La ley de amnistía se aprobó ayer por una exigua mayoría (177 votos contra 172) en el Congreso de los Diputados. Tras meses de debates, después de un accidentado trámite parlamentario, ¡ya está!
Veamos lo que queda tras este paso de no retorno, que no ha servido para sellar heridas, como sí ocurrió con la ley de 1977, sino que ha dividido en dos a una sociedad que, mayoritariamente, está en contra del perdón a los condenados por el procés.
Por mucho que el Gobierno se haya empeñado en vender la ley como un punto y final de la bronca en Cataluña, como la clave para la recuperación de la concordia, etcétera, todo el mundo sabe, socialistas incluidos, que la amnistía no se hubiera puesto sobre la mesa si Pedro Sánchez no hubiera necesitado los siete votos de Junts para lograr su investidura.
Pero es algo más. Es una norma utilitarista y perniciosa no sólo porque le ha permitido gobernar a Sánchez, sino porque con ella galvaniza el llamado "bloque de investidura". La prueba la tenemos en lo que ha sucedido en estos últimos días. El Gobierno se vio obligado a retirar la ley del suelo porque sus socios no la apoyaban, pero saca adelante la amnistía porque en esta ley todos están de acuerdo, desde los partidos de derecha, como PNV o Junts, a partidos de extrema izquierda como Podemos o Bildu.
Parémonos un momento a pensar por qué esa norma y no otras sirve para dar solidez a un grupo tan diverso y con intereses tan distintos. La clave no está en que todos esos partidos vean con buenos ojos que a Puigdemont no le metan en la cárcel si decide volver a España, sino en el éxito que representa para los que se atrevieron a romper la legalidad y a cuestionar abiertamente la Constitución. "Hoy es un día histórico porque estamos ante la primera derrota del régimen del 78", declaró eufórico ayer el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián.
Con la ley de amnistía salen reforzados los partidos que vulneraron la ley y los que cuestionan la Constitución. Lo inaudito es que el PSOE les haya servido en bandeja ese éxito
Es lógico que a Junts o a ERC les interese la ley. Primero porque supone borrar los delitos que se cometieron y también porque, de esa forma, sus líderes pueden volver a ejercer cargos en la vida pública. Pero, para todos los demás, lo importante de esta ley es lo que implica políticamente. A partir de ahora, se puede volver a intentar un nuevo procés sin que el Estado tenga herramientas para impedirlo. Recordemos que, para llegar aquí, el Gobierno ha eliminado del Código Penal el delito de sedición y ha modificado el delito de malversación hasta dejarlo en una caricatura de lo que era.
Lo que une a Bildu, BNG, PNV, Junts, ERC es que ahora el Estado es más débil que antes de que se iniciara el proceso de cesiones desde el Gobierno a los independentistas. Lo inaudito es que el PSOE les haya puesto en bandeja ese triunfo. Lo expresó con toda claridad la portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras: "Hoy no se perdona. Hoy gana el independentismo".
Esta legislatura queda así marcada por este paso histórico, tras el que España sale dividida en dos bloques irreconciliables. Irreconciliables y a punto de llegar a las manos, como se vio ayer en una bronca subida de tono en el hemiciclo.
Queda atado Sánchez a sus socios y por más que los toree o que les utilice de manera burda, tampoco puede prescindir de ellos. Esa es su debilidad y por eso ha puesto en marcha la estrategia levantar un muro contra la derecha y la ultraderecha. Dejarle caer, tentación que podría tener Puigdemont, implicaría darle el poder a los partidos que quieren reforzar al Estado frente a las fuerzas centrípetas. Es una jugada maquiavélica que, por el momento, le está dando resultado al presidente.
Como un experto funambulista, Pedro Sánchez avanza por la cuerda floja de sus alianzas contra natura en la confianza de que él ya no es sólo el líder del PSOE, sino el jefe de un bloque que no se puede romper por el interés común de los partidos que lo componen.
Sánchez se caracteriza por no medir las consecuencias de sus actos más que en términos electorales. No le preocupa que España viva un clima de crispación como no se había conocido desde el comienzo de la Transición. Ahora sólo piensa en que el PSOE logre un buen resultado en las elecciones europeas. Le gustaría ganarle al PP, como augura el estafador demoscópico Tezanos, pero sabe que eso es muy difícil. Por eso, volverá a sumar como lo hizo tras las elecciones del pasado mes de julio. Se apuntará todos los escaños de su bloque como si fueran suyos para poder decir una vez más: "Somos más".
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