Los esfuerzos de las autoridades madrileñas por dotar a la capital de una identidad propia han conseguido algunos de sus objetivos con el paso de los años. A pesar de que los residentes que dominan el baile típico no deben pasar del millar, y casi ninguno baja de la cincuentena, las grandes citas castizas de la capital con sus vecinos –San Isidro y las verbenas encadenadas de mitad de agosto protagonizadas por San Lorenzo, San Cayetano y La Paloma– no dejan de sumar acólitos a sus filas. Ambos acontecimientos reciben en sus respectivos escenarios a miles de visitantes que van ataviados, la mayoría de ellos, con al menos alguna prenda del que parece ser el traje típico de Madrid. Mientras ellos lucen parpusa y chaleco, a ellas no les falta el clavel y el pañuelo; y algunas, las más chulas, se atreven con el vestido chiné completo. ¿Pero cuál es el origen de esta vestimenta? ¿Tiene categoría de traje regional? ¿Llegó a ser parte alguna vez de la indumentaria de los vecinos de la Villa y Corte?
El Independiente ha consultado con los expertos del Museo del Traje y a pesar de que en la Comunidad de Madrid sí existen trajes regionales, como los castellanos que aún visten en las fiestas de algunas localidades serranas como El Escorial o Miraflores de la Sierra, en el caso del traje chulapo, y a falta de un origen documentado, todo apunta a la suma de una serie de factores que ha llevado a los madrileños, desde bien pequeños en el caso de las nuevas generaciones, a vestir un atuendo que ninguno de sus ascendientes vistió en las calles de Madrid y que a ningún gato de la ciudad ha heredado de sus mayores.
El origen: la Zarzuela
La popularización de estas vestimentas está estrechamente relacionada con el momento de mayor esplendor de la Zarzuela, en la segunda mitad del siglo XIX. Este género lírico, único en España y nacido en Madrid, retrata en sus números los personajes y costumbres de la época. Entre el catálogo zarzuelero destacan La verbena de la Paloma, Agua, azucarillos y aguardiente, La Revoltosa, Doña Francisquita y La Chulapona, entre otras, que fueron, y aún son, absolutos éxitos de crítica y público.
Había que vestir a las voces de las zarzuelas. Para las mujeres se impuso una mezcla de la moda del momento
De tema madrileño, su trama se desarrolla en los barrios populares de la capital usando tono castizo y expresiones chelis. Símbolos de identidad nacional, había que vestir a las voces que representaban los libretos de Ricardo de la Vega, Miguel Ramos Carrión, los hermanos Fernández-Shaw… Para las mujeres se impuso una mezcla de la moda del momento –el vestido modernista de talle ajustado, volante a los pies y mangas de farol en tejido chiné, es decir, de mezclilla con dibujos y colores combinados– con influencias del vestido escénico español por excelencia: el traje flamenco. Para los hombres se eligió un traje de corte clásico, chaqueta de chaqué, chaleco de piqué, plastrón y chistera o bombín para los personajes más formales, como Don Hilarión, y para los más chulos, en tejido de “pata de gallo” en blanco y negro que venía de Inglaterra y le daba el toque chipén, chaleco, gorra -parpusa en argot- y pañuelo blanco al cuello.
El mantón de Manila
Otro de los elementos característicos de la estampa chulapa de ellas es el mantón de la Chi-na-na, que dicen en La Verbena de la Paloma a ritmo de seguidillas. Originarios del país asiático como artesanía tradicional de seda bordada para colchas y colgaduras usadas en la decoración de interiores, “cuando estas piezas llegaron a nuestro país se convirtieron en prendas de indumentaria, añadiéndoles los característicos flecos realizados con hilos de seda retorcida para enriquecerlos” indican desde el Museo del Romanticismo, donde conservan varias piezas de mediados del XIX.
Por tanto, el mantón sería otra incorporación al traje de chulapa ejemplo de la influencia de la moda burguesa en los trajes populares. Desplazado poco después entre las aristócratas por los chales de Cachemira, de moda entonces en la capital francesa, el mantón quedó relegado a las clases populares, tal y como reflejan algunas de las obras de los pintores más representativos de la época como Joaquín Sorolla, Anglada Camarasa, Ramón Casas o Julio Romero de Torres.
El mantón fue otra incorporación al traje de chulapa ejemplo de la influencia de la moda burguesa en los trajes populares
Por su parte, Benito Pérez Galdós también recoge en Fortunata y Jacinta que ya en 1885 “[…] la sociedad española empezaba a presumir de seria; es decir, a vestirse lúgubremente, y el alegre imperio de los colorines se derrumbaba de un modo indudable. Como se habían ido las capas rojas, se fueron los pañuelos de Manila. La aristocracia los cedía con desdén a la clase media, y ésta, que también quería ser aristócrata, entregábanlos al pueblo, último y fiel adepto de los matices vivos […]”.
La aceptación fue tal que, a partir del último cuarto del siglo XIX, la prenda se comenzó a confeccionar en España, cambiando las decoraciones de lotos y pavos reales por motivos autóctonos, como las rosas. Esos modelos son los que hoy en día lucen las chulapas, bien de fabricación nacional o venidos paradójicamente de nuevo de China con una factura industrial más modesta. Las afortunadas que tienen pareja de baile los usan también para adornar los lentos giros que implica el chotis y disimular, de alguna manera, el movimiento de tracción que la chulapa tiene que hacer para conseguir que su pareja ejecute los torcis y demás giros del baile.
En Madrid actualmente la mayoría de los que quieren lucir de chulapos con trajes de confección tienen que acudir a tiendas especializadas en disfraces, pero los madrileños no van disfrazados sino vestidos como manda la tradición, aunque sea una tradición un poco zarzuelera.
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