Madrid, por lo que más queráis, ¡dadle!". Así rememora el exingeniero de la NASA José Manuel Grandela las instrucciones que desde Estados Unidos sus colegas le dieron para derribar controladamente las 77 toneladas del Skylab, predecesor de la Estación Espacial Internacional. En 1979, casi 40 años antes de que La estación Tiangong-1, fuera de control, amenace deshacerse en pedazos sobre cualquier sitio de la Tierra, el primer laboratorio espacial estaba destinado a la misma incertidumbre o peor. Al final, sus restos cayeron en Australia y le costó a la NASA una caja de cervezas.
Desde 1974, Skylab viajaba solitaria a unos 440 kilómetros de altitud. Aunque hubo planes para reutilizarla, los retrasos en el desarrollo del programa del transbordador espacial dejaron caer y caer lentamente a Skylab hasta un punto en que su órbita decadente era imparable. Además, una llamarada solar había dejado inutilizados la mayoría de sistemas de aquel aparato, que fue el primer Gran Hermano del espacio.
En este podcast, de 2017, charlamos con el excontrolador de la NASA en Fresnedillas José Manuel Grandela, uno de los responsables de derribar el Skylab.
El plan era claro: derribo antes que riesgo, ya que una caída descontrolada podía tener consecuencias impredecibles. No se utilizó un misil, bastaba con "enviarle una serie de instrucciones codificadas, que es lo que hicimos", recuerda Grandela, que estaba entonces en aquella misión en Fresnedillas de la Oliva, en Madrid. Si se enfilaba con intención a Skylab a su entrada en la atmósfera de una determinada manera, se podría destruir por el rozamiento la mayor parte de su estructura, calcinándose sin riesgo en el cielo.
El interés por destruir el Skylab venía también de cierta preocupación después de que sólo un año antes, la nave Cosmos 954 había estallado, esparciendo restos con combustible nuclear, al norte de Canadá. La trayectoria del Skylab, como en el caso de Tiangong-1, sobrevolaba las cabezas del 90% de la población mundial.
En las horas previas a la reentrada, los controladores de la NASA intentaron ajustar la trayectoria y orientación de Skylab hacia un punto a 1.300 km al sur-sureste de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. La operación comenzó el 11 de julio de 1979. Diversos testigos vieron "docenas de bengalas coloridas como fuegos artificiales" cuando algunas de las piezas se descompusieron en el aire a unos 16 km de altitud.
Pero aquello no salió como estaba previsto. El ritmo de destrucción fue más lento. No todo que calcinó y terminó por dejar una ristra de escombros entre las ciudades de Esperance y Rawlinna, en Australia. "Pensaban que no iba a llegar, los restos tendrían que haber caído en el Índico", rememora Grandela.
La ley de aquel país establecía que aquello era suponía una sanción administrativa por contaminación (arrojar escombros de forma descontrolada). Así que impuso una multa a la NASA de 400 dólares. Pronto se convirtieron en objetos de culto mucho más caros, al punto de que el San Francisco Examiner ofreció 10.000 dólares a quien llevase a sus oficinas el primer objeto certificado que proviniese del Skylab, antes de 48h de su caída. Se los llevó un chaval de 17 años, que recogió una veintena de pedazos del jardín de su casa y compró el primer vuelo que pudo a California.
Carter llamó a Australia para disculparse. La multa se saldó con una caja de cervezas.
La multa oficial se saldó de otra manera. "El presidente Carter llamó para disculparse con el jefe del gobierno cuando se enteró de que había caído en suelo australiano. Y él le dijo que aquello se saldaba con una caja de botellas de cervezas", recuerda Grandela.
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