Fue el primer helicóptero que parecía un helicóptero. Sus hélices le valieron el apodo de Libélula Española. Llegó a tomar forma en plena Guerra Civil. Sin embargo, los avatares de la historia lo condenaron a no volar nunca. Tras él estaba el inventor Federico Cantero Villamil (1874-1946).
Los comienzos del siglo XX están llenos de ingenieros que se lanzaron a la conquista de la tierra, primero, al frente de la expansión del ferrocarril. Luego, del agua, con la hidroelectricidad. Finalmente, los cielos. Agua, tierra y aire; en las tres cosas fue pionero Cantero Villamil, cuya memoria recupera ahora una exposición en el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid.
"A principios del siglo XX y hasta la Guerra Civl, España no era un país de zombis". Hubo un renacer de la cultura científica y técnica española", recuerda a El Independiente el historiador, experto en ingeniería, Álvaro González Cascón. "El problema era que el capital español era muy conservador a la hora de asumir riesgos".
Como recoge este experto en el libro editado con motivo de la Semana de la Ingeniería de Caminos de Madrid, "con apenas 22 años, Cantero Villamil entronca con otros dos grandes inventores de la época: Torres Quevedo (máquina de cálculo) y Juan de la Cierva (autogiro)".
Hacer volar el primer helicóptero fue uno de los caminos más tortuosos de la ingeniería
La historia del helicóptero se entremezcla como las vidas de Cantero Villamil y el inventor del autogiro, De la Cierva. Pero, "si en algo es pionero [Villamil] es en crear el primer banco de rotores fijo" idea que adoptó De la Cierva para sus pruebas. El segundo, todo hay que decirlo, tuvo mucho más dinero
"Mi abuelo estaba fascinado por el aire”, recuerda Isabel Díaz de Aguilar Cantero. Ella, junto a su madre y varios expertos, está al frente del proyecto de recuperación de la memoria y archivo de su abuelo. “Federico seguía las novedades, sobre todo, de Francia, donde se concentraban los avances aeronáuticos. Estaba en la vanguardia de los progresos técnico-científicos en ese campo". El primer vuelo sobre el Canal de la Mancha (1909) le impresionó mucho. Él ya había visitado la Exposición Universal de París de 1900”, añade González Cascón.
En los años diez, la idea del helicóptero es una quimera en la que trabajan varias mentes, en España, en Italia, Argentina o en Francia, entre otros sitios. Cantero Villamil está obsesionado con el problema de la sustentación. Se había comprado varios libros de Gustave Eiffel sobre métodos matemáticos y gráficos sobre dinámicas de fluidos. "En 1910 registró su primera intuición sobre el helicóptero", apunta. El futuro carro volador.
Leyó a Eiffel, se construyó un banco de pruebas en su casa y en 1910 registró su primera aproximación al helicóptero
"Construyó un laboratorio en el patio de su casa”, en Zamora. Como no tenía recursos materiales para armar un prototipo de helicóptero, hizo “algo innovador para la época: un banco de pruebas para rotores". Vendría a ser como los actuales simuladores por ordenador.
"Los resultados los representaba mediante un gráfico: la curva polar del ala o pala, siguiendo el método establecido por Eiffel desde 1910, y convertido en herramienta universal para conocer y comparar el rendimiento aerodinámico”. En Francia o Italia se construían modelos o prototipos completos. Aquí era más difícil.
Registra una pléyade de patentes sobre sistemas de paso, geometría de hélices, rotores en tándem… esto último, de especial importancia porque "se había visto que los prototipos [y modelos de] helicópteros volcaban".
¿Por qué tanta obsesión con el helicóptero en pleno apogeo de los aviones? “Una aeronave de despegue vertical pensó que sería más segura que el aeroplano al no necesitar la velocidad y el espacio libre imprescindibles para elevarse del suelo o tomar tierra”, recoge González Cascón. Por otro lado, los motores de los que se disponía no tenían mucha potencia. Había que aprovechar "la energía del viento".
En 1924 se dirige al aeródromo de Cuatro Vientos, que contaba con un reciente túnel de viento. Contacta con el director de su laboratorio, Emilio Herrera, quien ya trabajaba con De la Cierva. El ingeniero del autogiro estaba a caballo entre Madrid y Londres. Con menos recursos que aquel, Cantero Villamil llega a usar un coche para comprobar el sistema de equilibrado para posarse en el suelo que estaba probando De la Cierva.
Al estallar la guerra, las partes del helicóptero fueron escondidas por casas de Madrid
En puertas de la Guerra, aliado ya con un importante ingeniero aeronáutico, reúne en un nuevo taller de la Calle Padilla los materiales necesarios para dar forma a su helicóptero. Pero el conflicto da al traste con el plan. "Tuvieron que esconder las partes fabricadas y el motor en distintas casas de Madrid capital". Había que evitar que fueran requisadas. Herrera tuvo que exiliarse. Con él viajó parte de la documentación. El helicóptero de Cantero Villamil fue un secreto de guerra hasta que, acabado el conflicto, tomó forma.
Demasiado tarde, eso sí. La Libélula Española, bautizada luego como Libélula Viblandi (acrónimo de Villamil, Blanco y Díaz), era tangible, bella y evocadora. Pero no podía volar.
En 1943 ya tenía el segundo prototipo “que quizás podría haber volado en un lugar como Sevilla, no en Madrid” (a más altitud sobre el mar, más potencia es necesaria. Aquí apenas contó con 120 CV de motor).
El prototipo no pudo avanzar lo suficientemente rápido y Cantero Villamil murió en 1946, justo cuando se estaba interesando por los avances de la energía atómica.
"Sin la guerra, probablemente hubiera desarrollado un helicóptero práctico", como sí hizo Sirkosky, con producción industrial en EEUU y que había resuelto el problema de los mandos. Quizás, en otras circunstancias, hoy nos dirigiríamos a estos aparatos como las libélulas.
Los inventores del Regenaracionismo
Federico Cantero Villamil "representó el ideal del hombre del Regeneracionismo", recuerda su nieta. Ingeniero de caminos con vocación aeronáutica, primero de su promoción, sentó las bases de los grandes saltos de producción hidroeléctrica del Duero. También publicó ensayos sobre economía y viajó cuanto pudo.
Díaz de Aguilar se puso, junto a su madre, descendiente también de Concepción Arenal, a ordenar el contenido de varias cajas encontradas en una vivienda familiar. “El archivo llegó a inundar toda mi casa”, recuerda del tiempo en que empezó a formar grupos “con mero sentido común” a partir de aquellos cerros de papeles y fotos.
"Hay que destacar la faceta de mi abuelo como fotógrafo”. Estudiando ingeniería, su padre le regaló una cámara. En poco tiempo dominó la técnica y llegó a ser el gran cronista visual de la construcción de presas en el Duero, como se ven en la exposición del CICCPM.
Aliada con el catedrático de helicópteros José Luis López Ruiz y el ingeniero industrial Pedro Duarte, Díaz de Aguilar dio forma a aquel guirigay de papeles que resultaron ser una joya.
Hoy, parte de los mismos, se pueden consultar en una biografía publicada en 2006 por Federico Suárez Caballero: Crónica de una voluntad (Editorial Arts&Press).
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