Cuando ya todo lo daba por perdido, apareció en escena un personaje que cambiaría mi destino. Era un hombre más o menos de mi edad —entonces yo tenía treinta y siete años—, bien vestido, que caminaba de forma tranquila. Llevaba bigote y una túnica de color azul petróleo que nunca he podido olvidar. Se notaba que los demás le tenían respeto y supuse que sería algún jefe local. Aquel hombre, al que todos miraban, vino hacia mí lentamente, mientras los demás le abrían paso, y delante de todos me dio un beso en la mejilla derecha. Me quedé helado. Él no me dijo nada, no me preguntó nada, ni a mí ni a nadie. Sencillamente, me dio aquel beso y, con la misma tranquilidad con la que había llegado, se marchó. Fue como una aparición milagrosa. En solo unos minutos, por enésima vez aquella terrible tarde, había conseguido salvar la vida. Supongo que ese era mi destino. Después de aquel gesto, la escena cambió radicalmente. Quienes me zarandeaban fueron retirándose y los gritos e insultos cesaron.

Aquel beso selló la salvación definitiva de José Manuel Sánchez Riera, el único de los ocho agentes del Centro Nacional de Inteligencia que no pereció el 29 de noviembre de 2003 en el mayor ataque de la historia de la institución. Sucedió en la “Ruta Jackson”, cuando los dos vehículos en los que viajaban desde Bagdad cruzaba el pequeño pueblo de Latifiya. Durante las más de dos décadas que han transcurrido, Sánchez Riera ha vuelto una y otra vez a aquella árida carretera en la que una emboscada segó la vida de Alberto Martínez, Alfonso Vega, José Carlos Rodríguez, José Lucas, José Merino, Carlos Baró y Nacho Zanón y dejó la del único superviviente malherida por el trauma.

"Por qué yo estaba vivo"

“En un momento dado, volví la cabeza —lo hice solo una vez— y vi que un enorme sedán blanco, tipo americano de los años setenta u ochenta, se había colocado en el carril de la izquierda y trataba de alcanzarnos. Por las ventanillas de su lado derecho salían los cañones de dos armas largas, supuse que kalashnikov, aunque, según me dijeron después, alguno pudo ser una ametralladora”, relata Sánchez Riera en Tres días de noviembre (Espasa), el libro en el que 21 años después de la tragedia su único testigo rompe el silencio y cuenta su historia, la del mayor golpe al espionaje patrio en la historia de la democracia española.

Durante estas décadas, el hoy exagente se ha atormentando con el mismo interrogante. “Por qué yo estaba vivo y mis compañeros no”, desliza. “Sé que no va a haber respuesta. Es un proceso donde te lo preguntas muchas veces. Y el cálculo que me sale, además, es que tenía que haber habido ocho muertos. Ya he dejado de preguntármelo. Primero porque no tiene respuesta y segundo, es un esfuerzo inútil”, desliza Sánchez Riera en una entrevista con El Independiente. Es una tarde de finales de marzo y, tras un mes lloviendo sobre mojado, el tiempo ha concedido cierta tregua. Sánchez Riera, chaqueta y sonrisa, habla con la calma de quien ha ido saldando cuentas con un pasado que -admite- le acompañará siempre, pero que ya no le destruye como si fuera ácido.

“Hemos conseguido un entente cordiale entre el trauma y yo. Entonces, lo llevo bien. Sé que tengo estrés postraumático, pero sé que las circunstancias no están dando para que me afecte y ya está”, desliza. Ha necesitado un largo vía crucis para salir del bucle, de aquella “Ruta Jackson” y aquel ruido ensordecedor de los disparos, de aquella persecución con final aciago y de aquel instinto de supervivencia que superó la ira de la turba hasta recibir el beso en la mejilla derecha a modo de indulto. Su salvoconducto.

Durante 20 años regresé cada noche a Irak. Ahora vuelvo porque quiero

Salvado por un beso

“En aquel tiempo, mi rutina diaria era bastante simple. Durante el día llevaba una vida normal y, aparentemente, todo funcionaba bien. Sin embargo, por las noches regresaba a Latifiya, con todos mis miedos y recuerdos intrusivo...”, escribe Sánchez Riera. “En los momentos muy malos, ese recuerdo era tremendamente invasivo. Pero yo lo revivo. No tengo problemas problemas para revivirlo. De hecho, ahora mismo lo estoy reviviendo. Pero eso no me supone ninguna merma en mis facultades, ni me genera ningún pensamiento ni sentimiento negativo. Esto es lo que pasa con los años”, explica. “Pero sí, durante muchos años, ese recuerdo, que se da sobre todo por las noches y que es el flashback de las películas, es tremendamente real. Las sensaciones y la angustia que pasas se acentúan más con el tiempo, no en los primeros momentos. Eso sí te hace que duermas mal, pero yo pesadillas no he tenido, pero para qué iba a tener pesadillas si ya las vivía”.

La misión en la que se enroló debía durar cinco días y debería haber sido el prolegómeno a seis meses de despliegue, a partir de enero de 2004, en tareas de contraseguridad de las tropas españolas desplegadas tras la invasión estadounidense de Irak y la rápida caída del régimen de Sadam Husein. Tras dos primeras jornadas de visitas en los alrededores de una de las bases, la misión no sobrevivió al tercer día, en el viaje de regreso desde Bagdad hacia el sur de Irak.

- Está vivo por un beso...
- Sí. En ese momento no estaba para muchas preguntas. Hoy sé quién es; que estaba por casualidad. Yo se lo agradezco mucho. Gran parte de que esté vivo es ese beso. Pero no es todo. Cuando fui a por ayuda ya estaba salvado y yo no lo sabía. Pero esto lo he aprendido hace dos semanas, porque esto sigue siendo un proceso vivo.

Los 8 de Irak, los agentes del CNI que sufrieron una emboscada en Irak el 29 de noviembre de 2003. Siete de ellos murieron.

- Sabe algo más de su salvador..
- He visto una fotografía suya, pero no sé el nombre, ni hemos tenido relación alguna. Con lo que sé me vale.

- Durante aquel ataque, no lograron comunicar sus coordenadas. Todo lo que pudo salir mal, salió mal...
- Perdón por la broma, pero cuando en España algo sale mal, sale muy mal. Fue un cúmulo de desgracias. No hay que buscarle más historia. En el 99% de las ocasiones el viaje se hubiese realizado bien y ya está. Entonces, fue ese día y estábamos nosotros.

Sánchez Riera subraya algunos de los detalles que envolvieron aquel ataque. Los medios no eran los adecuados pero -admite- no tiene sentido volver atrás: solo había dos chalecos antibalas para cada uno de los equipo y los coches blindados que habían sido encargados tras el asesinato un mes antes del también español José Antonio Bernal en las calles de Bagdad no habían llegado. Tras perder su arma en el barro, el agente que sorteó las balas tomó la pistola ametralladora de José Carlos. “Era, como ya sabíamos, la que se encasquillaba, la que tenían que cambiar. Hice un disparo. Nada más”, comenta. “Sé que ha habido lecciones aprendidas, que el modo de funcionamiento de esos equipos cambió y que no ha vuelto a pasar absolutamente nada”, esboza.

Con los años, Sánchez Riera asegura haber llegado incluso a ejercitar cierta empatía contra aquellos que abrieron fuego contra los dos vehículos, en una coyuntura marcada por la estrategia estadounidense de desmantelar el régimen baazista de Sadam y enviar al paro a sus cuadros. “En algunos momentos puedo incluso justificar el tema de la insurgencia. Si a ti, que eres un miembro de los cuerpos de seguridad de un país, llega un invasor extranjero y al día siguiente te dice: 'Ya no trabajas aquí'. Tú que tienes los resortes del país, dices: 'Me vas a quitar hasta mi forma de vida, no ya mi pensamiento, sino mi forma de vida, ¿por qué no voy a molestar?'”.

Los restos mortales de los siete agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) asesinados en Irak llegan en un avión Airbus-310 que aterrizó en la base aérea de Torrejón de Ardoz.

Un niño iraquí inspecciona uno de los coches en los que viajaban los miembros del CNI que sufrieron una emboscada en 2003.

Los fantasmas que le persiguieron

El tiempo no ha terminado esclareciendo algunos de los detalles de aquel ataque. Sánchez Riera dice tener “una hipótesis, que no certeza”. “Por toda la información que me llegó, lo que me han contado y la forma de actuar del intérprete de Nayaf [Flayeh al-Mayali] creo que fue probablemente  él pero sin conocer las intenciones”, señala.

Sánchez Riera sobrevivió al infierno pero, a cambio, se lo trajo con él. Durante los años siguientes litigó con la herida, a veces negándola y optando por la huida. Siguió ligado al CNI, destinado en Nueva York, Uruguay y Miami. Libró entonces, dice, la batalla más dura. La que, silente y sin tregua, fue carcomiéndole. Hasta no sentir nada. “Sigo pensando: ¿cómo se puede llegar a perder hasta ese punto las emociones? ¿Cómo puedes llegar a creer que has dejado de amar lo que más quieres?”.

- Fue su familia la que le llevó hasta la terapia. ¿Por qué no fue el CNI?
- Esa pregunta es muy sencilla. Porque eran otros tiempos. Ahora mismo, si sucediese a día de hoy, el proceso hubiese sido completamente distinto. Entonces, en temas de salud mental no existía ningún protocolo en ninguna parte. Yo me echo un poquito la culpa porque yo hubiese tenido que hacer otro proceso, que tampoco tiene solución porque estamos donde estamos. Pero ahora el proceso es: ocurre un hecho traumático, hay un equipo de psicólogos con la víctima, hay un equipo de psicólogos con la familia, inmediatamente. Porque los primeros momentos son fundamentales para poder guiar y reconducir cualquier situación extraña que se produzca en la salud mental. No había cultura. No lo pedías. Estuve cinco días hablando con un psiquiatra y ya está. Me fui unos días a Lanzarote con mi mundo interior y mirando al mar y ya está. Y ésa era la terapia. Si la hubiese solicitado, evidentemente, me la hubiesen dado, pero yo no tenía necesidad en los primeros momentos y después ya era irrecuperable.

Es parte de la historia hasta ahora invisible que Sánchez Riera ha sacado a flote, como el cuarto que se ventila tras una larga temporada cerrado. Su familia -su esposa y sus tres hijos- es la que mejor conoce esa expiación. Ese proceso de terapia que le resucitó. “ Ellos han tenido la parte más dura de esto. No han hecho el viaje a Latifiya. Han hecho un viaje distinto, porque es un viaje de angustia y de dolor. Yo no lo pong​o al mismo nivel que el mío. Ellos han llevado un trayecto bastante más complicado que el mío. Durante el proceso de estrés postraumático, es doloroso decirlo, pero tú eres consciente de lo que estás haciendo. Lo que pasa es que el resultado de tus acciones te da igual. O sea, generar dolor no te cambia tu estado de ánimo. Es así. Entonces, su trayecto es otro. Ellos sí fueron por la autopista, pero había más peligros”, murmura.

Ellos son los héroes de esta historia. Yo soy el superviviente

- ¿Dónde está hoy?
- Desde el punto de vista anímico, estoy en un periodo muy bueno. Y sobre todo porque el centro de mi vida, que es mi familia, está bien. Mi estado perfecto es la tranquilidad. Yo no me pongo excesivamente triste y excesivamente contento nunca, porque intento moderarme, porque sé que desde la tranquilidad se hace todo, se vive mucho mejor.

Latifiya y aquella carretera que fue la tumba de siete agentes del CNI no se ha ido. Sigue rondando a Sánchez Riera, retirado tras 22 años de servicio en la agencia en 2014, cuando se le reconoció oficialmente como incapacitado. “A Latifiya vuelvo muy a menudo, pero voy porque quiero también. Entiendo que el recuerdo me va a acompañar siempre. Otra cosa es que me acompañe con dolor, pero no es así. Yo no tengo miedo al recuerdo. Eso lo tengo claro desde hace bastantes años”, apunta.

- Se considera un superviviente...
- Me gusta más lo de superviviente que lo de víctima. No me siento un héroe. Los héroes son ellos. Los militares, en la Jura de Bandera, juramos dar hasta la última gota de nuestra sangre, y ellos lo hicieron. Ellos son los héroes de esta historia. Yo soy el superviviente. Habrá gente que me verá como un villano y otros que no. Pero ni lo uno ni lo otro. Ser superviviente ya está bien.