El cabreo general suele llegar al revisar el tique de Mercadona y comprobar que cada vez se necesita más dinero para llenar la despensa. Existen decenas de titulares que lo niegan y que lo atenúan. Suelen publicarlos los medios pro-gubernamentales, que hacen todo lo posible por confundir al personal y por hacerle creer que la reducción de la inflación es sinónimo de abaratamiento.

Quien haya echado un vistazo a los extraordinarios informes del Ministerio de Agricultura sobre el consumo de alimentos en España contará con una mejor percepción. En 2023, el consumo per cápita fue de 685,02 kilos/litros, frente a los 769,57 de 2019. Hace cinco años, el gasto por persona fue de 2.602,02 euros, frente a los 2.732,77 del último ejercicio sobre el que hay datos. Se compra menos, pero cuesta más. La dieta ha empeorado si se tiene en cuenta que se compran menos productos frescos (37,6% del total frente al 39,8%).

El precio de los alimentos se encareció el 30% entre diciembre de 2019 y agosto de 2024, según Caixabank Research, mientras que el salario medio lo hizo alrededor del 10%, según el INE. En este tiempo, el alquiler medio en España ha aumentado desde los 10 hasta los 13,5 euros por metro cuadrado, según Idealista. El de los automóviles nuevos lo ha hecho el 38,7%, según un estudio de Coches.net.

Sucede en los productos básicos, pero también en el ocio. Salir a comer fuera es más caro -el menú del día ha aumentado el 6,1% su precio en un año, según los hosteleros- e irse de vacaciones es cada vez más prohibitivo. El precio medio de la habitación se incrementó el 8% entre el verano de 2023 y el de 2024 y los hoteles ya 'soplan' 122,1 euros por noche, de media. La válvula freudiana por la que escapa la tensión -lo que evita la neurosis- está cada vez más taponada y el individuo, más infeliz.

La locomotora de la UE

Sería erróneo culpar de todo esto al Gobierno, dado que, pese a la política fiscal populista, el gasto público creciente y la irresponsabilidad del Consejo de Ministros, no parece que Pedro Sánchez domine sobre el comportamiento humano, el de los mercados y el contexto internacional. Lo que genera el cabreo generalizado es la forma de negar la evidencia que ilustra sobre el empeoramiento generalizado de las condiciones de vida de los españoles. “Hablemos de economía, señor Feijóo”, decía el presidente hace unas semanas. Cualquier ciudadano se preguntaría si en el debate estaba dispuesto a introducir estos temas o sólo a abundar en que crecemos más que una Europa en crisis. Cosa cierta.

Diría que estas cuestiones son las que más preocupan al español por aquello de donde no hay dinero no hay felicidad y se resiente el amor. Luego ya, en un segundo nivel, se pueden abordar los temas que encuentra el ciudadano cada mañana cuando enciende la pantalla de su teléfono móvil, presiona el icono de Google Chrome y observa la selección de noticias que le prepara la trituradora de carne que es Discover.

Ahí podrá comprobar que en este inicio de 2025 aumentará el importe de una decena de impuestos, lo que repercutirá todavía más en su calidad de vida, más pobre, con peores sueldos y menores oportunidades de prosperar. En 2008, todavía podía hablarse del futuro gris que le esperaba a este país tras el estallido de la crisis. Cualquiera que viaje y aterrice de nuevo en España podrá observar a su regreso cierta decadencia que se palpa en el ambiente y una aspereza creciente en las relaciones humanas. La alegría hispana se transforma poco a poco en mala follá. Y no sólo es por el dinero, sino también por el abuso.

Corrupción y chachullos

Porque hay asuntos que no influyen directamente en el precio del tique del supermercado, pero quizás sí en la digestión e los alimentos. En días como estos, hace falta un antiácido para digerir el hecho de que unos cuantos sinvergüenzas hicieran (presuntamente) negocio con la venta de mascarillas y, entre contrato y contrato, dispusieran de un piso para sus putas en pleno centro de Madrid. Aparecen en las noticias chalés, supuestas facturas de las Jéssicas, lingotes, comisiones y derivados.

Siempre surgen en estos casos los fanáticos del “no compares” cuando se confrontan Gürtel con Koldo o Púnica con los EREs. La realidad es que el espíritu suele ser similar en todos los casos y ha estado presente en todos los gobiernos. Digamos que siempre consiste en defender una serie de causas particulares, bien sea una lucrativa idea de independencia..., bien sea la de colocar al primo o a un amigo en una fundación; o bien sea la de reclamar sobres para coches, chicas, pisos, barcos y derivados.

Hay quien ha salido demasiado bien parado de este tipo de estafas a los contribuyetes. Llámese Griñán... o llámese un exministro de Industria -de cuyo nombre no quiero acordarme- y algunos de los principales contratistas del Estado, que amañaron durante años y años contratos por cientos de millones de euros para desplegar diferentes servicios de las nuevas líneas de alta velocidad. Ésa que funciona tan mal últimamente, para cabreo general.

Habrá quedado claro que camina el país por un terreno pantanoso y que la moral patria no es muy elevada en este inicio de 2025. Convendría en este caso hacerse responsable del malestar particular y no entregarse a los excéntricos. Ya sucedió en 2013, cuando de la crisis económica surgió la víbora del populismo de izquierdas y no solucionó ninguno de los problemas de los ciudadanos, entre ruido y el generoso reparto de nóminas entre los suyos.

El péndulo parece haberse situado en el otro extremo ahora y los catequistas contrarios a lo woke -los de toda la vida, los Hazte Oír y los Abogados Cristianos- intentan aprovechar la sinrazón de los unos para dar la turra desde el mismo 1 de enero con sus causas exageradas y excéntricas. La transición del "todos los hombres son violadores en potencia" al "la estampita de la vaquilla atenta contra mis creencias" es innecesaria e insoportable.

Sería positivo condenar a la inanición a todos estos fenómenos. De lo contrario, el cabreo general aumentará al mismo ritmo que el patrimonio de sus impulsores.