No hacía mucho, en el PP asumían con cierta fatalidad que "Vox ha venido para quedarse" por lo que la estrategia debía centrarse en ir minando lo más posible su base electoral. Pero la decisión de Santiago Abascal de dar una patada en el tablero y romper los ejecutivos autonómicos de coalición abre la puerta a un nuevo escenario del que los populares creen poder sacar réditos, conscientes, eso sí, de las dificultades de la empresa. Porque si bien esta crisis supone una ventana de oportunidad para el primer partido de la oposición, hoy por hoy Alberto Núñez Feijóo seguiría necesitando de los votos de Vox para una hipotética investidura como presidente del Gobierno.
Precisamente, el CIS de ayer daba una décima de recuperación a los de Abascal, pasando del 12,1 por ciento de porcentaje de voto de junio al 12,2 de este mes, frente a un PP que se queda en el 30,2 por ciento, seis décimas menos que el barómetro anterior. Otra cosa es la credibilidad que se le dé a la cocina del instituto demoscópico. Pero en Génova recuerdan que cuando Feijóo desembarcó en la dirección del PP, tras un proceso traumático, apenas sacaba a Vox 37 escaños, esto es, 89 frente a 52 "y ahora les sacamos 104". Por lo tanto, razonan, "el problema de Abascal no es Sánchez, es Feijóo. Y por eso Vox lleva meses haciéndonos oposición, dedicando parte de sus intervenciones en el Congreso a criticar al PP con la misma intensidad que atacan a Sánchez", dicen fuentes del Partido Popular.
En todo caso, la aparente ausencia de un horizonte electoral inmediato de comicios generales les permite diseñar una estrategia a medio plazo similar a la desarrollada en su día para hacer desaparecer a Ciudadanos. Una estrategia que se encuentran los populares de cara, como entonces, y que arranca con la ruptura de los gobiernos autonómicos de coalición, seguida de la agudización del proceso de descomposición interna y, posteriormente, una especie de vuelta "a la casa madre", es decir, al PP, de donde provienen, precisamente, muchos cargos medios e intermedios de Vox.
La ruptura ya se ha producido y, con ella, la deserción de consejeros y cuadros intermedios de Vox en rebeldía con la decisión acordada desde Madrid. A los del PP sólo les hace falta encontrar un Fran Hervías, pero de Vox, para conocer de primera mano lo que se cuece en Bambú, donde muchos que callan tampoco están contentos con la decisión de Abascal y dos de sus hombres fuertes, Kiko Méndez Monasterio y Enrique Cabanas.
Que no haya elecciones en el horizonte, -salvo la posible repetición de las autonómicas catalanas que, a estos efectos, no computan- le permiten al líder del PP elevar el torno contra los que todavía son sus socios en más de cien ayuntamientos de toda España. Ayer se despachó a gusto al afirmar que "allá Vox y su disparatado movimiento. No han medido la decisión, se han pasado de frenada y han descarrilado", al tiempo que les exigía no torpedear a las Comunidades autónomas cuyos gobiernos han abandonado ni, tampoco, "el cambio político en España" cuando se abra una ventaja de oportunidad para intentar desalojar a Pedro Sánchez del Palacio de la Moncloa.
Eso sí, ya algo más contemporizador, dijo esperar y desear que "sigamos trabajando en aquellas cosas que podamos acordar para facilitar la gobernabilidad en las comunidades que han votado cambio, que han votado que no gobierne el PSOE con independentistas, con nacionalistas o con la izquierda más radical. Es a lo que estamos obligados los que nos quedamos en el Gobierno como los que se van del mismo". E insistió en que "mi enemigo no es el señor Abascal. Mi compromiso político es cambiar el gobierno de España y no me voy a desviar ni un milímetro. Creo que es fundamental para mi país que haya un cambio de gobierno ".
Hartos del partido "del que hemos aguantado insultos y descalificaciones"
Pero en privado, personas del equipo de Feijóo arremeten contra un partido "del que hemos aguantado insultos y descalificaciones. Y la supuesta supremacía de quien siendo un partido más pequeño que el nuestro, se permite el lujo de llamarnos derechita cobarde". Y si han aguantado esta situación, dicen, ha sido por la estabilidad de los gobiernos autonómicos y "por respeto a los votantes de Vox", una afirmación mil veces repetida en aquellos tiempos de guiños a la formación naranja cuando querían a sus cuadros, a sus militantes y a sus votantes. Y un último desahogo: "¡Que suerte tiene Sánchez! Siempre hay quien le protege de sufrir desgaste generando noticias que tapan aquellas que le pueden hacer daño".
En Génova aseguran que no ha habido ningún contacto en los últimos tiempos con la calle Bambú, esto es, con ningún miembro de la dirección nacional de Vox, ni mucho menos ha mediado conversación alguna entre Feijóo y Santiago Abascal, aunque admiten que responderían a la llamada del líder de Vox de producirse. En todo caso, parece que los puentes entre ambos partidos están rotos más allá de las relaciones parlamentarias puntuales o del trato en los niveles autonómicos.
Reforma de la Ley de Extranjería
Si bien ha sido la reubicación de cerca de 350 menores inmigrantes no acompañados el detonante de la ruptura de Vox con el PP, los populares no quieren aclarar cuál será el sentido de su voto cuando la reforma de la Ley de Extranjería pase por el Congreso la semana del 22. El PP canario y el presidente de la ciudad autónoma de Ceuta, el popular Juan José Vivas, apoyan la obligatoriedad del traslado de menores a distintos puntos de la península, aunque el resto de los barones autonómicos criticaron en duros términos la amplia discrecionalidad de la que dispondría el Gobierno central para establecer las cuotas y los lugares de destino. Abascal volverá a echar los restos en un tema para el que despliega todo el argumentario de la ultraderecha europea y arremeterá, sin duda, contra los populares, ya más libres, dicen en Vox, de ataduras.
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