Caen en redes de pesca cuando bucean por las aguas cálidas del Mediterráneo valenciano. A la velocidad del rayo son arrastradas hasta las profundidades y luego con violencia de regreso a la superficie. Un viaje demasiado rápido para sus pulmones. Exhaustas y a punto de reventar llegan a la cubierta del barco. Si regresan al mar, morirán. Los pescadores saben dónde llevarlas para su salvación: al Oceanogràfic.
"Esta la trajo un pescador que estaba faenando con un trasmallo", cuenta a El Independiente Daniel García, director técnico veterinario del mayor acuario de Europa. Allí recuperan a animales marinos heridos como la joven tortuga boba (Caretta caretta) que yace sobre la mesa de aluminio de uno de los laboratorios del Área de Recuperación y Conservación de Animales del Mar (ARCA).
Aquí examinan a las tortugas, que a menudo llegan con anzuelos clavados, las aletas rotas por una colisión con alguna embarcación de recreo o con el estómago lleno de plástico, que a veces confunden con medusas, uno de sus principales alimentos. "Las tortugas son animales resistentes, pueden sobrevivir con dos aletas, siempre que estén en diagonal", explica con admiración. Con una lesión así los cetáceos están sentenciados a muerte. Han recuperado más de 280 tortugas bobas, verdes (Chelonia mydas) –las más abundantes del Mediterráneo- y laúd (Dermochelys coriacea) -aparecen esporádicamente por este mar-.
García coloca una máscara sobre la cabeza de la tortuga para comprobar si respira bien. Llegó hace unas semanas con signos de síndrome descompresivo, similar a la embolia gaseosa que sufren los buzos cuando ascienden a la superficie de forma brusca y descontrolada. Este veterinario y su equipo han descubierto que las tortugas marinas, a pesar de estar adaptadas a los rigores del mar, pueden padecer este grave trastorno. Hasta entonces se asumía que estos quelonios podían gestionar la situación satisfactoriamente. "Las tortugas sí son capaces de subir a la superficie rápido, sin consecuencias, pero se descompensan con el estrés y la agitación cuando quedan atrapadas en las redes de pesca", explica García.
Se hicieron eco de los primeros casos en 2012. "Es un descubrimiento pionero: la primera vez que se observa algo así en un vertebrado buceador no humano", subraya Michael Moore, director del Centro de Mamíferos Marino del Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI), que ha participado en la investigación.
Dos años después presentaron sus hallazgos ante la comunidad científica. La repercusión en las cuotas de capturas no se hizo esperar. "En Estados Unidos se hizo una modificación de la ley de pesca en base a ese descubrimiento", explica. "Ahora sabemos que el impacto de la pesca sobre las tortugas es muy superior. Sería necesario revisar las estimaciones del impacto de las pesquerías sobre las poblaciones de tortugas marinas a nivel mundial", asegura el experto.
Al igual que sucede con los submarinistas, el nitrógeno contenido en el aire que respiran las tortugas pasa a la sangre en forma de microburbujas. Estas burbujas son inofensivas si son pocas y pequeñas ya que pueden ser filtradas por los pulmones y exhaladas al exterior. Las complicaciones se producen cuando son demasiadas. Terminan en la sangre e invaden los tejidos. Durante el ascenso rápido estas burbujas se expanden al disminuir de la presión y pueden obstruir vasos sanguíneos y deteriorar órganos.
Lo habitual es que tras unas horas en la cubierta de los barcos los animales recuperen el aliento y los pescadores tienden a devolverlas al mar. Pero sólo están bien en apariencia. Pueden morir a las pocas horas. Ya no lo hacen tras el hallazgo de los científicos del Oceanogràfic. Llaman al Servicio de Emergencias 112, que recoge el animal y lo traslada ARCA.
Para volver a comprimir las burbujas acumuladas en el interior de las tortugas y que el organismo pueda eliminarlas usan una cámara hiperbárica. Es pequeña, con el tamaño preciso para una tortuga. En su interior la presión es alta. "Permanecen ahí dentro 10 o 12 horas, sin agua", explica García. "Nos la cedió el Hospital General de Valencia, donde la usaban para investigación con animales", indica.
El reptil golpea con sus enormes aletas el cajón en el que reposa con una fuerza insospechada. Está recuperada tras su paso por la cámara hiperbárica. El código 278 pintado sobre su caparazón la identificará para siempre. "Es como su carnet de identidad. A todas las tortugas les ponemos un microchip, una anilla y el código del caparazón antes de regresar al mar", explica García. Pronto volverá, brava, a surcar los mares.
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