Manuel Marchena (Gran Canaria, 1959) es ese magistrado que siempre está rodeado. En cada acto en el que aparece, en cada comida a la que va, el juez es un líder nato y eso se nota. Se lo ha ganado a pulso, dicen quienes le conocen y trabajan codo a codo con él. Marchena deja la presidencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo este jueves, pero no dejará de ser una de las voces más autorizadas del Derecho Penal.

"Los 10 años de Manuel Marchena al frente de la presidencia han sido los más difíciles en el recorrido histórico de esta Sala del Tribunal Supremo por las connotaciones que han existido en cuanto a los procedimientos que se han tenido que resolver", afirma uno de los togados más veteranos. "Y por las presiones que se han recibido en la judicatura, lo que ha hecho que sea una etapa difícil, pero que ha sido llevada por Marchena con la categoría y prestancia que le caracterizan por su excelente saber estar", refleja.

No hay una sola voz dentro del órgano que vela por la jurisprudencia que se atreva a refutar la calidad jurídica de quien ha llevado la batuta de la Sala Segunda desde septiembre de 2014. El canario fue nombrado jefe de la Secretaría Técnica de la Fiscalía General en la época de Jesús Cardenal y en 2007 se convirtió en magistrado del Supremo por turno reservado de jurista de reconocida competencia. Cerca de dos décadas en el órgano desde el que tiene una panorámica total de la historia y desde el que ha tejido relaciones a izquierda y a derecha que le han colocado en un lugar de innegable influencia.

"A las personas se les valora sobre todo cuando han dejado de ocupar los cargos que han tenido en su actividad profesional, pero en el caso de Marchena la historia demostrará las dificultades que tuvo que afrontar", agrega otro magistrado. Bajo su ascendencia han trabajado 16 magistrados en los últimos 10 años con los que el presidente ha querido labrar "un auténtico equipo". Los esfuerzos por conseguir acercar posturas una y otra vez han sido ímprobos y sólo conociendo el trabajo previo que él hacía con unos y con otros se puede entender la capacidad de una Sala tan mediática para llegar a consensos.

"Destacaría de él, aparte de sus virtudes jurídicas, que esas son incuestionables, su talante personal. Talante para aglutinar a todos los compañeros, con dotes de organización y de armonía", repone otro togado. "Marchena tiene la virtud de unir y de encauzar a una Sala especialmente complicada, no solamente por las diversas posiciones personales, sino también (hay que decirlo) por los egos de sus protagonistas", apostillan.

Y lo hace siempre con "fina ironía". "Conoce a todo el mundo, aunque hace la broma de estar despistado interpelando a los compañeros de la Sala con la frase: '¿Tú cómo te llamabas?'", cuenta uno de sus compañeros.

A lo largo de esta década Marchena ha tenido las costuras prietas en una gran cantidad de asuntos tan trascendentes como la Ley del 'Solo sí es sí' o el procés, cuyo juicio lo hizo saltar a la fama e integrarse en camisetas de fans o colarse en las conversaciones de muchas casas. De hecho, el magistrado cuenta cómo le hizo especial ilusión que una estudiante de oposiciones le confesara que tenía un cuadro de él al que le recitaba todos los días el temario.

"Cuando la cuestión lo merecía se convocaban plenos para decidir y votar los asuntos más complicados, dando seguridad jurídica a las decisiones de la Sala", relatan. A pesar de que muchos lo sitúan en la periferia del PP, quienes le conocen bien saben que no se casa con nadie. Nunca ha admitido una querella contra ningún miembro del Gobierno por la gestión del Covid, por ejemplo, o por la fuga de Carles Puigdemont de Barcelona. "Siempre busca que la posición de la Sala equilibre las distintas perspectivas interpretativas de todos y que la interpretación sirva de guía a la carrera judicial. Y siempre tiene una anécdota profesional de su pasado que amenizan la deliberación y que rompe asperezas cuando surgen", apuntillan.

Marchena ha podido ser casi todo lo que cualquier jurista soñaría. La presidencia del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) se le escapó en 2018 después de que el senador del PP Ignacio Cosidó dijera que con ese movimiento se aseguraban el control "por detrás" de la Sala Segunda. Luego su nombre ha sonado varias veces más para ocupar un puesto tan sensible y que requiere altas dosis de consenso parlamentario, pero su rechazo la primera vez para salvaguardar su prestigio fue inamovible. “Jamás he concebido el ejercicio de la función jurisdiccional como un instrumento al servicio de una u otra opción política para controlar el desenlace de un proceso penal”, dijo en la carta en la que renunció. Ofertas para salir de la Sala y ocupar sillas en prestigiosos despachos de abogados no ha tenido pocas, pero ha evidenciado la coherencia con su compromiso con el derecho como un servicio público. "Marchena no debería tener una calle, sino una estación de metro", remachan en su Sala.