Fueron casi seis décadas de violencia. Sesenta años que dejaron un rastro de dolor irrecuperable en forma de 853 víctimas y miles de heridos. Fue el legado más cruel que dejó ETA. Pero no el único. La actividad terrorista también provocó un impacto económico y un desgaste estructural en la economía vasca y española. En el País Vasco lo hizo en forma de deslocalización de empresas, marcha de empresarios y capital y una herida en su otrora reconocida capacidad de emprendimiento que sigue lastrando su economía. Una década después de la disolución de la banda terrorista, Euskadi no se ha recuperado de la profunda lacra económica que dejaron sus atentados, extorsiones y amenazas.
El impacto en la economía española se puede estimar en 25.000 millones de euros, según la investigación de Luis Ramón Arrieta, secretario de la Comisión de Economía de la Universidad de Deusto. En su estudio ‘El impacto económico del terrorismo: un análisis del caso vasco’, Arrieta afirma que España padeció un coste directo por la acción de ETA que se tradujo no sólo en un freno a su PIB sino también en la menor llegada de inversión extranjera y en la deslocalización de empresas. Sin duda fue la economía vasca la que en mayor medida padeció sus consecuencias. La pérdida relativa del PIB vasco se calcula en un 24% respecto al del conjunto de España.
La presión que sobre las empresas ejerció la banda fue creciendo. Una extorsión que provocó un daño profundo en el tejido industrial y financiero que en muchos casos optó por abandonar Euskadi. Arrieta detalla cómo diversos estudios han concluido que fueron entre 10.000 y 15.000 el número de empresarios y directivos que de modo directo sufrieron la amenaza de ETA. Una coacción que se ejerció en muchos casos con atentados mortales, con la extorsión a través del llamado ‘impuesto revolucionario’ o con acciones violentas hacia sus empresas. Algunos estudios estiman en 445 millones de euros la cantidad que a través de los secuestros y la extorsión logró la banda terrorista.
En este contexto fueron muchas las empresas que optaron por abandonar el País Vasco. La deslocalización y la salida de centros de decisión de algunas de las principales compañías asentadas en Euskadi provocó un impacto muy relevante en la economía. Así, entre 1979 y 1980 la compañía Michelín sufrió el secuestro de dos de sus directivos y el asesinato de un tercero. A consecuencia de ello, optó por trasladar parte de sus plantas y dirección desde Lasarte y Vitoria a Valladolid. En 1983 el Banco de Vizcaya trasladó parte de sus oficinas a Madrid después del atentado en el que ETA mató a tres de sus empleados en sus oficinas de Bilbao. Antes, la banda había asesinado a su consejero delegado, Javier de Ybarra, y secuestrado al consejero Javier Lipperheide.
Estigmatizar al empresario
Estas acciones y las decisiones de las grandes compañías extendieron el temor a todo el tejido empresarial. De modo más discreto, muchas pymes, en muchos casos del sector de la máquina herramienta esencial en la economía vasca, optaron por salir de Euskadi para instalarse en comunidades autónomas cercanas. Arrieta recuerda el dato aportado por el ‘informe Foronda’ del historiador Raúl López Romo que concluye que las empresas vascas sufrieron un atentado cada tres días. En este contexto de acoso se estima que la pérdida de empleos en el tejido laboral vasco alcanzó los 30.000, en muchos casos trabajos de alto valor añadido.
Además, ETA y su entorno llevaron a cabo labores de estigmatización de la figura del empresario. Arrieta subraya cómo esa labor logró que durante mucho tiempo una parte de la sociedad percibiera al empresario como una persona culpable, “que se había enriquecido ilícitamente y que debía pagar por sus actos” y no como una víctima injusta de la acción terrorista. La estigmatización de la figura del empresario estaría detrás de la merma de vocaciones empresariales y emprendimiento que aún a día de hoy padece la economía vasca.
Arrieta destaca cómo en la actualidad en Euskadi el porcentaje de empresas familiares, muy presente en el pasado, se ha perdido. Los datos sobre emprendizaje a nivel nacional sitúan al País Vasco en los últimos puestos, “algo que contrasta con la tradición emprendedora que los vascos han tenido a lo largo de la historia”. Una circunstancia que, destaca, “se ha convertido en estructural”.
Respecto a la pérdida de 25.000 millones de euros en los que estima el impacto económico del terrorismo en España, apunta que el 90% de ese importe “ha sido soportado por todos los españoles”. Un importe que ya reflejaban dos investigadores de la Universidad de Alicante (Díaz y Montaño) en una investigación de 2018. Arrieta señala que a todo ello habría que sumar los costes que en seguridad privada tuvieron que sufragar las empresas y empresarios.
Fuga de capitales
El desgaste de la economía en Euskadi también se produjo por la fuga de capitales. Entre los años 80 y los 90, los de mayor intensidad de la violencia, la deslocalización de los depósitos en bancos y cajas de ahorro se disparó. Capital que se ingresó en entidades de otras comunidades autónomas. Entre los empresarios y las clases más adineradas se extendió el temor, -que investigaciones posteriores demostraron cierto-, a que empleados de banca afines a ETA y su entorno pudieran informar sobre posiciones económicas de algunos de sus clientes, y que ello pudiera precipitar acciones contra ellos.
En este clima invertir en Euskadi se convirtió en una acción arriesgada. La violencia de ETA ahuyentó muchas inversiones y frustró no pocas inversiones. En los años 60 y 70, en los inicios de la violencia etarra, el País Vasco absorbía el 7% de la inversión extranjera que llegaba a España. Según el estudio de Arrieta en el periodo 1993-2011 ese porcentaje cayó al 1,8%. Destaca cómo la economía vasca apenas pudo beneficiarse de la entrada de España en el Mercado Común Europeo y cómo la calificación como ‘zona de acción de grupos terroristas’ precipitó la fuga de muchas inversiones a otras comunidades autónomas.
El rastro de tantos años de violencia aún hoy lastra a la economía vasca. Los importantes déficits estructurales que dejó aún perjudican su desarrollo. El crecimiento sigue estando impulsado por el empleo público, pero no por el privado. En los últimos cinco años Euskadi ha sido donde menos ha crecido el empleo privado, un 1,8% frente a la media del 6,2% en el conjunto de España. Ni siquiera el modelo fiscal singular, el Concierto Económico vasco, ha logrado revertir del todo el daño provocado por ETA durante tantos años, si bien sí permitió mitigarlo parcialmente.
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