Parece una cuestión menor, pero no lo es. El ministro de Exteriores de Francia, Jean-Noël Barrot, alertaba hace unos días de que Rusia intenta colar su propaganda en su país a través de la compra de influencers. Le Monde apuntaba esos días que una agencia de comunicación con nexos con Moscú habría contactado hasta a 2.000 líderes de opinión juveniles para intentar convencerles de distribuir los argumentos que le convienen al Kremlin, que pueden decir una cosa y la contraria en función de dónde se lancen o de lo que convenga.
El Alto Tribunal de Rumanía anulaba hace dos semanas la primera vuelta de las elecciones en ese país al considerar que las injerencias externas, a través de TikTok, habían decantado la balanza en favor de un candidato pro-Putin. Esta semana, la Comisión Europea anunciaba una investigación a esta red social, ante su posible incumplimiento de la Ley de Servicios Digitales. Es decir, de la misma que se utilizó para vetar a Russia Today y a Sputnik en el territorio europeo.
Confluyen en este momento varios factores peligrosos: existe un conflicto bélico en pleno continente, países como Francia o Alemania sufren turbulencias institucionales que, en el caso teutón, también son económicas; y Europa cada vez parece más débil y expuesta a las injerencias externas. En este contexto, Rusia intenta influir en la opinión pública europea con una estrategia de propaganda y comunicación que es intensa. Según publicaba el periodista David Alandete esta semana en ABC, la Comisión de Helsinki advirtió a Estados Unidos recientemente del recrudecimiento de la 'guerra híbrida' contra la UE, con España como uno de los principales focos de los ciberataques rusos.
La pugna contra los malos
Toda lucha contra 'el mal' entraña ciertos peligros. El primero es el de pensar que existen 'buenos' de valores incorruptibles, cosa que no es la norma en la Europa contemporánea. El segundo es que quienes desean causar un prejuicio suelen ir dos pasos por delante de quienes intentan mitigarlo y, además, actúan con bastantes menos condicionantes legales y éticos, de ahí la dificultad para detenerlos cuando lanzan acciones a gran escala.
En este caso, se observa un doble problema: por un lado, que la propaganda rusa ha permeado en una parte de la población, hastiada, confundida o directamente desencantada; y, por otro, que hay gobiernos, como el español, que han utilizado el problema de la desinformación como arma arrojadiza contra sus enemigos, lo que lejos de contribuir a solucionarlo, lo ha agravado.
Los legacy media también tienen una gran parte de la culpa en esta cuestión. Su descrédito se lo han ganado a pulso. Tal es así que cada vez más ciudadanos recurren a vías alternativas para informarse a diario.
El último barómetro del CIS demuestra que, durante la DANA de Valencia, el 37,6% de los encuestados se informaron a través de las redes sociales. Del total, el 46% lo hizo por Instagram, el 30,4% por TikTok, el 27,9% en Facebook, el 27,1% en Twitter y el 12,4% en YouTube.
El 79,5% de los jóvenes de entre 18 y 24 años recurrió a estas plataformas durante aquellos días, frente al 67,9% de la población entre 25 y 34 años, el 46,9% de los ciudadanos con entre 35 y 44; y el 34,8% de los de 45 a 54.
Los que cuentan entre 55 y 64 las miraron en el 27% de los casos; los de 65 a 74, en el 21%; y los mayores de 75, en el 4,9%. Estos últimos son los que más ven las televisión. Según Kantar Media, el pasado noviembre pasaron 348 minutos diarios, de media, delante de este electrodoméstico, frente a los 329 del rango de 65 a 74. Los jóvenes de entre 4 y 24 años apenas si invierten 1 hora. Su ocio es digital. Allí se informan, principalmente. Estos datos los ha distribuido Barlovento Comunicación.
Tampoco escuchan la radio generalista. Según la última oleada del año del Estudio General de Medios (EGM), tan sólo el 3,6% de la población entre 14 y 24 años lo hace. La edad promedio del oyente español es de 52,9 años.
El dinero de la publicidad también ha volado desde los medios de comunicación hasta otras plataformas. En 2023 (Arcemedia), los buscadores -Google- acapararon 1.585 millones de euros de los anunciantes, frente a los 1.065 de las redes sociales. Los influencers aglutinaron 61,2 millones.
Un cambio de paradigma
Dentro de este último grupo hay gente brillante e indeseable, cosa que también sucede en las redacciones y quizás estas últimas palidecerían si compararan su talento actual con el que existe fuera de ellas, pese a que sus periodistas todavía se consideren el epicentro de la atención y de la influencia.
Basta hacer un recorrido por la lista de los podcast más escuchados de iVoox para comprobar que cada semana se cuelan algunos programas que realizan periodistas, especialistas y aficionados con pocos medios, pero mucha voluntad y talento. Actualmente, comparten espacio con los formatos de las grandes cadenas comerciales; y, claro, con los de auténticos peligros públicos con o sin graduación militar, con o sin afán por evangelizar. No hay que ser muy listo para sospechar que algunos han sido seducidos por la propaganda rusa. Y cuentan con miles y miles de seguidores.
Dicho esto, resulta gracioso que los medios de comunicación les culpen de servir a los intereses de un gobierno cuando ellos mismos lo han hecho durante años. Entre elegir la bancarrota o aumentar sus dependencias con el poder, muchos eligieron lo segundo y hoy se han convertido en auténticas correas de transmisión del Gobierno de turno.
Diría que son igual de peligrosos los mensajes antisistema que se transmiten desde determinadas tribunas -lubricadas con rublos, seguramente- que aquellos que apelan a librar una batalla contra "los bulos y el fango" en la que, casualmente, la responsabilidad siempre se sitúa del lado de la prensa más crítica con el Gobierno.
A la vista de esta situación, hay quien ha decidido ampliar su información o confirmar sus sesgos en los canales de los influencers, que cada vez atraen a más público y más inversión publicitaria. Todo esto tiene sus riesgos, dado que el enemigo ha llamado a la puerta de unos cuantos para agasajarles a cambio de su complicidad. Pero, ¿acaso no cedieron los medios antes a esos encantos? ¿Es que el poder al que ellos sirven es más respetable?
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