En realidad no se llama Manoli, pero es el alias con el que quiere proteger su identidad. Ahora cuenta su historia por primera vez. Su vida no fue fácil. El atentado que acabó con la vida de su marido lo hizo también, de algún modo, con su familia. Una familia numerosa, fracturada entre afines al radicalismo de Herri Batasuna y contrarios. Entre quienes incluso eran capaces de esbozar justificaciones al secuestro y asesinato que en los años 70 acabó con la vida del padre de familia. Lo que 'Manoli' tampoco superó fue el desprecio, incluso de quienes debían acogerles; el cura que se resistía a celebrar la misa o los compañeros de colegio que maldecían la memoria de su marido acusándolo de 'chivato'.

'María' también es una identidad ficticia. La suya es la historia de una hija, cuyo padre fue un hombre que no dudó en jugarse la vida para salvar ciudadanos judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo valiéndose de su trabajo en la aduana. Después vino lo peor. ETA intentó robarle sus ahorros. Lo hizo exigiéndole que pagara 10 millones de pesetas: "El 26 de junio, a las seis de la tarde, Librería Zabal de Bayona, pregunte por el señor 'Otxia'. Si no hace la entrega en el día fijado le buscaremos hasta ejecutarlo".

El caso de Angelines es el de una mujer a la que una la banda también le cambió su vida de modo irreparable. Llegó a suplicar que liberaran a su marido, incluso se ofreció a ETA para intercambiarse por él. Su vida había sido feliz hasta aquella tarde en el que con sus hijos vio que Alberto no llegaba como habían acordado. En su lugar, dos policías se le acercaron para informarle que había desaparecido. ETA lo asesinó días después, el 13 de septiembre de 1980. Esa escena es hoy un sueño recurrente. Su esposo, militar, trabajaba en la farmacia familiar. Desde que ETA lo secuestró y asesinó, entrar en una farmacia es demasiado duro.

Sólo dos días más tarde la banda terrorista mató a Cándido Cuña, panadero. Cuatro años antes también habían atentado contra él. Se salvó pese a las ocho balas que atravesaron su cuerpo. Su delito, haber suministrado pan a cuarteles y comisarias de la Guardia Civil y la Policía. Sólo unos días más tarde, ETA mató a Lorenzo Mendizabal, carnicero. De nada le valió ser afiliado del PNV. La sentencia de ETA se la impuso por suministrar carne a la comisaría cercana a su negocio.

Son sólo un puñado de historias de las muchas que se podrían recordar. Ninguna de ellas son ficción. Ocurrieron y pronto se olvidaron. El conoce bien lo que fue ser víctima de ETA. Lo vivió en primera persona. A Juan José Mateos (Ciudad Rodrigo, 1972) no hace falta contarle cómo actuaba la banda terrorista. Cuando llevaba apenas 23 días como agente de la Guardia Civil sufrió un atentado de la banda terrorista en el aeropuerto de Reus. Aún tiene secuelas de aquello. En su retina siguen muy vivos los crímenes atroces que llevó a cabo la organización terrorista. Los vio en primera persona como miembro de Grupo Antiterrorista Rural (GAR) de la Guardia Civil, con el que intervino en numerosas operaciones y cuya experiencia relató en ‘Pikoletos’, su anterior libro.

Pero a Mateos hay una idea que siempre le rondaba la cabeza. El olvido. El que han padecido durante muchos años las cientos de víctimas que no ocupaban los primeros lugares de la atención mediática e institucional. Las madres, viudas y huérfanas a las que una bomba, un disparo de ETA, les arrebató a su ser querido y del que poco después nadie más se acordó. Familias que vivieron con dolor y en silencio el desprecio y el abandono. “Me impactó escuchar a una viuda decir que en todos estos años no le habían dejado ‘ser viuda, llorar en alto’”.

Son las 16 historias que recoge en 'Inocentes. Las otras víctimas de la ETA' (Arzalia Ediciones) en las que un elemento se repite, las ganas de contar, de ser escuchadas como nunca antes nadie lo hizo. El aclara que se refiere a "la ETA" por ser el termino "más adecuado" al englobar no sólo a la estructura militar sino "a todo su entorno, nunca suficientemente destacado e imprescindible en el desarrollo y mantenimiento de la organización terrorista a lo largo de las décadas".

Pregunta.- En ‘Pikoletos’, su primer libro, usted explica su propia experiencia personal en la lucha contra ETA y como víctima. Ahora dedica un libro a contar las historias desconocidas de otras víctimas. ¿Por qué?

Respuesta.- Con ‘Pikoletos’ la valoración que hicimos fue que, de algún modo, pese a que se ha escrito mucho, cine, novelas, etc. sobre las víctimas en realidad, hay muchas historias desconocidas entre las 850 que provocó ETA, la mayoría. Desde que estaba en la Policía Judicial para coger fuentes en pueblos muy cerrados recurría a las víctimas del terrorismo. Les iba a visitar, fundamentalmente a mujeres que eran viudas. Las visitas eran por temas de la Guardia Civil, temas de policía judicial, de documentación, datos que faltaban, etc. Cada vez que iba a verlas te recordaban cómo había ocurrido el atentado, cómo lo vivieron. Descubres que hay casos sangrantes.

P.- ¿Qué se encontró en su recogida de testimonios?

R.- Me di cuenta de que estas personas que habían vivido en pueblos muy cerrados, fundamentalmente de Gipuzkoa, lo habían pasado mal. Una viuda me dijo, ‘no me han dejado ser viuda, no me han dejado llorar en alto’. Lamentaba que no había tenido apoyo, que a sus hijos nadie les había ayudado. Por eso cuando les propones contar su historia, decirles que esto es muy necesario contarlo, que se tenía que haber hecho antes, acceden. Todos conocemos el asesinato de Enrique Casas, de Gregorio Ordóñez, que también son casos dolorosísimos, pero los de estas viudas, estos huérfanos, estas madres también y poco o nada se sabe de cómo fue su día después.

P.- ¿Por qué cree que este tipo de casos se han ignorado, olvidado y apenas conocemos nada de ellos?

R.- Me he centrado en víctimas que son obreros, no son conocidos. Sus historias son desconocidas. Lo son por muchos motivos, porque se ha blanqueado, se ha censurado, se quiere borrar todo aquello. Es cierto que no se puede estar llorando toda la vida, pero esto es parte de la historia de España, de Euskadi. Han sido más de 50 años de violencia y creo que es necesario que se conozca lo que sucedió.

P.- ¿Con cuántas víctimas ha conversado?

R.- Son 16 capítulos. He ido a sus casas, hemos grabado, hemos hablado mucho. No es una novela, es una realidad que no se conoce. El 90% hablan con nombres y apellido, sus historias son inéditas. Nadie había contactado con esta gente.

P.- Se ha encontrado con víctimas que incluso aún hoy tienen temor a revelar su identidad… Más de una década después del cese de ETA, ¿a qué responde ese miedo o ese pudor?

R.- Miedo, no. Después de la derrota policial de la ETA, miedo no hay. Pero hay casos singulares. Como el de una mujer cuyo hijo militaba en HB y hoy en Bildu. Ese hijo le prohíbe hablar con la prensa y le dice que todo tiene un porqué. Y hay más casos. Pese a que miedo no creo que hay sí existe aún una niebla muy espesa. Sí percibes temor en determinados sitios o al menos algún tipo de reticencia.  

P.- Son víctimas que tantos años después no creían que nadie se interesaría por conocer su historia. ¿Cómo le han recibido?

R.- Cada vez que iba para ellas era recordar su historia. En muchos casos tuvieron que pasar más de 20 años para que las instituciones les hicieran caso. Cuando se lo propuse, muchas tenían dudas, “a las alturas que estamos”, me decían. Yo les decía que es más necesario que nunca ante el blanqueamiento que ha habido. Quieren borrar más de 50 años de la historia de España. Llegamos a esa conclusión.

P.- ¿Ha encontrado dolor y malestar por el olvido que han sufrido?

R.-  No he visto odio, que sí lo veo en las redes. Algunos se han quedado en la edad de piedra. El impacto de un asesinato como el de Gregorio Ordóñez o Miguel Angel Blanco fue brutal y nos acordamos de ellos. Pero, ¿quién se acuerda de las personas que tuvieron muchos días secuestradas y les pegaron un tiro y les han abandonado en el monte? Es necesario recordarlas. Las novelas son maravillosas, pero en estos temas hay que ajustarse a la realidad. Mi madre se quedó viuda en el pueblo tras la muerte de mi padre por un infarto y tuvo el apoyo del pueblo, en Ciudad Rodrigo. En cambio, estas mujeres lo primero que se encontraron es que el cura no les quería dar la misa, que hacía falta convencerlo. O que dice que Dios perdona determinados actos para la liberación de Euskal Herria y que varios de los hijos de una víctima no pueden tomar ni la comunión. O que les llaman por teléfono o les pintan frente a su casa ‘la próxima serás tú’. ¿Esa historia la conoce la gente? La sociedad en general, no.

P.- ¿Cuál es el caso qué más le ha sorprendido?

R.- Hay muchos. El caso de un agente de aduanas que tiene su vida en Gipuzkoa, que se dedica a liberar a judíos y tiene un dinero que lo mete en el banco y a los pocos días le escribe ETA pidiéndoselo. Ese hombre que hace una labor preciosa se tiene que ir a Madrid. Pero incluso allí le vuelven a mandar la carta. La gente tiene que ver la mafia que tenía ETA establecida.

P.- ¿Las víctimas le han contado si el entorno de la izquierda abertzale se ha acercado a ellas para pedirles perdón o reconocerles que no estuvieron a la altura?

R.- Si hay casos, algunos lo han hecho a través de mí. En voz baja, eso sí. Muchos no conocen el día después de estas víctimas. Dentro de ese entorno hay gente que se ha acercado y les ha dado ese abrazo, en privado. A día de hoy eso sigue muy mal visto en determinados sitios. La mayoría de votantes de Bildu no conoce nada de esto y muchos llorarían si lo conocieran. Hay un tabú en determinada generación, es algo que sigue mal visto.

P.- Además del olvido de la sociedad, del entorno de Bildu, ¿sienten también un olvido institucional?

R.- Sí. En la mayoría de los casos han tenido que pasar más de 20 años hasta que se les reconocieron unas indemnizaciones. Tardaron muchos años en estar a la altura.

P.- Hablamos en su mayoría de mujeres de avanzada edad. ¿Cómo afronta una víctima de ETA olvidada la cuestión en el último tramo de su vida?

R.- Yo siento que quieren hablar, que alguien se ponga con ellas y puedan exteriorizarlo. Cuando iban a verlas hablábamos mucho de todo esto, de las fotos de los maridos en el salón, los hijos… Los casos más traumáticos ocurren en pueblos muy pequeños en los que no podían hablar, ellas no podían ir a la peluquera y desahogarse o al panadero y hablar con tranquilidad. Se lo han negado. Todo eso vivido muchos años, ese abandono, por miedo, porque era una mafia, eso había que escribirlo.