Si no fuera porque Fernando Simón llegó a rechazar la idea de que el coronavirus iba a llegar a España, a avalar manifestaciones una semana antes de imponer un confinamiento; o a criticar el cierre preventivo de colegios en Madrid, a lo mejor sería más efectiva la estrategia que utilizó este domingo en su visita a Lo de Évole, en la que intentó convencer a la audiencia de que nunca antepuso los intereses políticos frente a los epidemiológicos durante aquellos días.

El guión fue similar en lo sucesivo y desde el Ejecutivo y sus medios de confianza se llegó a desaconsejar el uso de mascarillas más allá del ámbito “estrictamente sanitario”. A los pocos días, intentaron convencer a los ciudadanos de lo contrario. ¿Cuánta gente se contagió en el supermercado entre medias? En Navidad de 2021, un año después de que comenzara la campaña de vacunación, y en un escenario muy distinto al del 8-M de 2020, al haberse demostrado que el virus en exteriores era de difícil contagio, volvieron a imponer el uso de mascarilla por la calle.

Se inventaron la existencia de un Comité de Expertos, emplearon la figura del Estado de alarma para restringir los movimientos, pese a ser inconstitucional; confinaron Madrid por zonas -en mayo de 2021- por cuestiones sanitarias que, sin duda, eran menos relevantes que las políticas; y en ningún momento discutieron actitudes presidenciales absolutamente anticientíficas, como la que anunció la derrota el virus en junio de 2020, cuatro meses antes de que Pfizer anunciara la patente de su primera vacuna. O la que le impulsó a emplear un vocabulario de guerra para una cuestión que era meramente sanitaria, lo que derivó en una paranoia colectiva en la que los indisciplinados fueron degradados a la categoría de colaboracionistas. Llegaron a enviar un helicóptero policial para detener a una mujer que se había saltado el confinamiento para hacer surf. Hubo comunidades de vecinos que se convirtieron en polvorines. Se limitaba el aforo en los entierros y todo el mundo lo aceptó. Se pensó que esto era una guerra. Que no se le olvide a nadie tamaña irresponsabilidad gubernamental, la cual, por cierto, no sólo sucedió aquí.

El PSOE y las corruptelas

Mientras eso sucedía, Koldo García se movía por los pasillos de varios ministerios. El contraste entre una parte de España y la otra era inmenso. Mientras la mayoría de los ciudadanos estaba encerrada en su casa, aplazando encargos, clases y proyectos, los cabecillas de estas corruptelas buscaban formas para cobrar -presuntamente- comisiones a partir de la enorme desgracia que había generado la covid-19. La trama ya ha salpicado a José Luis Ábalos y a algunos otros ministros y exministros. Se ha hablado de mordidas, de apartamentos, de putas, de República Dominicana y derivados. Se invirtieron 54 millones de euros en una empresa de Aldama -Soluciones de Gestión y Apoyo a Empresas- que repartió comisiones y entregó los pedidos tarde y de forma defectuosa, al más puro estilo de la mafia durante la Ley Seca. Fue una auténtica humillación.

Jordi Évole hizo bien su trabajo y preguntó y re-preguntó a Salvador Illa durante la entrevista, lo cual no es poca cosa, dado que en Cataluña quien ostenta la presidencia de la Generalitat no sólo se convierte en “molt honorable”, sino que también suele heredar el título de 'intocable y venereable', al repartir dinero público entre la prensa. Illa aseguró que se sentía “decepcionado” con quienes propiciaron las corruptelas, que no conocía. Esto resulta muy curioso, dado que Koldo García llegó a visitar su despacho. Dice el mandatario que no le conocía de nada y que le derivó a otro departamento. Resulta muy creíble esa versión. Tanto, como que tampoco estuviera al tanto de la llegada de Delcy Rodríguez a Madrid, pese a que -según Víctor de Aldama-, estaba invitado a una cena con ella y otros cuatro ministros.

Dijo Simón durante la entrevista que Illa “es una persona excepcional”, lo que demuestra -afirmó- que “no todos los políticos son iguales”. El president le devolvió el cumplido. Un poco antes, Évole había preguntado al epidemiólogo acerca de su posible interés por entrar en política. Lo negó. Él es un científico. Fiel al método cartesiano. Largo lo fía... Unos minutos después, centraron la conversación en las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid. No es que allí no muriera gente y que no se produjeran negligencias. Lo que sucede es que aquello pasó en toda España. En Cataluña, también se denunció que los ancianos no eran trasladados a los hospitales. No fue una cuestión de color político. En Castilla y León, donde gobierna el PP, el porcentaje de muertes en estos centros fue mayor que en Madrid.

Digamos que en este caso siempre ha sido más sencillo echar culpas a la enemiga política madrileña que aceptar que, en una situación de necesidad, se demostró que la sanidad pública española no podía atender a la avalancha de enfermos. Por falta de camas, de respiradores, de medios humanos... Que Simón permitiera el domingo que el debate se circunscribiera a Madrid, le delata. Fue y es un político y se contagió de las miserias de esa profesión.

Cuesta, en ocasiones, tomar la medida a quienes alardean de que no han matado a una mosca en toda su vida. Máxime si se expresan con tono amable y complaciente. Lo que sucede es que, cuando se les caza, se les conoce y se les escucha, se entiende muy bien su peligro, que es mucho mayor que el de los que despotrican y son sinceros con sus cabreos y sus posiciones. La pandemia fue una prueba gigantesca que dejó mucho sufrimiento, muerte y dificultades económicas. La clase política española no estuvo a la altura. Su actitud fue mucho más irresponsable que la de los ciudadanos, sometidos a unas cuantas rutinas que no dejaron de ser experimentales. Simón fue un político, no un científico. Que nadie lo olvide, cinco años después.