Hace 6000 años algún hombre prehistórico decidió que quería galopar contra el viento como un caballo. Llevaba tiempo admirando la fuerza de sus carreras. Agarró sus crines, se aupó a su lomo y sintió el poder de la velocidad. Desde ese momento, los humanos hemos moldeado a estos équidos a nuestro antojo. Poco queda de los caballos ancestrales que brincaban salvajes por las estepas euroasiáticas. Un equipo de científicos ha ahondado en su genoma en busca de las diferencias.
Han analizado el ADN de 14 caballos domados que habitaron las planicies frías del este de Europa hace milenios. Allí es donde se han hallado las evidencias fósiles más antiguas de la domesticación de estos animales. Son del año 3.500 antes de nuestra era. La mayoría en territorios de la actual Kazajistán.
Los investigadores, de 16 universidades liderados por Ludovic Orlando del Museo de Historia Natural de Dinamarca, han tomado muestras a los cadáveres de dos yeguas que vivieron con miembros de la cultura Sintashta hace 4100 años en lo que hoy es la ciudad rusa de Cheliabinsk, al sur de los montes Urales. Estos sapiens del pasado ya usaban carros tirados por caballos en la Edad de Bronce y enterraban a sus compañeros cuadrúpedos con rituales.
También recogieron ADN de otros dos sementales que fueron sacrificados y enterrados en un cementerio de Siberia hace 2700 años y otros 11 machos sepultados en Kazajistán por los escitas hace 2300 años como ofrenda a las tribus aliadas de la tundra. Estos ejemplares quedaron perfectamente conservados en el permafrost hasta nuestros días.
Tras analizar el material genético los científicos han descubierto que los animales fueron criados según las características que más convenían a sus dueños. Los caballos primitivos son bajos y robustos. Los humanos primitivos perpetuaron ejemplares con patas largas, que daban grandes zancadas y les elevaban más alto. Eran muy valorados los buenos en el sprint, es decir, aquellos que tenían la capacidad de recorrer muy rápidamente distancias cortas. Esta virtud está asociada a una mutación que favorece los músculos fibrados, como los que lucen los caballos de carreras hoy en día. Y han averiguado que los équidos de los escitas no trotaban ni andaban con paso ligero de manera natural puesto que no tenían la mutación que les permitiría alternar el paso coordinadamente. Este tipo de paso, de ambladura, es muy apreciado por los jinetes viajeros para recorrer a media velocidad largos caminos.
Con la domesticación aumentó la variedad de colores de los animales. Los caballos prehistóricos son de color pardo con ligeras variaciones según la estación. Los modernos tienen infinidad de tonos: zaino, negro, blanco, crema, con manchas o castaño, entre otros.
Las yeguas que daban abundante leche eran muy apreciadas y terminaron haciéndose predominantes. La cultura botai tomaba leche de yegua como parte habitual de su dieta. Se han hallado en sus poblados vasijas de hace 5.000 años con restos de grasa de leche y ácidos grasos. Es más, desarrollaron toda su economía basándose en el caballo. Tanto es así que ni siquiera cultivaban cereales. Hoy en día, los habitantes de esa zona de Europa siguen tomando leche fermentada, que en idioma kazajo se llama koumiss. En su dieta es una fuente importante de vitaminas y bacterias útiles para la buena salud gastrointestinal.
Cuando el hombre primitivo sometió al caballo y lo montó la historia de la humanidad dio un giro
De los seis animales principales que ha domesticado el hombre -perro, cabra, oveja, vaca, cerdo y caballo- el caballo ha sido el que más ha influido en el desarrollo de la humanidad. Antes de su doma, los habitantes del gélido contienente eran cazadores. Recorrían las inmensas planicies de hierba en busca de imponentes alces, los hoy casi extinguidos antílopes saiga, ciervos rojos y uros, los antepasados de las actuales vacas. El caballo era una presa más, que proporcionaba carne, piel, pelo y huesos.
Con la domesticación todo cambio. Al principio los hombres los usaban como animales de carga y alimento. Requerían pocos cuidados. Habían sobrevivido a la Edad de Hielo, podían soportar tormentas heladas y no necesitaban resguardarse ni una alimentación especial en inverno.
Cuando comenzamos a montarlo la historia de la humanidad dio un giro. Nos hicimos dueños del distancias y comenzamos a recorrer los territorios más rápido de lo que jamás pudimos imaginar. Los caballos salvaban obstáculos con gran soltura, podían cruzar ríos y montañas. Gracias a ello, el contacto con los otros grupos se agilizó y comenzó la imparable expansión de la tecnología, los idiomas, el comercio y la guerra.
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