"Si en algún lugar del mundo tenía sentido el único museo dedicado a la censura y el arte prohibido es Cataluña, un país baluarte de defensa de libertad de expresión, de la libertad creativa y de pensamiento", afirmaba Pere Aragonès en la inauguración del Museo del Arte Prohibido, un nuevo centro creado en base a la colección del productor –socio hasta ayer mismo de Jaume Roures en Mediapro– y coleccionista Tatxo Benet. El impulsor del nuevo museo negó este martes ante la prensa intención política alguna en la compra de la obra de Santiago Sierra Presos políticos, censurada en la feria ARCO de 2018 precisamente por su toma de posición política, puesto que se trataba de una instalación con fotografías de los líderes independentistas procesados por el Tribunal Supremo. La inauguración de su museo, con la presencia de Aragonès y sus antecesores en la presidencia de la Generalitat, Quim Torra y Artur Mas, o la líder de Junts, Laura Borràs, parecía desmentirlo.
"Hice algo muy normal, comprar obra en una feria de arte", se defendía Benet, explicando que compró la obra "antes de que la censuraran" y que su autor fue nada menos que Premio Nacional de Artes Plásticas. Pero en "la reacción en Madrid y Barcelona" por la compra "se mezcló mi ideología y se dijeron muchas cosas".
Barcelona se describió en la prensa catalana como una "sociedad ultra-liberal" en materia cultural, mientras se presentaba Madrid como quintaesencia de la represión. "Las cosas no son tan blanco y negro" concluye Benet. Sin embargo, de ahí nace el interés por el arte censurado, algo que para Benet ya forma parte de la obra misma. Y comienza la compra de obras de Warhol, Gustav Klimt, Pablo Picasso o incluso Francisco de Goya con un único hilo conductor: haber sido víctimas de la censura, o auto-censura, en algún momento de su particular historia.
Franco y Sadam
Como la impresionante Shark del checo David Černý, una figura del dictador Sadam Hussein en tamaño natural sumergida en una piscina, evocando a su vez la obra de Damien Hirst. La exhibición programada de esta pieza en un museo en Middelkerke, Bélgica, a principios de 2006, fue finalmente cancelada por el ayuntamiento de la ciudad por temor a "que ciertos grupos de población encontraran la obra demasiado provocativa".
No es único dictador con el que se encontrará el visitante del Museo del Arte Prohibido. Frente a Sadam se encuentra Francisco Franco metido en una nevera por obra y gracia del escultor Eugenio Marino para su Always Franco, o el retrato de Mao, obra de Andy Warhol. En 2013 las autoridades chinas prohibieron su exhibición en una exposición de obras del icónico rey del arte pop.
Religión y censura
Y junto a la política, por supuesto, la religión como foco de conflicto y censura. La católica en primer plano, con la parodia de un Cristo crucificado customizado con los colores de McDonals, el McJesus de Jani Leinonen que provocó protestas violentas de la comunidad cristiana de Haifa (Israel). O la fotografía de Rachel Welch crucificada, que Terry O'Neill y la propia actriz descartaron publicar en 1966 por miedo a la reacción.
Mucho menos explícita, pero más provocativa, la obra de Zoulikha Bouabdellah Silence Rouge et Bleu. Una instalación que evoca la negación de la feminidad en el Islam, y que fue retirada de una exposición de Clichy (Francia) a petición de la federación de asociaciones musulmanas. Hacía poco que habían tenido lugar los atentados de Charlie Hebdo.
Así hasta un total de 42 piezas, de las más de 200 atesoradas por Benet, componen esta primera exposición. Entre ellas destacan también Filippo Strozzi in lego, del artista chino Ai Weiwei; Cartel de Roland Garros, de Miquel Barceló; La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari, y Smiling Copper, de Bansky.
Institución necesaria
Ubicado en la céntrica casa Garriga Nogués, del arquitecto Enric Sagnier, en sus 2.000 metros cuadrados se exhibirán obras que han sido "apartadas del diálogo con la sociedad, que es el principal objetivo de la obra artística", explica la directora del museo, Rosa Rodríguez. El nuevo espacio buscará "amplificar voces, generar relatos", con un programa expositivo continuado y que irá variando cada doce, quince meses, para poder mostrar todas las piezas de la colección.
Para el comisario artístico de la exposición, Carles Guerra, se trata de "una institución muy necesaria", pese a reconocer que al principio era escéptico con la idea de que la censura podía centrar un museo. Un centro que a su juicio deberá "continuar trabajando en un futuro inmediato, atentos a las nuevas formas de censura, porque es difícil imaginar un mundo sin ella, sin sus espectaculares transformaciones".
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