Hubo un tiempo en que arañarse con un rosal podía significar la muerte. Si las bacterias llegaban a la sangre estabas perdido. El descubrimiento de los antibióticos cambió este destino fatal. Con el nuevo arma los humanos empezamos a ganar la lucha contra las bacterias en la que estamos sumidos desde los albores de la historia. Tras pocas décadas de sumisión, los microbios están volviendo a tomar la delantera. Están aprendiendo a defenderse de estos fármacos a la velocidad del rayo. La misma a la que los consumimos sin necesitarlos. A través del mal uso y abuso, la humanidad está tirando a la basura uno de los avances médicos que más vidas ha salvado.
Ese pasado oscuro está regresando. Han aparecido superbacterias, resistentes a los fármacos más potentes del arsenal actual. Hoy no es raro que un chaval muera por una pequeña herida mal cuidada. “O que una simple infección de orina mate por sepsis”, explica a El Independiente el microbiólogo Rafael Cantón, presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC).
“Estamos retrocediendo a la época previa a Flemming, sin antibióticos con los que tratar infecciones”, se lamenta el infectólogo José Miguel Cisneros, del Hospital Universitario Virgen del Rocío. Las cifras han ido aumentando progresivamente, con discreción, hasta adquirir dimensiones muy preocupantes. Al año se estima que las bacterias resistentes a los antibióticos están causando 25.000 muertes en Europa y 700.000 en el mundo, según la ONU, que hace unas semanas lanzaba su enésima llamada a la acción.
Si no se frena la tendencia la medicina moderna quedará enterrada. La prospección es desoladora. En 2050 morirían 10 millones de personas al año en el mundo por infecciones bacterianas. Superarían en 1,8 millones las muertes por cáncer. “En las situaciones en las que el sistema inmunitario del paciente es frágil, como una cirugía, un tratamiento de cáncer con quimioterapia o un trasplante ya no servirán los antibióticos de los que disponemos para tratar las infecciones y los pacientes morirán con facilidad”, asegura Cisneros.
La resistencia de las bacterias a los antibióticos también está poniendo en jaque a los sistemas de salud. Suponen 2,5 millones de días de hospitalización extra al año en toda la Unión Europea, con un coste de unos 900 millones de euros. Si las resistencias siguen creciendo, en 2050 menguarían el producto interior bruto mundial alrededor de un 3%. “No son pocas las personas que antes podían tratarse una infección en casa con pastillas que hoy tienen que ser ingresadas durante días para ponerles el antibióticos por vía intravenosa. Las estancias hospitalarias se alargan lo que multiplica el riesgo de nuevas infecciones y el gasto”, apunta Cantón.
El mal uso de los antibióticos explica el aumento de las resistencias. Solo en la primera década del milenio el consumo global de estos fármacos en humanos creció el 40%. España es el país de la Unión Europea en donde más ha aumentado el consumo de estas medicinas. Casi mitad de los españoles cree que los antibióticos sirven para curar la gripe o el resfriado. No es así, esas enfermedades son causadas por virus. También es común la automedicación. Los españoles suelen consumir los restos que hay en el botiquín de prescripciones anteriores sin pasar por el médico.
Los antibióticos matan bacterias atacando alguna de sus funciones esenciales para la vida. Las penicilinas por ejemplo bloquean la síntesis de la pared celular, otros antibióticos evitan que se formen proteínas y también los hay que paralizan la replicación del ADN. Sobreviven las que son capaces de desarrollar estrategias bioquímicas que destruyen el antibiótico. Dan con la fórmula para hacerse inmunes en cuestión de pocas generaciones, es decir, en semanas. Así, en el momento en que se introduce un antibiótico en la práctica clínica, empieza la cuenta atrás de su vida útil. Cuanto más expuestas estén las bacterias al antibiótico antes se harán resistentes. Por eso es fundamental usar el antibiótico idóneo en el momento, la dosis y duración adecuadas.
Para lograrlo los médicos necesitan estar al día. El Ministerio de Sanidad lanzó en 2014 un Plan Estratégico y de Acción para reducir la resistencia a los antibióticos. Incluye programas de formación continuada de los galenos y campañas para informar a la población. Las líneas del plan del Gobierno están tan trazadas como paralizadas. Del dinero para remontar el combate contra las bacterias no hay ni rastro.
El vertido de antibióticos en las aguas y su uso intensivo en ganado para consumo humano también contribuyen a aumentar las resistencias y el contagio directo por carne mal cocinada. España es el país que más antibióticos compra de toda la Unión Europea para uso veterinario, llegando casi a las 3000 toneladas en 2014. También es el país que más ganado cría, con 7000 millones de toneladas, solo por detrás de Alemania.
Casi todos los antibióticos actuales los producen bacterias u hongos que viven en el suelo. Desde su descubrimiento en 1928 hasta ahora se han tomado muestras de terrenos de todo el mundo. Estos microbios presentes en la tierra se aíslan en el laboratorio, se multiplican y se les enfrenta a bacterias patógenas. Para defenderse segregan sustancias que los científicos recogen para averiguar su potencial terapéutico. Las compañías farmacéuticas han analizado millones de extractos. Unas 10 clases han llegado al mercado.
La época dorada de los antibióticos se prolongó hasta los años sesenta. A partir de entonces los descubrimientos cayeron en picado; la naturaleza dejó de regalarnos bactericidas. Agotada la tierra, los expertos recolectan ahora en lugares extremos, como la fosa de las Marianas, de 10 kilómetros de profundidad en el Océano Pacífico, o el desierto de Namibia. En las profundidades del mar de Japón se ha hallado la bacteria Verrucosispora maris, que produce una molécula que funciona contra la tuberculosis multirresistente y las cepas imbatibles de estafilococo dorado (Staphylococcus aureus).
Este último microbio produce un sin fin de infecciones hospitalarias. Está presente en equipos de hospital o de manera natural en las fosas nasales y en la misma piel del enfermo. Cuando está sano no produce ningún daño, pero cuando penetra en un tejido interno por una cirugía y el paciente está con las defensas bajas produce infecciones muy difíciles de curar. Esta bacteria dejó de ser sensible a las penicilinas habituales hace décadas y ahora es muy letal. “Ha salido de los hospitales y ataca a niños en guarderías, parques, piscinas... lugares con gran afluencia de personas”, relata Daniel López.
Él trabaja en el Centro Nacional de Biotecnología, en la Universidad Autónoma de Madrid. Junto a su equipo ha creado cinco moléculas prometedoras, que están probando en ratones. “Modificamos el chasis de moléculas antibióticas tradicionales y seleccionamos las que acaban con las bacterias”, explica. Para agilizar y ahorrar, la tendencia científica actual es diseñar nuevos antibióticos sintéticos que sorprendan a las bacterias. “Es menos aventurero que viajar en busca de nuevas tierras o recolectar del fondo del mar pero más barato y eficaz”, comenta. Llegados a este punto, las prisas son buenas. Encontrar nuevas armas contra las bacterias es determinante para ganar la milenaria batalla.
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