El pistoletazo de salida quizás lo dio Pablo Echenique, quien en la noche del miércoles escribía: "El calentamiento global antropogénico no existe; eso es un invento de la izquierda”. Acompañaba la frase de una imagen de la gota fría en Picaña. Una de tantas, de las que ilustran sobre un desastre natural y de las que precedieron al recuento de las víctimas.
Siempre me he preguntado si la concienciación sobre los efectos del cambio climático debe ir acompañada -como hacen muchos- de revanchismo y reproches al vulgo, en continuación de la más insoportable actitud de los párrocos y catequistas más plomizos. No hay ola de calor o desastre natural que sus activistas no aprovechen para alertar sobre los “pecadores”. Concienciar no debería consistir en repartir culpas o en acostumbrar a los ciudadanos a mirar Embalses.net o el parte meteorológico con la sensación de ser los responsables de un cataclismo por haber obrado mal.
Frente a la charlatanería de los oportunistas, como Echenique, siempre hay palabras clarividentes. Fueron muy sensatos los mensajes escritos por la AEMET valenciana, que afirmaban que es difícil saber si el cambio climático es el causante de estas precipitaciones torrenciales, pero que, evidentemente, si la atmósfera y el agua del mar se calientan, eso podría provocar fenómenos hasta ahora poco frecuentes. Cuando se publicó este mensaje, varios portavoces políticos habían pontificado al respecto. Incluida la propia Von der Leyen. Su propaganda siempre se escucha más alto que las voces juiciosas.
Unas horas después de que Echenique difundiera ese tuit, Ione Belarra subía a la tribuna del Congreso para emprenderla contra los empresarios que en la tarde del miércoles obligaron a sus empleados a acudir a su puesto de trabajo. Sus palabras se difundían entre las paredes de la Cámara Baja a la vez que otros portavoces de la izquierda comenzaban a despotricar contra la derecha valenciana por su actitud negligente.
Víctimas olvidadas
Se superponen varios dramas en este caso que conviene analizar. El que debería centrar las palabras y las emociones de los españoles en estos días es el de las víctimas. El de los ciudadanos que lo han perdido todo y no encuentran a sus seres queridos. El de aquellos que se levantaron el miércoles por la mañana dispuestos a continuar su vida normal, pero unas horas después comprobaron que todo puede derrumbarse en un segundo -el más cierto de los tópicos- y que muchos años de esfuerzo dan paso en tan sólo unas horas, o unos segundos, a otros tantos de dolor y desesperación.
El barro y el agua fueron implacables, como lo es en realidad la propia naturaleza cuando decide hacer una demostración de fuerza. El último diluvio ha vuelto a abrir el telón de la tragedia y sólo queda solidarizarse con quienes estos días lo pasan mal, así como trasladarles una evidencia que suelen ocultar los políticos, y es que, en estos casos, el Estado nunca está. Tan sólo para hacer propaganda y para intentar ocultar la realidad de que, cuando suceden fenómenos extraordinarios, no queda otra que apañárselas por uno mismo. ¿Recuerda el lector los mensajes que lanzó cuando había escasez de mascarillas? Aseguró que no hacían falta. Luego, hubo quienes se forraron con su venta en corruptelas terribles.
España empatizaba mejor hace unos años. Era un país más próspero y solidario; y más cabal. Una parte de ese sentimiento ha desaparecido porque en su territorio confluyen varias miserias crecientes. Una de ellas es la polarización, que engendra odio y de la que son culpables aquellos que llevan la manija del debate público, desde en la política hasta en la prensa. Nosotros también somos responsables. “El País Valenciano expoliado en dinero e infraestructuras. Aquí lo tenéis, gobernantes sumisos”, escribía el independentista Lluís Llach. Sinvergüenzas de ese calibre hoy son aplaudidos por las masas.
El asalto a RTVE
Estas cosas por aquí son normales. No hay códigos, no hay ética y no hay freno para personajes como el aludido. Por eso, no sorprende el poco respeto a las víctimas que demostró el PSOE al tramitar el asalto del Consejo de RTVE en un día como el jueves, como tampoco que Santiago Abascal aprovechara la ocasión para hablar de la demolición de presas en la zona, cosa que es una inmensa patraña -una más-, pero que no tiene importancia -parece- para Vox. Un partido prescindible que no cumple hoy ninguna otra función más que la de increpar y la de defenderse de sí mismo. En pleno ataque de ansiedad, nervioso y decadente, es hoy una voz torpe y siempre equivocada.
Estas cosas casi nunca generan insomnio en los radicales. Ellos siempre intentan obtener réditos a partir de los incendios. Es lo mismo que han hecho estos días los putinejos patrios, quienes denuncian en sus plataformas de comunicación la mala praxis del Estado durante estos días, pero con sus discursos, retribuidos entre las sombras y avivados en programas de prime time, ante la más absoluta complicidad italiana, también han contribuido a debilitar y a polarizar España.
Ahora se lanzarán los muertos a la cabeza
Lo próximo que cabe esperar es la utilización de los muertos y los damnificados para obtener réditos demoscópicos o atención de los incautos. Sucederá a no mucho tardar, antes de que las aguas vuelvan a su cauce y se sequen las avenidas. Ya hay quien ha empezado a comparar esta situación con el volcán de La Palma o con los muertos de las residencias de ancianos madrileñas durante la pandemia. Quienes practican ese oportunismo no están interesados por la reparación de las víctimas ni por la corrección de sus errores, sino por figurar, por hacer ver que son necesarios y por trincar del momio. Son muchas veces difíciles de desenmascarar porque utilizan la demagogia y la lágrima con gran virtuosismo, pero la estrategia de todos ellos es igual. Y son más miserables incluso que sus propias miserias, que comienzan por su propia forma de ser.
Han intoxicado tanto la conversación pública y polarizado tanto a los ciudadanos que inquieta. Porque en estos días parece evidente que hay quien está más preocupado por tener razón que por los muertos de un desastre.
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