No seré yo quien ponga en cuestión aquello de que “España es la mejor economía del mundo”. Lo sostuvo el presidente del Gobierno hace unos días y sus motivos tendrá, pese a que el Fondo Monetario Internacional parece que opine lo contrario. Doctores tiene la Iglesia y cada cual justificará su teoría sobre la verdadera situación de España como bien pueda. Yo creo a Pedro Sánchez. ¿Por qué iba a estar interesado ese hombre en describir con hipérboles la realidad española? Mi percepción a pie de calle es distinta, pero seguramente se explique en que me administro muy mal. He intentado mejorar, pero la verdad es que no se me da muy bien. Gasto más de lo que debería e ingreso, sin duda, mucho menos de lo que merezco.

Mi estrategia ha fracasado, de momento, aunque aconsejaría a mis enemigos que no canten victoria. Di de baja Netflix, Amazon Prime y Filmin porque me dijeron que este tipo de gastos impide el ahorro necesario para comprar una vivienda, pero no dio resultado. Cambié el aceite de oliva por el de girasol (de 7,09 a 1,79 euros), el tomate rosa por el canario (de 2,06 a 1,97 el kilo) y el plátano por la banana. Los libros los compro desde hace un tiempo en un sitio que se llama Alcaná -segunda mano- o los robo con sigilo cuando no hay nadie a mi alrededor en el periódico. Debe ser algo habitual en el gremio. No somos gente de fiar. Por eso no me siento culpable cuando atento contra la integridad o el patrimonio de un periodista. También los ataca el presidente... y Félix Bolaños.

No tengo coche, así que viajo todos los días en metro. En las ciudades prósperas, los ricos usan el transporte público sin complejos, dicen, así que tampoco es algo degradante. El servicio funciona muy bien. Los trenes de la Línea 1 -nuevos y relucientes- llegan cada 6 minutos y casi siempre van abarrotados. No hay privacidad alguna ni oxígeno para sobrevivir mucho tiempo ahí dentro, pero tampoco es necesario: la gente de aquí es muy cercana. Hace un tiempo, escuché una conversación en la que una chica le recriminaba a otra lo que se gastaba al mes en cigarrillos. Le comentó que dejar de fumar le permitiría ahorrar 120 euros al mes, lo que equivale a 1.440 al año, a casi 15.000 en una década y a una pequeña fortuna en una vida entera. El cuento de la lechera es el favorito de los proletarios contemporáneos, como las apuestas combinadas y la lotería. La imaginación es su única forma de hacer fortuna, aunque basta con que se rompa un eslabón para que todo se venga abajo. Después, vuelven a fumar.

El metro es una parte bastante relevante de la ciudad. Te lleva aquí y allá; y te permite palpar muy bien la realidad de cada sitio. Hay mucha gente que viaja con gesto hastiado, como si su rutina fuera desbordante; como con la sensación de que donde antes se podía vivir caminando, al trote, ahora sólo se puede llegar al galope. A un lugar… o a fin de mes.

Las derechas, contra el escudo social

Leí en El Plural que las derechas votaron el otro día en contra de mantener el descuento existente en el precio del transporte público. He de decir que en un principio me preocupé, pero luego reflexioné y concluí: tampoco es para tanto. El efecto será mínimo en la mejor economía del mundo. ¿Por qué sufrir por estas minucias? Habría que dejar de lado el victimismo miserable y comenzar a pensar a lo grande, como los suizos. ¿Que sube 30 euros al mes el bono del metro? Ya va siendo hora de comprar un Audi. La gente del país más próspero del planeta debería entender de una vez que todo cambio implica una oportunidad.

Quizás es momento de sacudirse el polvillo gris que envuelve el alma de pesimismo y comenzar a abandonar la pobreza mental. Hay que resetear, confiar en el presidente del Gobierno y en sus juicios sobre nuestro bolsillo; y dejar de temer al futuro. De momento, volveré a ir a restaurantes y actos sociales varios. En esta última etapa, he justificado mi aislamiento social con las crisis de ciática. Tonto he sido. He afirmado tantas veces que sufro ese dolor que temo que alguna vez me afecte de verdad y sea más molesto de lo que pensaba. Me lo inventé un buen día porque no me apetecía ir a escuchar los éxitos de los demás y resultaba más creíble hablar de la inflamación del nervio ciático (la postura, el cambio de estación...) que las alusiones a las muelas del juicio, a la gripe semanal o al deceso de mi séptimo u octavo abuelo. Nadie me ha replicado con una especial intensidad, así que entiendo que nadie ha tenido ese dolor o que me dejan por imposible.

Mi actitud ha sido penosa. Impropia de alguien que vive en una economía tan puntera. Me culpo por haber tenido el cuerpo en palacio y el alma en Burundi. En mi descargo, diré que no había escuchado a Pedro Sánchez con mucha atención. Últimamente, me gustaba mucho menos salir que quedarme en casa. Allí me había dado por organizar mi economía del mes que viene. Todo lo aplazaba siempre hasta entonces. Los proyectos del mes que viene son aquellos que se planean, pero nunca se ejecutan. Son, eso, cosa de un período de tiempo que nunca se alcanza, como cuando cae una moneda y rueda cuesta abajo.

Decía: ¿Cuándo pintamos? Y respondía: En febrero. Cuando cambiaba la hoja del calendario, volvía a aplazar el proyecto. A marzo, a abril o al mes siguiente en cuestión. El día 29, cuando ya intuía que tampoco iba a haber presupuesto a partir del día 1, recordaba que en esa fecha era tradición comer en Uruguay ñoquis. O sea, pasta de patata con tomate. Barato, Baratísimo. Esas cosas nunca sucederían en la mejor economía del mundo. He sido idiota por no haber leído la parte de un artículo de The Economist que le resultó interesante a Sánchez.

Un engaño penoso

Diría que es una fortuna que no me sucedan todas estas cosas. Tan sólo robo libros y pongo excusas, pero por desgana. También viajo en metro. Ahí se escuchan penurias, cansancios, abusos y desencantos, que también se ven a pie de calle, pero ni mucho menos esto es un caos.

España no linda con el desastre, pese a sus nefastos dirigentes. Consuela pensar que lo que cuenta la trilogía de La lucha por la vida sucedió hace cuatro días, a principios del XX, pero aun así está muy lejos, dado que, entre otras cosas, Madrid no conoce el hambre hoy en día. El protagonista de La busca dormía en la cuevas del cerro de Príncipe Pío o en el suelo de la tahona donde trabajaba. Era ratero por dar sentido a sus días miserables y no llegaba a comprender la generosidad de las monjas que repartían comida entre personas que eran pobres en todos los sentidos, alrededor de Atocha.

Ya no somos eso, pero las circunstancias, la mera observación y el recorrido callejero hacen ver que, a lo mejor, el que el presidente afirme que España es la mejor economía del mundo podría causar más indignación entre los pobres diablos que la manipulación del algoritmo de Twitter, que, según él, tanto confunde, tanto odio siempre y tantas mentiras contribuye a fijar en la mente del hombre corriente.

Porque a lo mejor la mayor trola la pronuncia quien oculta que ese escudo social no es gratis para nadie. O quien no incide en la verdadera situación económica de los que, sin esos descuentos mensuales, van a pasarlas canutas para llegar a fin de mes. La figura de Carpanta es rara por aquí. Pero lo es tanto, como la de la menguante clase media. ¿Acaso esto último no implica cierta decadencia? ¿Dónde está, entonces, ese país tan rico?