El presidente del Tribunal Constitucional (TC) tuvo que ser atendido el pasado viernes en un hospital de Melilla por un episodio de hipertensión. Conde Pumpido se encontraba en la ciudad autónoma para asistir a las Jornadas de Derecho Enrique Ruiz Vadillo, que organiza la Universidad a Distancia (UNED).

Dos días antes, el Pleno del TC había decidido estimar el recurso de amparo de la ex consejera de Hacienda de la Junta de Andalucía, Magdalena Álvarez, que fue condenada por un delito de prevaricación continuada en el llamado 'caso de los ERE'.

Ese fue el primer paso, que tendrá continuación en una próxima sentencia que pretende borrar el delito de malversación de Carmen Martínez Aguayo, para dar lugar a la exoneración de responsabilidades penales de dos expresidentes de la Junta y del PSOE, Manuel Chaves y José Antonio Griñan.

A un presidente de gobierno que ha sido capaz de aprobar una amnistía a los responsables del procés con tal de lograr su investidura, cómo no se le iba a ocurrir aplicar una medida de gracia similar para los condenados de su partido por uno de los mayores escándalos de corrupción de nuestra democracia. Lo más grave, en este caso, es que el TC se haya prestado a tan burda maniobra.

Entiendo que Cándido Conde Pumpido haya sentido un alto grado de estrés durante estos días. Es lógico. Y le deseo lo mejor.

Pero es entendible lo que ha ocurrido porque, con las sentencias sobre los ERE, el presidente del TC ha puesto en almoneda su autoridad, ha dado la razón a los que piensan que los jueces actúan como terminales de los partidos, y, además, ha convertido al Alto Tribunal en una instancia con capacidad para reinterpretar las sentencias del Supremo, cosa que no está entre sus atribuciones.

Conde Pumpido tiene solvencia más que sobrada para darse cuenta de que lo que ha hecho el TC bajo su presidencia es una barbaridad. También creo que es un hombre con conciencia, lo que explica que esté sufriendo momentos de ansiedad durante estos días aciagos.

El problema es que ya no hay marcha atrás. La imagen del Constitucional ha sido dañada de tal forma que tardará años en recuperar su necesario prestigio.