Ahora que los politólogos han descubierto los afectos, cabe citar el verso de Jorge Luis Borges, "no nos une el amor, sino el espanto", para explicar cómo votarán en la segunda vuelta ese grupo de ecuatorianos que, sin haber votado en la primera por uno de los finalistas, determinarán quién gobernará, si Luisa González del partido de izquierda Revolución Ciudadana, liderado por el expresidente Rafael Correa, o Daniel Noboa Azín, candidato del partido personalista Acción Democrática Nacional (ADN, coincidiendo con sus iniciales) y actual presidente del país. En lugar de orientarse por la proximidad y vínculo programático hacia uno de los candidatos finalistas, ese voto se guiará más bien por un cúmulo de sentimientos negativos que tienen mucho de miedo, rechazo, consternación, terror o amenaza. Por eso, el votante escogerá el o la candidata que menos repudio le genere o, quizá, a ninguno de los dos. Esa decisión marcará la suerte del país en una elección en la que quien gane lo hará "por una cabeza", como en el tango de Carlos Gardel.

Pero el espanto no es solo un sentimiento, también es una enfermedad propia de las culturas ancestrales del continente. Cuando a alguien le da "el espanto" o "el susto" -se llama al mal con los dos nombres- sufre una pérdida de energía causada por una fuerte impresión que, además de bajar los ánimos, se puede manifestar fisiológicamente con alteraciones digestivas, cardíacas o del sueño, de forma muy similar al estrés occidental. Para curar el espanto se recurre a limpias con flores, hierbas, aguardiente de caña, huevos o cuyes acompañadas de ininteligibles rezos católicos, en un juego de sincretismo religioso muy propio de toda la región.

La cura del espanto electoral está lejos de los poderes de María Maigua –la curandera del pueblo donde crecí que solucionaba casi todos los males con un soplido de trago mientras soltaba conjuros– porque el problema de fondo es que permanecerán los factores estructurales que lo causan. Por esta razón, los electores optarán por el mal menor, es decir, votarán a quien menos susto les dé.

La elección negativa no es un fenómeno nuevo en Ecuador y está relacionada con el efecto polarizador que tiene la percepción positiva o negativa del electorado respecto al gobierno del expresidente Rafael Correa y su persona. Esto no es algo específico de Ecuador, ocurre en otros países con sistemas de partidos débiles y una política fuertemente personalista como, por ejemplo, Perú, cuya política órbita en torno al fujimorismo, al menos hasta las elecciones de 2021.

El susto a Rafael Correa y su séquito, entre los que está la candidata González, se debe al autoritarismo y corrupción que hubo durante su gobierno entre 2007 y 2017. Mientras que el espanto que provoca el actual presidente Noboa es más heterogéneo y va por barrios. A muchos de sus detractores no les gusta que una persona proveniente de una familia con una fortuna tan grande acapare a la vez el poder político, peligro que se explica por sí solo o viendo lo que pasa en EEUU con los broligarcas socios del "Golfo de América".

Otros desconfían de su capacidad de gobierno, caracterizado no solo por su carencia de propuestas, sino también por la improvisación constante en los ministerios. Así, por ejemplo, por Producción han pasado tres ministros en poco más de año y medio y, en el mismo plazo de tiempo, cinco personas han ocupado la gerencia de la empresa pública de petróleos, Petroecuador, la más grande del país. También provoca susto su irrespeto a las leyes y al Estado de Derecho, puesto que no ha dudado en arrogarse funciones para nombrar vicepresidentas y no acata o tergiversa normas. Otros sospechan de su tendencia a instrumentalizar el Estado y sus capacidades en beneficio propio, como ocurrió cuando intentó eliminar deudas fiscales de su familia o con el uso de la Fiscalía y otros órganos del Estado para perseguir judicial y económicamente a la familia de su exmujer y madre de su primera hija.

Aunque el país va a tener que elegir entre dos tendencias autoritarias, el gran miedo del elector ecuatoriano es la desdolarización. En lo personal no creo que se cambie el sistema monetario. Habría que crear una nueva moneda que sustituya al dólar estadounidense, la misma que se emitiría solo con el respaldo de la débil economía ecuatoriana, lo que la haría volátil. Además, para ese cambio, se tendrían que congelar los depósitos bancarios. Por ello, no me cabe duda de que en cuanto se decretase un nuevo corralito, o se quisiera poner en circulación otra moneda, el país entraría en un clima de caos y violencia que acabaría con cualquier gobierno.

Con relación a este tema, la candidata RC es la que genera más desconfianza entre los electores. Si bien la dolarización no estuvo amenazada durante el gobierno de Correa, en la opinión pública se ha instalado la sospecha de que González desdolarizaría para emitir moneda inorgánica, con el fin de sostener una hipotética política clientelar y de aumento del gasto público. Es decir, haría algo parecido a lo que hizo el peronismo-K con la economía argentina. El recelo se alimenta por las declaraciones de miembros de su partido, como las del excandidato Andrés Araúz, un economista con pretensiones intelectuales que se puso a explicar política de tipo de cambio en plena campaña y lo hizo tan mal que en lugar de ganar adeptos dio susto.

Los grandes electores del 2025 serán los que apoyaron a Leónicas Iza, candidato por Pachakutik, un partido que se explica mejor desde la identidad que desde el eje izquierda-derecha"

Otro factor a tener en cuenta es que los grandes electores del 2025 serán el 5,24 % de votantes que apoyaron a Leónidas Iza, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y candidato por Pachakutik, uno de los partidos políticos más institucionalizados del país cuya tendencia se explica mejor desde la identidad que desde el eje izquierda-derecha.

No se trata, como se dice muchas veces, de un partido indigenista, es decir que defiende la vuelta al pasado o a la hegemonía cultural indígena, sino que más bien, prioriza la defensa de los intereses de los  indígenas en el Estado, en un contexto donde el racismo contagia a las instituciones políticas y a la sociedad. Algo que no debería sorprender pues los obreros, los catalanes, los católicos, los ecologistas, los vascos, los terratenientes, los bávaros o los protestantes han tenido y tienen partidos que los representan. Además, qué mejor para una democracia que las demandas de los distintos actores se canalicen en las instituciones a través de partidos.

Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, las reivindicaciones indígenas no solo se han demandado a través de su partido, sino también por medio de mecanismos de acción colectiva –muchas veces violentos– como los levantamientos, lo que les ha convertido en el auténtico contrapoder de los distintos gobiernos.

Rafael Correa los persiguió durante su mandato hasta el colmo de quitarle la sede a la CONAIE o de tratar de evitar su participación en política a través del dictatorial Decreto 16. Daniel Noboa no ha tenido que enfrentarse a un levantamiento durante su corto gobierno, pero ha recogido en su partido al sector más ultramontano de la sociedad ecuatoriana, aquel que desconfía de los indios hasta el punto de pedir cárcel para Iza -como lo hizo el diputado de ADN Andrés Castillo-. A eso se suma la falta de empatía del presidente con los indígenas: no hizo campaña en sus territorios ni se aproximó a sus organizaciones.

En este momento no hay evidencia clara de que una de las tendencias se vaya a imponer en la segunda vuelta, aunque en unos días, cuando arranquen las campañas, veremos qué es lo que están dispuestos a hacer los candidatos para curar el espanto de los electores, o al menos aliviarlo, y conseguir sus votos.


Francisco Sánchez es director de Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en El Independiente.