Relacionamos un cerebro grande con mayor inteligencia. Sin ir más lejos, el ser humano, considerada la especie más inteligente del planeta -aunque en algunos casos no lo parezca- tiene una de las proporciones cerebro-masa corporal más alta entre los animales. Ahora bien, ¿qué ventajas supone ser poseedor de una gran sesera?
Esta es una de las preguntas con las que el Dr. Ferran Sayol, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), comenzó su tesis. Para dar respuesta a este interrogante comenzó por comparar el tamaño del cerebro de más de 1900 especies de aves. Tras establecer cuáles tenían un cerebro mayor, reconstruyó el árbol genético de todas ellas y, además, calculó la velocidad a la que habían evolucionado.
El resultado indicó que aquellas aves más inteligentes también son las más diversificadas, lo que significa que son las que más especies han generado. El hecho de que la inteligencia favorezca la aparición de nuevas especies se debe a que aquellos que la poseen son más capaces de acceder a nuevos ambientes y nuevos recursos, por lo que pueden dar lugar a nuevas especies a un ritmo más rápido.
Las especies evolucionan porque los rasgos que las hacen más aptas en el lugar donde viven se seleccionan.
Una mayor inteligencia favorece la resolución de problemas nuevos y, gracias a ello, pueden buscar nuevos recursos si los necesitan. El entorno juega un papel fundamental en la aparición de nuevas especias. “El entorno es determinante, las especies evolucionan porque los rasgos que las hacen más aptas en el lugar donde viven se seleccionan”, explica Sayol. Si el entorno cambia, también lo harán las presiones de selección.
Uno de los ambientes más determinantes en cuanto al tamaño del cerebro son las islas. Intentando averiguar por qué algunos animales han llegado a tener cerebros grandes y otros no, Sayol analizó los datos sobre el entorno en el que vivían cada una de las especies que estudió y llegó a la conclusión de que aquellas que tenían un mayor cerebro también vivían en ambientes más cambiantes. Y el ambiente cambiante por excelencia para este biólogo son las islas.
En estos “laboratorios naturales” que son las islas, aunque el ambiente sea muy estable a lo largo del año, puede haber fenómenos bruscos de un año a otro. “Por ejemplo el Niño, que hace que el ambiente sea más impredecible”, sostiene el investigador. Esto, junto con la tendencia a un ritmo de vida más pausado en las aves isleñas puede haber favorecido la evolución de cerebros grandes en estos lugares, según añade el autor.
Además, en las islas suele haber pocos depredadores, por lo que esta falta de presión también permite que los animales que la habitan tengan una vida más larga y dedicar más años al desarrollo.
Las especies que migran para evitar los cambios estacionales tienen los cerebros mucho más pequeños.
Otros ejemplos de ambientes cambiantes que pueden dar lugar a estos efectos sobre el cerebro son las latitudes altas, ya que ahí tienen lugar los cambios estaciones a lo largo del año y cambios entre distintos años. “En estos sitios también encontramos cerebros más grandes en las especies que están presentes todo el año. En cambio, las especies que migran para evitar los cambios estacionales tienen los cerebros mucho más pequeños”, indica Sayol.
Pero, ¿tener un cerebro más grande es siempre equivalente a una mayor inteligencia? “En las aves, tener un cerebro relativamente grande significa más capacidad para generar comportamientos novedosos a los nuevos retos que plantea el ambiente. A eso se le podría llamar inteligencia”, sostiene el biólogo. En su trabajo, además de analizar el tamaño del cerebro de las aves, Sayol también observó que las áreas cerebrales que más crecen son las llamadas asociativas, que integran las informaciones procedentes del exterior para elaborar una respuesta. “Podemos concluir que tener un cerebro grande significa tener más desarrolladas estas áreas y, entonces, que el tamaño total del cerebro es un buen indicador de inteligencia”.
Aunque cada grupo de animales tiene sus particularidades, el investigador cree que también hayan podido influir los cambios ambientales en la evolución del cerebro. Por ejemplo, en humanos ha podido pasar algo similar que en las aves. “De hecho, parece que en los primeros homínidos algunos cambios ambientales drásticos que ocurrieron en a sabana africana pudieron ser clave para la evolución de un cerebro tan grande como el nuestro”, afirma.
Podemos concluir que el tamaño total del cerebro es un buen indicador de inteligencia.
Que los humanos hayamos sido capaces de habitar todo el planeta, acostumbrándonos a las condiciones tan diversas que tiene, ha sido gracias a la flexibilidad en el comportamiento. Nuestros cerebros nos permiten encontrar las soluciones para sobrevivir en cualquier ambiente, como por ejemplo fabricar abrigos para protegernos del frío. También algunas aves son capaces de crear herramientas: el cuervo de Nueva Caledonia, según explica Sayol, hace unos palitos de cierto tamaño y forma para sacar insectos de las cavidades.
Sayol estudió precisamente las aves porque quería comprender por qué algunas especies precisan de grandes cerebros y otras no. Además, considera importante alejarse de especies similares al Homo sapiens a la hora de estudiar la inteligencia porque así se puede generalizar más sobre qué ambientes favorecen esta cualidad. “Si sólo miramos a los humanos y a sus parientes más próximos quizás estemos sacando conclusiones de una anécdota evolutiva”, sostiene.
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