La bala aparecía en el casillero casi todas las semanas. Alguien se preocupaba en dejarla, en recordarle que su vida corría peligro. Le querían callado y fuera de la política. Pero era precisamente esa la realidad que él se había propuesto cambiar. Para eso había decidido abandonar el periodismo en el se había graduado para dedicarse de lleno a cambiar las cosas en su ciudad, en su tierra. Gregorio sabía que en aquella Euskadi sombría de miedos y amenazas no sería fácil hacerlo, que nadie haría caso a un joven de 24 años que militaba en el PP. Pero para comienzos de los 90 había conseguido que le escucharan, que su vehemencia y valentía tuviera la atención y el apoyo de cada vez más ciudadanos cansados y hastiados de tener miedo. Aquel Ordóñez que cada vez salía más por la televisión había logrado incomodar a los malos y a quienes les alentaban.
Las posibilidades de que alcanzara la alcaldía de San Sebastián eran cada vez mayores. ETA y HB no lo iban a permitir. El mensaje ‘balístico’ del casillero no sería el único. El verano de 1994 le llegó una última advertencia al teléfono de su casa: “A ver Gregorio, estamos hasta los cojones de ti. Una declaración más tuya y tu familia corre peligro. Fuera de Euskadi, cabrón”. Meses más tarde, el 23 de enero de 1995, hace ahora 30 años, el teléfono volvió a sonar en casa de los Ordóñez Fenollar. Esta vez era para anunciar que la amenaza se había cumplido.
Ocurrió muy cerca, apenas a unos cientos de metros de donde el ‘comando Donostia’ de ETA había cometido otros dos atentados en los últimos 24 meses. El primero, contra el empresario José Antonio Santamaría el 19 de enero de 1993, -mientras cenaba en la sociedad ‘Gaztelubide’ la noche de la ‘Tamborrada’- y el segundo, contra el empresario José Manuel Olarte, el 27 de julio de 1994, ambos en la Parte Vieja de San Sebastián. Seis meses después era a Gregorio Ordóñez a quien los terroristas esperaban cerca de allí, en el restaurante ‘La Cepa’. Había acudido a comer junto a su secretaria, María San Gil, y Enrique Villar. El cambio de rutinas de Ordóñez hizo que improvisaran el momento. La decisión estaba tomada hacía días, iban a matarle. En torno a las 15.15 horas Juan Ramón Carasatorre y Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, entraron al local y se colocaron de espaldas a Ordóñez. Uno de ellos –la sentencia no aclara quién disparó- le asesinó de un tiro en la cabeza. Fuera esperaba Valentín Lasarte para iniciar la huida del comando.
En el corazón de la parte vieja de la ciudad por la que Gregorio tantas veces había paseado y dialogado con los ciudadanos no tardó en difundirse la noticia: ETA acababa de matar a tiros al teniente alcalde de la ciudad. Con ello activó la campaña de ‘socialización del sufrimiento’ con la que quería amedrentar a toda la sociedad vasca. Buscó extender la amenaza y paralizar cualquier intento de plantar cara a la violencia terrorista, como lo había hecho durante años Gregorio Ordóñez.
Una placa entre turistas, vecinos y pintxos
Hoy, ante la puerta de ‘La Cepa’, una placa le recuerda. Lo hace sólo desde hace cinco años. Está puesta en el suelo, no en la fachada. Eso requeriría pedir permisos a la comunidad de vecinos y aún hoy, en tiempos sin ETA, puede ser foco de rechazos, malas miradas… La placa ha sido atacada en varias ocasiones. La calle 31 de mayo de Donostia es una de las muchas calles de bares, pintxos y turistas por la que los visitantes y locales pasean en libertad. Muchos ignoran u olvidan que hubo un tiempo donde no la hubo. Que fue ahí donde en plena democracia una banda terrorista cometió varios asesinatos o donde su entorno de apoyo social alimentó durante años la ‘kale borroka’ que marcó a toda una generación y ‘suministró’ terroristas a ETA.
A Gregorio Ordóñez no le dejaron ni siquiera morir en paz. Su tumba en el cementerio de Polloe de San Sebastián, donde su hermana Consuelo y su viuda Ana Iribar volverán a recordarle el próximo sábado, fue profanada en varias ocasiones. El legado de ‘Goyo’, de Ordóñez, pesaba demasiado como para dejarlo sembrar. Tres décadas después el tiempo certifica que no lograron acallar su memoria, que la ‘cosecha Ordóñez’ está ahí. La repercusión mediática para recordar su figura lo acredita.
Gregorio no era un hombre de partidos. Militaba en el PP pero aseguraba que las formaciones políticas eran las “herramientas menos malas” para cambiar las cosas. En alguna ocasión reconoció que decidió participar en política y no en el periodismo “por amor a mi tierra”: “No me daba la gana verla con un yugo y doblegada por ETA”. Aquel discurso claro, sin rodeos y directo contra el terrorismo no era frecuente en la política vasca. Evitar el enfrentamiento, guardar silencio, las equidistancias o condenas repletas de rodeos y circunloquios bajo el argumento de no complicar más las cosas habían asentado otro modo de hacer política en el País Vasco.
Su ascenso fue rápido. En las elecciones municipales de 1983 se presentó con AP. El partido fue la cuarta fuerza en San Sebastián y logró apenas 9.581 votos y tres concejales. Él fue uno de ellos, el más joven, con 24 años. A partir de ahí, su discurso contra el terrorismo y la violencia le convirtió en un azote incómodo para ETA y HB. El apoyo social que recababa Ordóñez fue creciendo de elección en elección. Tras su asesinato el PP fue la fuerza más votada en San Sebastián, con 22.611 votos.
En su boletín interno, Zutabe, ETA se congratuló de la repercusión que había tenido su asesinato. También de lo eficaz que resultó para asentar el mensaje de que su “lucha” no se limitaría a jugar “un partido” entre la Guardia Civil y ETA sino que también entraban en el juego de su diana los políticos. Según la banda hasta entonces se creían “limpios o fuera del conflicto”. Para los terroristas tenían “una gran responsabilidad” y les afectaría el acoso y la amenaza que llevaran adelante a partir de entonces. Así fue.
"Siempre tenía tiempo para todos"
Consuelo conoció mejor que nadie a Gregorio. Apenas se llevaban dos años. Reconoce que ambos fueron niños muy tímidos. Nacieron en Caracas. Sus padres les pusieron sus nombres, Consuelo y Gregorio. La suya también es una historia de superaciones. El padre, huérfano con sólo tres años y criado en un orfanato. A ella, la madre, los republicanos le mataron a su padre. Ambos, por circunstancias de la guerra, terminarían en un pueblo de Valencia, Terrateig. Pero no se conocerían hasta que sus familias emigraron a Venezuela. Fue allí donde se casaron y nacieron sus dos hijos. El regreso a San Sebastián en 1965 fue gracias a una oportunidad laboral que les brindó un tío de Consuelo. La familia Ordóñez Fenollar regentaría la primera lavandería industrial de San Sebastián. Fue allí donde el futuro político y su hermana crecieron.
“Hace poco hubo quien me dijo que lo que más recordaba de Gregorio es que siempre tenía tiempo para todos, que era accesible a todos. Y es cierto. Siempre lo tenía. Esa era su vocación de servicio y es como me gustaría que siempre se le recordara. Además era muy currante y muy dialogante, entendía que la política era llegar a acuerdos con todos, con el diferente, y tratar con respeto al adversario”, asegura Consuelo Ordóñez.
Recuerda cómo durante su etapa universitaria Gregorio cambió. Dejó atrás la timidez y descubrió el liderazgo que ya entonces empezó a mostrar. “Cuando fue a Pamplona a estudiar empezó a cambiar mucho. Se hizo más extrovertido, descubrió a las chicas, se enamoró de Ana y su vida cambió hacia la política. Goyo vivió muy deprisa”, recuerda. Afirma que nunca le vio enfadado, que era muy complicado discutir con él. También que la intensidad con la que se dedicó a la política le impidió seguir haciendo planes juntos, “ya no tenía tiempo, a mi la política, de algún modo, me arrebató a mi hermano”, señala Consuelo.
Su asesinato fue un despertar para ella. Hasta entonces la política apenas le había interesado. Tomar el testigo de su hermano para reivindicar su legado y su figura hizo que Consuelo saliera a la luz pública. Participó en numerosos actos contra el terrorismo pero sobre todo, junto a otras víctimas, fundó Covite. A partir de ahí, la diana de los violentos también se puso sobre ella. Pero no sólo la de la izquierda abertzale. Consuelo arremete con dureza contra los que desde la “derecha abertzale” intentan instrumentalizar no sólo a su hermano sino al conjunto de víctimas. Espera que en este 30 aniversario no vuelva a suceder.
La utilización y defensa de lemas como el ‘Que te vote Txapote’ son los que le han alejado más de figuras como la de María San Gil. Hace tiempo que su relación estaba distanciada, como lo está con determinados altos cargos del PP a los que acusa de utilizar a las víctimas. Isabel Díaz Ayuso, Miguel Tellado o Cayetana Alvarez de Toledo son algunos de los nombres a los que acusa de esa utilización de la memoria de las víctimas: “Tener que escuchar que no había habido tiempos más difíciles para hacer política como los actuales, o que ETA está hoy más viva que nunca o mostrar la imagen de las víctimas para ganar votos es una banalización inadmisible”.
Documental 'Esta es una historia real'
Por algunos aspectos de estos no participa en el documental ‘Esta es una historia real’ que promueve la Fundación San Pablo CEU a la que pertenece María San Gil. El trabajo, que cuenta con el apoyo financiero de la Comunidad de Madrid, será presentado el próximo martes 21 en la Puerta del Sol. Será entonces cuando el Ejecutivo madrileño celebre el acto de recuerdo a Ordóñez, al que está previsto que acuda el expresidente del Gobierno, José María Aznar y que presidirá la presidenta Isabel Díaz Ayuso.
Es además uno de los testimonios, junto al de San Gil, que aparece en el documental que ha dirigido Iñaki Arteta, autor de varios trabajos relacionados con las víctimas y la violencia de ETA. Aznar estuvo con Ordóñez sólo unos días antes de que fuera asesinado. Sólo tres meses después sería el aún líder de la oposición quien sufrió un atentado de la banda del que salió ileso gracias al blindaje de su coche.
El repaso por la vida de Ordóñez se hace con el testimonio de su viuda, Ana Iribar, y su hijo Javier. En 41 minutos del documental que se estrenara el martes Arteta ha querido mostrar la vida de “un chico joven que creía que se podían hacer cosas importantes en un sitio conflictivo y hostil como era la Euskadi de aquel momento: “Ingresar en política y en la derecha constitucionalistas era ponerte en una posición hostil. He querido mostrar que fue una persona normal que creía que podía hacer cosas importantes”, señala Arteta.
Tres décadas después del atentado, su viuda, su hijo y su hermana confían en que además de los autores materiales puedan ser condenados también los autores intelectuales. Hace años que presentaron una denuncia para poder identificar y condenar a los jefes de ETA que ordenaron su asesinato. El caso sigue abierto.
El legado de la "rebeldía"
A Ana Iribar estos días el teléfono no deja de sonarle. Es un aniversario redondo y el interés por recordar a Gregorio ha aumentado. Sabe que pese a la desgracia que padeció, es, entre el mundo de las víctimas de ETA, una privilegiada por contar con tanta atención: “Siento cierto pudor al pensar que la mayoría de las víctimas de ETA no tienen este seguimiento, esta avalancha de interés. En estos días pienso en cuántas víctimas siguen en el anonimato”.
Tanta atención le ayuda a sobrellevar la pena y el vacío que desde entonces le acompaña: “Le echo muchísimo de menos. Es una ausencia que está sentada en el sofá de mi casa”, asegura. Hoy, Javier, su hijo, tiene 31 años, “los mismos que tenía yo cuando mataron a Gregorio”. Ve en él muchas cosas de las que tenía su marido, “sólo tengo que asomarme a sus ojos para verle”: “Se parecen bastante físicamente, comparten carácter. Es inteligente, muy abierto y muy de escuchar, como su padre”.
Iribar confía en que el legado de la “rebeldía” con la que vivió y luchó Gregorio sea la lección que quede para futuras generaciones: “A los jóvenes cuando voy a los colegios les digo que busquen la verdad, que salgan del ruido que hay tan terrible en muchos medios y que allí donde vean una injusticia se rebelen, que sean agentes de cambio. Es lo que fue Gregorio Ordóñez, un agente de cambio en la sociedad vasca y en su ciudad, él solito se propuso transformar la sociedad en la que vivía. Su mensaje sería ‘busquemos la verdad, busquemos los problemas de verdad y seamos agentes de cambio’”.
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