Aquel día Gastón González Parra estaba en el tren de la calle Téllez. Cerca de las 7:40 de la mañana, cuando al convoy le quedaban unos 500 metros para llegar a la estación de cercanías de Atocha, explosionaron las cuatro bombas que los terroristas habían colocado, matando a 63 de las 192 víctimas totales que hubo el 11 de marzo de 2004. Hoy en día el lugar está muy distinto. Hay bancos, un olivo centenario y una placa conmemorativa donde se lee una parte de la canción Jueves, de La Oreja de Van Gogh: "Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado, un día especial, este 11 de marzo, me tomas la mano, llegamos a un túnel que apaga la luz". Gastón nunca lo había visto.

- ¿Qué te parece? 

- Me gusta la letra de la canción. Pero el monumento no me parece muy real. No fue aquí exactamente, y si te fijas es aséptico, neutro. Incluso te diría que bonito. Y los recuerdos de lo que pasó ese día pueden ser bonitos en muchas cosas, pero era un momento de la historia en el que las cosas no eran nada bonitas. Había una guerra y nosotros estábamos involucrados en ella. Había pasado lo del 11-S en Estados Unidos. Y el odio crecía y se alimentaba por todos lados. 

- ¿Se puede hacer un monumento que haga justicia a todo eso?

- [Vacila mucho antes de contestar]. No, no se puede. Cada persona tiene una historia muy distinta. 

La de Gastón comienza en Chile, donde nació. Sigue en El Salvador, donde conoció años más tarde a su mujer (ahora exmujer) durante una misión de paz mientras trabajaba para la ONU. Y continúa en Madrid, donde la pareja decidió instalarse. Tuvieron tres hijos, y el día de los atentados Gastón madrugó para acompañar a los dos mayores (que tenían por aquel entonces 8 y 10 años) al colegio. Era una rutina diaria. Cogían el tren en El Pozo juntos, su padre los dejaba en el colegio en Chamartín y se iba a trabajar el centro de la ciudad, en una una fundación jesuita. 

"Recuerdo decirles que desayunaran rápido, porque llegábamos tarde. Tuvimos que correr a la estación, pero perdimos el tren que cogíamos todos los días. Ese fue el que estalló en Atocha. Nosotros cogimos el que estalló en la calle Téllez. Y el que venía después estalló en El Pozo. Así que nos hubiera tocado si o sí", rememora Gastón.

Vera de Benito no iba en ninguno de los trenes atacados. Ella tenía sólo nueve años. El que sí viajaba en uno era su padre Esteban, que era técnico de telefonía y tenía en ese momento 39 años. "Vivíamos enfrente de la Estación de Santa Eugenia, donde también pusieron bombas. Yo recuerdo mucho lío, mucha confusión, mucha incertidumbre. No sabía qué pasaba y tengo muchas lagunas. Pero vi imágenes que no tendría que haber visto", relata Vera. Tardó un tiempo en comprender lo que había sucedido. "Mi padre trabajaba en Recoletos, que está una parada después de Atocha, y cogía el tren todas las mañanas en Santa Eugenia. Era línea directa y tardaba muy poco. Pero murió asesinado en Atocha, una parada antes de su destino", explica. 

Aproximadamente un minuto y medio después de las explosiones de Atocha estallaron las bombas de la calle Téllez. Gastón iba en ese tren. "Mucha gente se empezó a agolpar al lado de la puerta porque iban a bajar en Atocha. Los trenes iban llenos a esa hora, el horario estaba bien elegido. Primero estalló una bomba que iba en el vagón anterior, y luego estalló otra en el nuestro, como a cuatro o cinco metros de nosotros. Y ahí perdí la consciencia", asegura.

Cuando despertó cuenta que todo eran humos y gritos. Cree que no estuvo mucho tiempo inconsciente, pero no lo tiene claro. Lo primero que hizo fue buscar a sus hijos. "Los dos habían bajado del tren. Pero estaban vivos, gracias a Dios". Gastón estaba herido, tenía metralla en la pierna y en la parte de atrás de su cabeza. Sus hijos estaban mejor, aunque tenían afectados los ojos y la espalda. Pero lo peor eran los tímpanos, que se destrozaron con la explosión. 

La imagen de aquello la tenemos todos en la retina. "El vagón estaba reventado. Vimos cuerpos, algunos de ellos sin cabeza. Yo quería salir de allí para que los chicos no siguieran viendo el panorama, pero era complicado. Teníamos la audición muy baja por la explosión. Cuando conseguimos salir fuimos a una piscina, que está justo aquí enfrente de la placa. Ya estaban llegando algunos heridos allí. Yo me limpié un poco la sangre y salí a buscar un teléfono para llamar a mi mujer. Y al poco tiempo ya estábamos camino del hospital", recuerda Gastón.

Él estuvo varios días ingresado. Cuenta que llegó a tener la audición al 30%, aunque la fue recuperando poco a poco hasta alcanzar el 90% actual. Sus hijos cree que no tienen ninguna secuela. "Ni física, ni psicológica creo que tampoco", afirma. Aunque no se les ha borrado la imagen de su padre con la ropa echa jirones, la cara completamente negra y ensangrentada y el pelo quemado.

Las secuelas del atentado

A Vera le contaron "que unos malos se habían llevado a papá". Y eso con nueve años "le sirvió, hasta cierto punto". Pero cuando creció un poco más ya no. Así que se puso a investigar por cuenta. Titulares, artículos, libros… Poco a poco el puzle empezó a tener sentido para ella. "La única pregunta que queda por contestar es por qué pensaron que de verdad valía la pena hacer que Madrid saltara por los aires. Pero eso no lo vamos a saber nunca", asegura.

Entenderlo también hizo que llegara el dolor. Cuenta que precisamente por eso sufrió más en los años posteriores al atentado que en ese primer momento, porque se dio cuenta de que su padre le faltaba "con el paso del tiempo". Aún así, asegura que no le importa hablar del tema, porque el dolor se lo guarda para ella misma y lo siente en casa.

Cuando habla de él lo hace con una sonrisa: "Mi padre era un padrazo. Un tío muy manso, que rehuía el conflicto. Aunque yo sólo recuerdo de él cosas muy concretas, son todas muy bonitas. Ver películas de Disney juntos, recitarle poemas que había aprendido en el colegio, que me enseñara a nadar en la piscina de Santa Pola, donde veraneábamos… Yo era muy torpe, y recuerdo que cuando me caía, que era algo que pasaba todos los días, se agachaba para ayudarme. Y como era un forofo del Real Madrid, y a mí siempre me ha gustado tocar las narices, le cantaba el himno del Atleti".

- Tienes casi 30 años. No te queda mucho para alcanzar la edad que tenía tu padre cuando murió.

- Madre mía. Yo sé que él, donde quiera que esté, me está mirando con cara de 'vas a llegar, vas a llegar'. Lo importante es cumplirlos, y yo estoy muy contenta de llegar a los 30 y de alcanzarle a él, cuando llegue el momento. Pero jolín, te hace pensar en el tiempo, ¿eh?. Es que han pasado 20 años ya. Todo pasa volando.

Y tanto. Aquella niña hoy es una mujer. Periodista y politóloga. Especializada en seguridad nacional... y terrorismo. "Quería poner mi granito de arena para que ataques similares no volvieran a suceder", relata. Por eso ahora está escribiendo un libro donde ha entrevistado a víctimas del terrorismo, desde ETA a las FARC, pasando por Al Qaeda o Daesh. Y aunque ha vuelto a tener algunas pesadillas, confiesa que le ha merecido la pena. Aún así, cuenta que no sabe hasta qué punto le afectó realmente el 11-M, porque nunca sabrá cómo hubiera cambiado su vida si su padre no hubiera tomado aquel tren. Pero sí puede hablar de cómo es ella ahora.

"Con el tiempo me he hecho más fuerte, me he forjado a mí misma. Durante algunos años fui al psicólogo y me ayudó muchísimo. Sobre todo a conocerme. Me marqué el objetivo de seguir viviendo, y de separar los conceptos de 'papá' y 'atentado'. Yo de mi padre me acuerdo todos los días, del atentado, no tanto", explica. Aunque eso no significa que haya vuelto a la normalidad, porque eso no vuelve. "Si a ti te quitan a alguien tienes que aprender a vivir así, pero la vida no puede continuar igual. Y yo aprendí a vivir sin mi padre. ¿Es difícil? Sí ¿Duele?. Sí. Pero no es bueno quedarte anclado en el 11 de marzo de 2004".

El camino de Gastón fue parecido. En un primer momento, el "subidón de estar vivo" opacó todo. Pero poco a poco esa sensación se fue desmoronando. "Yo traté de volver a trabajar lo antes posible. Pero unos dos meses después del atentado tuve estrés postraumático. Tuve que parar e ir al psicólogo. Se me había acabado esa fuerza y esa energía, y ahí empezó una recuperación más lenta, sobre todo en lo anímico. Estuve muchos años durmiendo mal, teniendo pesadillas... Hay gente que sigue todavía teniendo pesadillas", afirma.

La respuesta de la sociedad y de los políticos

Resulta sorprendente como, a pesar de que no se conocen y sus historias y experiencias son muy diferentes, Gastón y Vera concuerdan en muchas cosas. A veces hasta el punto de prácticamente calcar sus palabras. Para empezar, ambos se muestran convencidos de que la investigación judicial y policial "llegó hasta donde se pudo". Y aunque consideran casi inevitable que quedara algún cabo suelto, no tienen nada que reprochar.

También coinciden en reiterar una y otra vez su enorme agradecimiento a la sociedad española. Vera lo resume: "Sentimos la solidaridad de la gente. Es algo que creo que creo que es inherente a España desde siempre, cuando hay una desgracia, un atentado o un desastre nos unimos. Es triste que esto solo lo hagamos cuando pasa algo feo, podríamos cambiarlo. Pero es fascinante la solidaridad y la unidad que demuestra España cada vez que el terrorismo le atiza".

Los dos también se deshacen en elogios hacia los cuerpos y fuerzas de seguridad y los profesionales sanitarios por su trabajo antes, durante y después el 11-M. Y coinciden en señalar a los culpables de la división de los días posteriores. "No juzgo a grupos parlamentarios enteros ni a partidos políticos, sería absurdo generalizar. Yo me refiero a algunas personas en concreto. Y lo único que critico de ese día es la mentira de Aznar y Acebes", asegura Vera.

"La gente estaba unida, la fractura llegó por los medios y los partidos políticos. El primer maltrato, el único quizás, fue la terquedad de seguir contando una historia que no era verdad. Por eso hubo mucha rabia luego, que se expresó en las manifestaciones y se reflejó en las elecciones. Yo no pude votar porque estaba en el hospital, pero lo intenté hasta el último momento. Incluso pedí que me llevaran en camilla. Vengo de Chile, de la época de Pinochet, y el mayor logro de mi generación fue que pudiéramos votar. En esas elecciones no pude, pero desde entonces no he dejado votar nunca, en ningún país y en ningún momento", explica Gastón.

Tampoco guardan rencor ni pierden tiempo en pensar en los autores del atentado. "Siento una profunda pena por ellos y por lo que hicieron con su vida. Podrían haber tenido hijos, habrían tenido alguna profesión... Pero le dieron sentido a la locura de vivir para matar. El veneno que recibieron les mató. Pero nunca he tenido rencor, ni un sólo minuto", apunta Gastón. "Yo rencor no siento, es malísimo para la salud. La vida de todo aquel que estuvo implicado directa o indirectamente en el atentado me importa un pimiento. Es tal la insignificancia que siento... Para mí no son importantes, no pierdo tiempo en pensar en ellos", señala Vera

Ambos rechazan también el calificativo de víctimas, aunque en el titular de esta noticia se les haya calificado como tales a falta de un nombre mejor. Pero sus motivos son diferentes. Vera se muestra convencida de que ella, como mucho, es una "afectada muy directa" porque "víctimas son las que sufren el atentado". Y Gastón asegura que lo fue, pero que pasó página: "Yo estoy vivo, y mis hijos también. Este año es especial, y creo que es importante decir que la vida sigue y dar las gracias en público a la sociedad. Porque 20 años de vida extra son muchos".