En noviembre de 2021, después de dos años de obras, finalizaron los trabajos de remodelación de la Plaza de España de Madrid y sus aledaños. El proyecto y su ejecución, que costaron alrededor de 70 millones de euros, suscitaron un consenso poco habitual en la política municipal madrileña. Iniciativa del consistorio de Manuela Carmena aprobada en 2017, fue ejecutada por su sucesor, el popular José Luis Martínez-Almeida. La reforma restauró una serie de espacios urbanos degradados y condicionados por el intenso tráfico rodado de la calle Bailén y la salida de Madrid por la Cuesta de San Vicente. Conectó peatonalmente Gran Vía con el Templo de Debod, los recuperados Jardines de Sabatini y la Plaza de Oriente. Desde entonces, la constante afluencia de madrileños y visitantes demuestra el éxito de una operación defendida por dos ayuntamientos de signo político bien distinto.
Es probable que a quien hoy visite la amplia plaza pública circular ubicada en la zona más cercana a Gran Vía le cueste reconocer la sofisticada propuesta de los arquitectos del proyecto –Fernando Porras-Isla, Lorenzo Fernández-Ordoñez y Aránzazu La Casta, coautores asimismo de la remodelación de Madrid Río–. Una pista de hielo, un biergarten de inspiración bávara y un mercadillo navideño ocupan el espacio de manera un tanto desordenada. Un gran cono de luz y metal que remeda un árbol de navidad entorpece la circulación de los peatones, y un enorme contenedor naval de mercancías aparece encajado entre la futura cafetería del conjunto y un parterre, bloqueando uno de los pasos hacia la calle Martín de los Heros. Alrededor, unas lonas de camuflaje militar tratan de tapar sin éxito varias casetas de obra, inodoros portátiles y otras instalaciones.
Entre establecimientos de temática navideña –o no–, la popular chocolatería San Ginés cuenta con una sucursal provisional en la que ofrece –y fríe– sus conocidos churros. Más abajo, en la nueva zona peatonal construida sobre el túnel de Bailén, una de las enormes bolas luminosas que han brotado en las últimas navidades en la capital se cruza en el camino de quienes recorren el trayecto entre la plaza de Oriente y el Parque del Oeste, eclipsando la delicada fuente-escultura de Blanca Muñoz instalada ante la vieja puerta de los Jardines de Sabatini.
El mercado, la pista y el biergarten de La Navideña, así se llama la instalación, ocupa la plaza por tercer año consecutivo. En 2021, el mismo año de su inauguración, la Junta de Distrito de Moncloa-Aravaca cobró a la empresa Forter Unicorp un canon de 56.000 euros por el alquiler del espacio durante 45 días. La Junta no ha respondido a las peticiones de información de este periódico sobre los números de la adjudicación del mercado navideño de este año. La misma empresa organiza también desde 2021 en la explanada un aparatoso cine de verano llamado La Estival.
Fernando Porras-Isla, uno de los arquitectos de la reforma, atiende la llamada de El Independiente para conocer sus impresiones sobre el uso de la plaza. "El espacio público no es para cualquier cosa", comienza diciendo, antes de explicar el sentido originario de ubicar una gran explanada circular como remate del eje comercial de Gran Vía: reforzar y proteger la estructura del aparcamiento subterráneo y ofrecer un espacio público que permitiera la celebración de eventos y acontecimientos de carácter cívico. Otra cosa es "que se mercantilice el espacio", que es lo que a juicio de Porras-Isla se ha hecho hasta ahora. La plaza está cerca de la mitad del año alquilada para usos varios. "Otra cosa sería que se cediera para la celebración de actividades ciudadanas o que estuviera a disposición de los vecinos", matiza el arquitecto, que es partidario de que el uso del espacio público sea siempre gratuito.
Un problema de calidad
Más allá de esta cuestión doctrinal, que atañe a infinidad de plazas de Madrid y de otras muchas ciudades de España, Porras-Isla señala el problema de "la calidad de las instalaciones". El profesor de la Universidad Europea cree que este tipo de ocupaciones "no se pueden hacer de cualquier manera" y lamenta la falta de "un proyecto bien hecho". Lo que ve cada vez que va a la plaza, y lo hace con frecuencia, es "una acumulación de elementos de bajo coste sin pensar en su disposición. Hay una falta de exigencia en la calidad de instalaciones como mercadillos". Aunque hay excepciones, este tipo de intervenciones "habitualmente adolecen de una toma en consideración seria de que el espacio público no es para cualquier cosa", insiste. Tampoco se tienen en cuenta, a su juicio, aspectos como el cuidado de la plaza y la limpieza y el mantenimiento posterior de parterres y elementos.
¿Por qué un Ayuntamiento que saca adelante por consenso una obra ciertamente refinada decide maltratarla tras su finalización durante cerca de la mitad del año? "El Ayuntamiento no es un bloque uniforme y unitario", explica Porras-Isla. "La obra la realiza la Concejalía de Obras, donde me consta que existe una conciencia del espacio público. Pero una vez se entrega, pasa a estar bajo jurisdicción de la junta de distrito correspondiente".
Un "corralito incoherente, improvisado y banal"
"Ese feo mercadillo supone la mercantilización del espacio público de día, con peligrosas aglomeraciones en las horas punta y una suciedad resultante que deja la plaza hecha un desastre, y su privatización de noche, pues se cierra el recinto hurtándoselo a los peatones, por ejemplo a los paseadores de mascotas", opina el periodista Andrés Rubio, autor del libro de 2022 España fea. A su juicio, "las ordinarias casetas reflejan el nulo amor por la arquitectura del actual alcalde y su poco profesional concejal de urbanismo. De tener que hacerse un mercadillo así, debería haberse convocado un concurso de ideas independiente y abierto para que los arquitectos y arquitectas amantes de Madrid mostraran su probada creatividad. En vez de eso, han colocado ahí una especie de corralito incoherente, improvisado y banal sin cualidad arquitectónica alguna".
De vuelta a Porras-Isla, más prudente, y que ha entregado recientemente la reforma de la avenida del General Perón, nunca deja de ir a los lugares en los que ha intervenido. Le gusta ver cómo se usan y enseñarlo a gente de aquí o que viene de todo el mundo a verlos. "Sería magnífico que el programa de actividades estuviera restringido a x días al año" y que la plaza fuera "el lugar de concordia y de paso agradable" del proyecto original. Pero un año más se impone una idea de las fiestas navideñas inspirada torpemente en el ideal norteuropeo de nieve, trineos y casetas de madera. "El mundo mediterráneo traslada de manera burda" la "delicadeza" con que la navidad se celebra en el mundo nórdico, subraya el arquitecto. En España, "la navidad es un desastre", concluye.
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