Con la activación del artículo 50 a finales de este mes de marzo, Theresa May dejará caer la espada de Damocles que cerca de 130.000 españoles viviendo en el Reino Unido han sentido flotar sobre sus cabezas por la inminente salida del Reino Unido del mercado común (opción que se suele denominar Brexit duro o Hard Brexit). Sin embargo cabe preguntarse cuál es la cabeza que realmente terminará cercenada.
Según las estimaciones del Ministerio de Empleo y Pensiones del Reino Unido, en torno a 5.000 españoles trabajan en el sector científico. Con sus más de 600 miembros, la Sociedad de Científicos Españoles en el Reino Unido (CERU) representa a una gran porción de un colectivo preocupado ante la incertidumbre que el nuevo escenario internacional genera.
Esta preocupación ha llevado a que el 73% de los miembros de CERU hayan cambiado o puedan cambiar sus planes de futuro en los próximos meses debido al Brexit. Los motivos son variados, desde la reducción de derechos laborales y la dificultad de conseguir un permiso de residencia (aproximadamente un 70% de los miembros de CERU no reúnen las condiciones necesarias o desconocen el proceso para conseguir un permiso de residencia en el Reino Unido), hasta el cambio que el Brexit supondrá para el acceso a ayudas europeas a la investigación (ayudas en las que el Reino Unido va en cabeza, sólo por detrás de Alemania). Por ejemplo, entre 2007 y 2013, el Reino Unido recibió 8.800 millones de euros para investigación frente a los 5.400 que aportó.
La reducción en movilidad que tendrá lugar tras el Brexit también afectará negativamente a la investigación en el Reino Unido: En 2015, un 28% de los investigadores de este país eran extranjeros (siendo un 60% de ellos miembros de la UE). Además, el 55% de las publicaciones británicas tiene colaboradores de instituciones extranjeras, y el 60% de éstas pertenecen a países de la UE. Teniendo en cuenta que existe una alta correlación entre la importancia de las publicaciones (el número de veces que otros investigadores las citan) y el número de colaboraciones internacionales que contienen, resulta obvio que la reducción de movilidad de los trabajadores impactará negativamente en la ciencia británica.
Todos estos problemas y la incertidumbre generada puede que tengan como consecuencia una (nueva) fuga de cerebros, esta vez desde el Reino Unido. Obviamente, ésta sería una oportunidad de oro para que el Gobierno Español saliera a la “caza” de talento en esta nueva diáspora en ciernes. Un 60% de nuestros miembros piensa emigrar a otro país de la UE y sólo el 30% tiene claro que volvería a España. Este número no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que el sistema de investigación español no tiene visos de mejorar pronto.
¿Cómo puede el Gobierno atraer ese talento? Si iniciativas como las Proposiciones No de Ley de Ciudadanos y Unidos Podemos para impulsar el pacto por la ciencia y la mejora del sistema de I+D salieran adelante, o se implantaran algunas de las medidas propuestas en el Informe de Recomendaciones que CERU presentó en 2015, España podría convertirse en un atractivo destino científico.
Mientras tanto, ¿qué podemos hacer los 5.000 investigadores que vivimos y trabajamos en el Reino Unido? Ahora mismo, mucho ruido. Proponemos medidas, establecemos colaboraciones con otras asociaciones nacionales e internacionales, informamos a los miembros a través de nuestras plataformas y nos unimos a las manifestaciones que apoyan a la ciencia, como la marcha mundial por la ciencia del 22 de abril en Londres.
Fidel Alfaro Almagro (@NeuroFidelity) es investigador predoctoral en la Universidad de Oxford y miembro del Comité de Política Científica de la Sociedad de Científicos Españoles en el Reino Unido (CERU).
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