Se han observado tanto en Europa (Laboratorio VIRGO, en Italia) como en América (LIGO, en Estados Unidos). Responden al cataclismo de la fusión de dos agujeros negros que debieron de unirse hace dos millones de años. Tan lejos, que sus ecos nos llegan ahora en forma de pliegues del espacio-tiempo llamados ondas gravitacionales.
Es la cuarta vez que los humanos percibimos este rumor del pasado lejanísimo y que nos da pistas de cómo era y se formó el universo, entre otras muchas cosas que aún nos ocultan los agujeros negros.
¿Qué son las ondas gravitacionales?
El 29 de mayo se cumplían 98 años del primer experimento que constató que aquellas "locuras" que estaban tan bellamente descritas en las fórmulas einsteinianas eran ciertas. Comprobar la desviación de la luz era relativamente fácil. Comprobar que se pliega el espacio-tiempo, no. Murió sin confirmarlo. Ahora, gracias a manojos kilométricos de láser podemos saber que la tierra se deforma ante una onda gravitacional, haciendo que la luz llegue un poquito más tarde de lo previsto a un punto determinado.
El observatorio de VIRGO, cerca de Pisa, ha estado buscando ondas en el tejido del espacio-tiempo desde 2007. Pero en los últimos años ha estado en obras, por lo que no ha podido corroborar las tres detecciones anteriores hechas por su compañero americano. Ahora estamos un poco más seguros de que Einstein tenía razón hace más de un siglo.
El físico aleman previó en su Teoría de la Relatividad que ante fenómenos en donde se libera gran cantidad de energía, como la unión de agujeros negros, la gravedad (deformaciones del espacio-tiempo) se propaga en forma de ondas que podrían llegar a la velocidad de la luz a lugares lejanísimos del universo.
"Podríamos imaginárnoslas como las ondas que se producen en la superficie del agua al arrojar una piedra”, comparaba en El Independiente el físico, divulgador y youtuber científico Javier Santaolalla. Esos pliegues deforman la mismísima Tierra, aunque a niveles atómicos, tan pequeños que resultan imperceptibles... hasta ahora.
Sheila Rowan de la Universidad de Glasgow, Reino Unido, ha asegurado que el equipo está ahora en el umbral de una nueva comprensión de los agujeros negros.
"En el choque de dos agujeros negros lo importante no es la masa del agujero, sino la masa que se pierde. Esa es la que produce la ondulación" dice Santaolalla. O sea, que parte de la materia se transforma en energía (recordemos, masa y energía, E=m·c². Para Einstein, son las dos caras de la misma moneda: son equivalentes). "En este caso estamos hablando de pérdidas de masas como de varios soles que hacen que el espacio-tiempo se tenga que reajustar".
La onda se ha bautizado como GW170814. Llegó primero a la estación de LIGO en Livingston, Luisiana, como una ondulación en el espacio-tiempo que cambió sutilmente las longitudes relativas de los dos brazos del detector a medida que pasaba, señala la revista Nature.
Tan sólo 8 milisegundos después, la misma ola barrió el segundo detector de LIGO en Hanford, Washington, antes de llegar a VIRGO 14 milisegundos más tarde.
Un descubrimiento que valió un Princesa de Asturias
Con tres detectores, los físicos pueden ser más precisos sobre el origen de la onda de lo que era posible antes. Sobre la base del tiempo que los detectores de la Tierra recibieron la señal, los equipos triangularon la ubicación probable de la fuente, reduciéndola a un trozo de cielo que, visto desde la Tierra, tiene aproximadamente 300 veces el tamaño de la Luna llena. Esa región es más de 10 veces más precisa de lo que LIGO ha logrado señalar en sus avistamientos anteriores.
La detección de ondas gravitacionales supuso al equipo de LIGO el premio Princesa de Asturias de Investigación 2017. “Este logro responde a uno de los desafíos más importantes de la física en toda su historia", rezaba la justificación oficial el pasado junio. "El premio reconoce el talento individual y la obra colectiva de más de mil investigadores de un centenar de instituciones de dieciocho países”, explicaba el jurado en el acta.
LIGO y VIRGO se convierten, así, en nuevas ventanas para observar el universo como nunca antes. Hasta ahora, teníamos conocimiento de él a través del espectro eletromagnético: esto incluye la luz (que nos permite ver las estrellas con un telescopio), la radiación ultravioleta, el infrarrojo (que nos aporta datos sobre temperatura) o las microondas (que explican en parte los ecos de los primerísimos momentos del universo). Pero ahora, las ondas gravitacionales son rastros de una naturaleza completamente distinta. Sólo queda poder amplificar esas señales y domesticarlas para que nos cuenten los secretos de nuestra pretérita existencia.
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