Es el sillón de poder por el que todos compiten estos días. Ostentar el bastón de mando, la ‘makila’ de lehendakari, es la cima de la carrera política en Euskadi. Quienes lo han ocupado afirman años después que fue un honor, un privilegio. La realidad, sin embargo, es que sobrevivir a él les costó, en prácticamente todos los casos, pagar un precio elevado: salir con un final abrupto, hacerlo en contra de su voluntad o, peor aún, provocando una fractura entre los suyos. Entre los cinco lehendakaris de la democracia tan sólo el recientemente fallecido José Antonio Ardanza (1985-1999) dejó el cargo por decisión propia y con el respaldo y reconocimiento social cotas elevadas. Ni Carlos Garaikoetxea (1980-1985), ni Juan José Ibarretxe (1999-2009), ni Patxi López (2009-2012), ni el actual mandatario, Iñigo Urkullu (2012-2024), tuvieron, tendrán, una salida tan amable de la lehendakaritza.
Ardanza, el lehendakari que más tiempo ocupó el cargo, 14 años es el único lehendakari que dejó de serlo por decisión propia. Lo hizo tras tres legislaturas y media. Fue él quien decidió pasar el testigo. El recién fallecido lehendakari –cuyo funeral se celebrará mañana en su localidad natal, Elorrio- abandonó el cargo y lo hizo con el reconocimiento de su partido y el respaldo social en niveles altos. Una imagen positiva que mantuvo durante décadas una vez fuera de la política.
Su caso se inserta entre otros dos lehendakaris, el de quien él sustituyó y el de quien le relevó, en ambos casos con finales muy diferentes. Sin duda la trayectoria final más convulsa es la de Carlos Garaikoetxea. En plena Transición, la llegada de Garaikoetxea, quien había sido presidente del PNV durante los tres años anteriores, supuso un soplo de aire fresco para el entramado institucional vasco aún por renovar y para el PNV. Todo fue bien los primeros años, sin embargo, la segunda legislatura todo cambió. Garaikoetxea fue fortaleciendo su posición al frente del Gobierno y desmarcándose del control del partido.
Lehendakari Garaikoetxea: escisión y olvido
La tensión por no dejarse manejar por el PNV fue a más. Alcanzó su mayor nivel cuando intentó poner orden en el mapa institucional vasco. El PNV abogó por elaborar una ley que definiera el marco competencial y de reparto de recursos financieros entre diputaciones forales y el Gobierno vasco, la llamada Ley de Territorios Históricos. Garaikoetxea presionó para que las mayores cuotas de poder y recursos recayeran en el Ejecutivo vasco que él presidía y se debilitara a las diputaciones forales. Llegó incluso a contraponer su propio borrador de ley frente al que se ultimaba en la dirección de su partido, en Sabin Etxea.
A dos meses de las elecciones llegó a amenazar con no presentarse a la reelección de las autonómicas de 1984. La fractura se escenificó como nunca antes en el ‘Alderdi Eguna’ (Día del partido) de 1984. El último domingo de aquel agosto el lehendakari quiso cerrar el acto, vulnerando la tradición de que lo hiciera el presidente del EBB, Arzalluz. Para entonces la suerte estaba casi echada. En diciembre de ese año, tras una Asamblea del partido de nuevo envuelta en alta tensión, el partido forzó la dimisión de su lehendakari Garaikoetxea. El 18 de diciembre dimitió.
Hoy, quien después fundó EA, es como si jamás hubiera existido en el mundo jeltzale, como si aquel joven de buena formación, buena imagen y dotes de oratoria llamado a renovar y actualizar la imagen del viejo partido fundado por los hermanos Arana jamás hubiera representado nada en la historia de la formación. Para unos sigue siendo poco menos que un traidor, para otros un déspota que se quiso más a él que al partido o un desafortunado percance en la historia centenaria del partido.
Los 32 escaños que obtuvo en las elecciones autonómicas de 1984 -un año antes de la escisión del PNV- siguen siendo su techo, su cielo electoral. Dos años más tarde llegó el suelo, el infierno: en 1986 -previo adelanto electoral- su nuevo candidato, José Antonio Ardanza, sólo logró 17 asientos.
Ibarretxe, un lehendakari incómodo para el PNV
El caso de Juan José Ibarretxe también es la historia de un final convulso fruto de un empecinamiento que comenzó a incomodar en el PNV. La ‘bicefalia’ institucional y orgánica del partido ha marcado siempre dos ritmos y dos visiones que en ocasiones han avanzado de modo desigual. Ibarretxe siempre representó el ala más soberanista del partido. Fue su apuesta más insistente y la que terminó por polarizar la política vasca hasta el extremo.
El ‘plan Ibarretxe’ fortaleció las tesis más nacionalistas y soberanistas pero también aupó, de modo indirecto, a las formaciones que se oponían a él, a los partidos ‘constitucionalistas’: PP y PSE. En 2005 el ‘Plan’ del lehendakari Ibarretxe fue rechazado por el Congreso. Pero el tensionamiento no cesó. La violencia de ETA alimentó aún más esa división y tensionamiento social. En las elecciones de 2009, con la izquierda abertzale ilegalizada, el candidato a la reelección por el PNV venció, pero no con la fuerza suficiente como para imponerse a la alianza que fraguaron populares y socialistas para desplazar, por primera ver, al PNV del Gobierno vasco y hacer a Patxi López lehendakari.
Ibarretxe abandonó la política vasca. Lo hizo poniendo tierra de por medio y subrayando evidentes diferencias ideológicas con el PNV que comenzaba a remodelar Iñigo Urkullu. Ibarretxe no se dejó ver en actos del partido, su perfil contrastaba con la moderación que el entonces presidente del partido quería imprimir al partido para intentar recuperar el poder perdido. Durante todos estos años, Ibarretxe ha insistido en su apuesta soberanista. Lo ha hecho ideológicamente más cerca de tesis propias de la izquierda abertzale o del ‘proces’ catalán del que Urkullu siempre se ha alejado. Ahora, su figura parece que comienza a rehabilitarse en las filas del PNV, con apariciones, aún esporádicas, pero algo más frecuentes.
Lehendakari López, un adiós de poder y votos
A Patxi López la lehendakaritza también le dejó heridas. Su mandato apenas agotó la legislatura. El PSE imprimió otro modelo de gobierno, otras prioridades y otra política en la lucha contra ETA y la violencia. Su batalla para “recuperar” las calles, para arrebatarlas al control de la izquierda abertzale fue una de sus señas de identidad. Sin duda, el final de ETA, con su declaración de final de las acciones criminales marcó la legislatura de López. Sin embargo, el regreso de la izquierda abertzale, legalizada y reconvertida en Bildu frustró sus opciones para la reelección. El candidato Urkullu recuperó el poder para el PNV. Los socialistas tuvieron que conformarse con cerrar acuerdos de coalición meses después.
En 2012 el PSE bajó de los 25 escaños a los 16. Nueve asientos menos que supusieron un duro revés y al que le sucedería una pérdida de apoyos los años posteriores. Patxi López abandonó no sólo la lehendakaritza sino que dio un paso atrás al frente del PSE. Idoia Mendia le relevó como secretaria general. A partir de ahí, López dio el salto a Madrid para implicarse en la política del PSOE.
Lehendakari Urkullu, un relevo no deseado
Urkullu inició en diciembre de 2012 la que ha sido la segunda era más larga de un lehendakari al frente del Gobierno de Euskadi. Cuando accedió a ser candidato y abandonar la presidencia del PNV aseguró que lo haría por un máximo de dos mandatos. La pandemia y la crisis posterior complicó un cambio de candidatura y Urkullu accedió en 2020 a ser de nuevo el cartel electoral de su partido.
A finales de 2023 el debate sobre las candidaturas electorales llevaba semanas abierto sin que el PNV se pronunciara. Urkullu inistió en que su labor no había terminado, que en su proyecto de gobierno aún quedaban muchas iniciativas por poner en marcha como para pensar en él como aspirante a un cuarto mandato. Mientras el resto de formaciones comenzaban a fijar candidaturas, el PNV guardaba silencio. La insistencia de la prensa casi diaria sobre Urkullu reveló que el lehendakari estaba dispuesto, incluso deseoso, de optar a una cuarta legislatura.
La sorpresa saltó el 24 de noviembre. Una filtración periodística desveló que no sería candidato, que su perfil y desgaste aconsejaban un relevo generacional y que se optaría por un casi desconocido candidato: Imanol Pradales. Durante semanas a Urkullu se le vio molesto, frío con el partido, en un claro gesto de que el ‘relevo’ no había sido deseado. “Soy hombre de partido”, ha insistido. Y como tal se ha empeñado en ejercer en esta campaña electoral que le sacará de la lehendakaritza con un sabor amargo para ceder el testigo, salvo sorpresa, a quien fue su alumno en la ikastola.
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