La mitad de la población del mundo no tiene acceso a servicios de salud esenciales y se calcula que cada año caen en la pobreza más de un millón de personas por tener que asumir los gastos en salud de sus familias. Muchos países cuentan con sistemas sanitarios frágiles, que les conducen a no poder cubrir las necesidades de su población, dispensar servicios de baja calidad y depender de apoyos externos para poder funcionar.

Según la Organización Mundial de la Salud, la salud es “la condición de todo ser vivo que goza de un absoluto bienestar, tanto a nivel físico como a nivel mental y social”. Sin embargo, se trata de un estado que no solo hay que abordar desde un paradigma médico-biológico, sino socio ecológico. La calidad de vida de las personas viene determinada por múltiples variantes y es preciso no desatender ninguna de ellas.

Si miramos a la infancia, la buena noticia es que la tasa mundial de mortalidad de menores de cinco años ha disminuido en un 52% desde el año 2000, pero la mala es que aún siguen muriendo cada año 4,8 millones de niños antes de cumplir cinco años, algo que se puede prevenir y revertir.

Siguen muriendo cada año 4,8 millones de niños antes de cumplir cinco años, algo que se puede prevenir y revertir

La salud es un derecho y, como tal, debe ser igual para todo tipo de población sin discriminación de ningún tipo. Nuestra lógica de intervención en este aspecto se centra en lograr una cobertura universal de salud mediante cuatro áreas clave: incidencia, apoyo, cuidado y acceso. Estas áreas buscan mejorar la calidad de vida y garantizar derechos fundamentales, como es el de la salud anteriormente citado, enfocándose en la capacitación de agentes comunitarios, la seguridad hídrica y alimentaria, la efectividad en la atención médica y la accesibilidad a los servicios de salud.

Defendemos que la cobertura universal de salud abarque tres cuestiones básicas: que las poblaciones tengan los servicios necesarios -que no sea una precaria prestación de servicios, sino todos los servicios mínimos-, 2) que tengan accesibilidad sobre todo económica y 3) por último, que los servicios lleguen a la mayor población posible, a través de clínicas móviles o lo que llamamos el “eje comunitario”, para que las personas no se tengan que desplazar y el servicio se encuentre lo más cerca posible a su domicilio.

Es por ello que en Acción contra el Hambre hemos definido nuestro marco de trabajo en salud basado en una teoría del cambio que busca mejorar el bienestar y la calidad de vida de las personas mediante la optimización de las condiciones sociales, el respeto a las diversidades culturales y la promoción de un entorno ambiental favorable. Los resultados esperados incluyen la capacidad de resiliencia de los sistemas de salud, la cobertura de servicios básicos, las oportunidades para desarrollar estilos de vida saludables y la implicación y liderazgo de la comunidad.

Además de abogar por una cobertura médica universal de calidad en todo el mundo, urge también diseñar estrategias enfocadas al bienestar de las personas que, aparte de sostenibles, sean transversales. Integrar los servicios de nutrición y agua y saneamiento dentro de las prestaciones en salud es la asignatura en la que trabajamos desde hace años. Formamos parte del Community Management of Acute Malnutrition (CMAM por sus siglas en inglés) y, como tal, uno de nuestros retos prioritarios es que la nutrición se incorpore dentro de las estructuras de salud. La gestión comunitaria de la desnutrición aguda promueve que los niños y niñas puedan ser tratados en sus domicilios y se proporcione atención hospitalaria solo en los casos más complicados.

Y todo esto pasa por implicar también a las comunidades e interactuar con ellas en el proceso, pero sobre todo en las soluciones para tener acceso a servicios integrales de salud, mejorando su participación y liderazgo en la toma de decisiones. La comunidad mejor organizada se podrá implicar en la demanda y en la provisión de servicios adaptados a sus necesidades y realidades. En Centroamérica, por ejemplo, hemos mejorado el estado nutricional y las oportunidades de desarrollo de las personas involucrando a la comunidad y a jóvenes en acciones de cambio social y de comportamiento, con el objetivo no solo de mejorar la salud y la nutrición, sino también empoderar a las personas para que se conviertan en agentes de cambio en sus propias comunidades. Además, contamos con un programa de desarrollo de capacidades para jóvenes, que abarca capacitación técnica y educación financiera para mejorar su toma de decisiones y sus ingresos.

Si queremos aportar soluciones integrales al problema de la salud, hemos de construir además sistemas que aumenten la resiliencia de la población ante el cambio climático

En este sentido, en 2024 se publicaron unos nuevos protocolos de la OMS en relación al tratamiento de la desnutrición aguda severa, y tenemos el orgullo de haber sido uno de los actores que más han contribuido a una de sus recomendaciones: que los agentes de salud comunitarios sean incorporados dentro del sistema de salud y provean el servicio de tratamiento nutricional para los casos no complicados, lo que mejora sustancialmente la cobertura.

Las intervenciones destinadas a mejorar la salud no deben ceñirse únicamente al sector sanitario –algo indispensable–, sino ampliar su radio de acción para permear otros ámbitos estrechamente relacionados, como el político, el medioambiental, el agroalimentario o el educativo. Ante este gran reto, que perseguimos sin descanso en Acción contra el Hambre, nos encontramos con múltiples obstáculos que sortear en el camino: las trabas a la financiación, la dificultad del acceso humanitario e incluso que el personal de la salud sea objetivo de ataques de diversa índole.

Pero solo si mejoramos las condiciones sociales, el respeto a la diversidad cultural y promocionamos un entorno ambiental favorable, entre otras cuestiones, conseguiremos fomentar el desarrollo integral de las personas y de su entorno. Si queremos aportar soluciones integrales al problema de la salud, hemos de construir además sistemas que aumenten la resiliencia de la población ante el cambio climático y protejan el medio ambiente, cuyo deterioro expone de forma creciente a la población a padecer desnutrición y problemas de salud. Además, debemos dirigir nuestros esfuerzos a promover estilos de vida saludables, sobre todo, entre la población más vulnerable.


Antonio Vargas es responsable del departamento de Salud y Nutrición en Acción contra el Hambre