismo año. Se decretó “prisión provisional incondicional y comunicada por los presuntos delitos de asesinatos terroristas, estragos terroristas y pertenencia a organización terrorista islamista”. Durante los tres años siguientes, Osman se volvió un rostro habitual del macrojuicio y los pormenores de la investigación publicados por la prensa. Su nombre quedó vinculado a la matanza que tiñó de horror las vías de Atocha, Téllez, El Pozo y Santa Eugenia.
Quiere obtener un visado de residencia y regresar a España
Condena en Italia
El desfile por la justicia española acabó en octubre de 2007, precipitado por una sentencia que le absolvió de todos los cargos. Los 38.962 años de cárcel se esfumaron de un plumazo. Osman, que escuchó el veredicto en el palacio de Justicia de Milán escoltado por carabineros italianos, rompió a llorar. Libre de culpa, cumplió condena por pertenencia a banda armada en Italia hasta su extradición a Egipto en 2013. Once años después de su retorno a casa, Osman sigue maldiciéndose por su suerte.
“Mohamed el Egipcio” reside en Al Aziziya, una pequeña aldea del delta del Nilo ahogada en mitad de construcciones de ladrillo y las proximidades de la ciudad de Tanta. Osman ha regresado al pueblo en el que nació hace 52 años, al calor de los suyos. Su existencia ha cambiado poco desde que este periodista lo localizara hace una década. Por aquel entonces se ganaba un modesto sueldo como conductor de los microbuses que conectan su pueblo con la ciudad de la provincia, a 100 kilómetros al norte de El Cairo. Pasaba horas diarias recorriendo una ruta infernal, cruzando pasos a nivel y soportando los atascos. Se embolsaba unas 50 libras por trayecto (2,9 euros, según el cambio de entonces).
Ahora como entonces rehúsa hablar de lo que sucedió hace dos décadas, cuando la investigación judicial inicial apuntó hacia él. Apenas tres años después, los cargos terminarían evaporándose y con ellos cualquier responsabilidad sobre el ataque terrorista. “No quiere hablar hasta estar fuera de Egipto. Quiere obtener un visado de residencia y regresar a España”, explica un familiar que hace las veces de portavoz. A diferencia de hace siete años, cuando Osman aceptaba al menos hablar por teléfono y llegó incluso a aceptar un encuentro, ahora no quiere entablar ninguna conversación directa.
Su exigencia para romper el silencio que le ha acompañado en estos tres últimos lustros es un salvoconducto para abandonar Egipto, donde tras regresar se casó y formó una familia. Osman ya no es conductor. Ha cambiado de trabajo: ahora se gana la vida regentando una tienda de móviles en su pueblo. Vende desde tarjetas prepago de telefonía hasta terminales y accesorios. En su pequeño local también ofrece transferencia de dinero, un servicio muy usado en la tierra de los faraones y su larga diáspora más allá de sus fronteras.
Osman trata de salir adelante con el dinero que le reporta el establecimiento pero su sueño es dejar atrás lo que tiene. Hace años, tras retornar, probó suerte con la posibilidad de emigrar a Arabia Saudí, el destino de muchos de sus compatriotas para prosperar y abandonar un país que, tras años de inestabilidad política, vive hoy una profunda depresión económica. El nivel de inflación en Egipto se halla en niveles históricos; los préstamos millonarios al Fondo Monetario Internacional se acumulan y la moneda ha sufrido una devolución que no parece tener fondo.
Un pueblo de emigrantes
En mitad de una panorama sombrío, Osman quiere hacer mutis por el foro. Como ya hizo a finales de la década de 1990 y como protagonizan los jóvenes de su aldea, con Francia o Italia como destinos más solicitados. Él emigró a Italia en 1999 y en los años siguientes se trasladó a España, donde llegó a casarse con Rafika, una tunecina a la que conoció en 2002 y de la que acabó divorciándose. Vive en un apartamento a las afueras de la localidad en la que nacieron él y sus seis hermanos, tres varones y tres féminas. De ellos, El Sayed trabaja como profesor de árabe en una escuela del poblado y Mohamed -que guarda parecido con Rabei- conduce un camión.
En España se dijeron muchas mentiras sobre él. Aquí la gente considera que es inocente
Muchos en su pueblo, de 6.000 habitantes, han olvidado el pasado de Osman, cuyo rostro tras los atentados se hizo habitual de los informativos españoles. “En España se dijeron muchas mentiras sobre él. Aquí la gente considera que es inocente. Procede de una familia trabajadora y respetada”, narró hace unos años un vecino. En Egipto Osman ha evitado involucrarse en política, a pesar de haber regresado en plena convulsión tras el golpe de Estado que en 2013 desalojó del poder a los Hermanos Musulmanes y catapultó a palacio al mariscal de campo Abdelfatah al Sisi.
No soy culpable de nada y tengo todo el derecho a retornar. Tenía residencia en Europa. ¿Por qué no me van a dejar vivir allí? Es mi derecho
Perfil bajo
Precisamente el miedo a verse involucrado en la represión que ha sucedido a la asonada es uno de los argumentos que Osman maneja para guardar silencio mientras permanezca entre los confines de su país. “La gente en el pueblo ha olvidado el tema. Mi familia teme que, si hablo, pueda reactivarlo y movilizar a los servicios de seguridad egipcios. No quiero causar más molestias”, señaló en 2017 a este periodista. Por aquel entonces se quejaba de sus condiciones laborales. “El trabajo es muy malo. La vida está cada vez más cara y difícil”, lamentaba.
Cuando le arrestaron tenía un euro con unos céntimos. A mi no me parecía que un indocumentado que en España se dedicaba a la venta callejera fuera el responsable del mayor atentado de Al Qaeda en Europa
“No soy culpable de nada y tengo todo el derecho a retornar. Tenía residencia en Europa. ¿Por qué no me van a dejar vivir allí? Es mi derecho. Aquí la vida es muy complicada”, sostenía entonces. Osman era consciente de que no tenía cuentas con la justicia española pero no había olvidado la presión mediática que padeció. “Los medios de comunicación me trataron muy mal. No fueron justos. Propagaron mentiras y por eso mismo sigo teniendo miedo a hablar”, indicó.
La prueba que colocó a Osman en el centro del macrojuicio fueron unas grabaciones telefónicas y ambientales interceptadas en Italia en la que -según una traducción del árabe al italiano- Rabei deslizaba que “el hilo de lo de Madrid fue mío” o “era mi proyecto más querido”. El tribunal presidido por Javier Gómez Bermúdez las consideró “claramente equívocas”, tras escuchar el análisis de los traductores al español.
“Se presentaron bajo titulares de que Rabei había reconocido ser el cerebro del atentado. Cuando los intérpretes españoles escucharon directamente las grabaciones y las tradujeron del árabe constataron que lo que la policía italiano decía que había dicho no era eso. Las frases más importantes y auto imputaciones no existían”, explicó su abogado Endika Zulueta. “Se habló mucho en el juicio de su extremismo religioso como un indicio de su participación en los hechos. Se habló incluso de una mancha que tenía en la frente de tanto rezar y que lucen millones de musulmanes. Fue una situación muy tensa. Su cara salía todos los días en la prensa como el autor del mayor sufrimiento que ha padecido este país por un atentado. Resultó muy duro”.
Esas conversaciones telefónicas le condujeron a prisión en Italia. Un tribunal penal de Milán le impuso diez años de cárcel en noviembre de 2006 por pertenencia a banda armada, una sentencia rebajada luego a ocho años que evitó una condena similar en España. “Es una paradoja. En Italia fue condenado primero por pertenencia a Al Qaeda al considerar que estaba vinculado a los atentados de Madrid. Y luego, cuando le juzgan por los ataques, no se halló prueba alguna de su conexión. Debía haber sido también absuelto”, apuntó Zulueta. “Cuando le arrestaron tenía un euro con unos céntimos. A mi no me parecía que un indocumentado que en España se dedicaba a la venta callejera fuera el responsable del mayor atentado de Al Qaeda en Europa. Era muy religioso pero nada más. Condenó los atentados desde el minuto uno. Simplemente le tocó la china”, concluye el letrado.
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