Hasta la fecha, conocíamos cómo detectar autismo en personas mediante la observación de su comportamiento: por el restringido interés del autista a ciertas actividades
y la dificultad para relacionarse. Y sobre sus causas, únicamente que el autismo podría estar provocado por defectos de expresión o de función en unos 200 genes, pero no el motivo por el que estos genes se desregulan.
Ahora, un equipo internacional de investigadores ha hallado lo que puede estar detrás de la mayoría de casos de trastornos del espectro autista o TEA.
“Esto empezó con el estudio de una enfermedad neurodegenerativa, el modelo de Huntington. Nos encontramos con esto por casualidad. Esto que hemos encontrado se le había escapado a todos”, explica Raúl Méndez, investigador del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona (IRB) y co-líder del estudio.
Había un altísimo porcentaje de genes relacionados con el CPEB4 desregularizados
El equipo tenía la evidencia de que la proteína CPEB4 -encargada de coordinar la expresión de cientos de genes necesarios para la actividad neuronal- podía ser importante en la enfermedad de Huntington. Observaron en ratas con esta enfermedad los genes que regula esta proteína -la CPEB4- y descubrieron que había un "altísimo" porcentaje de genes desregularizados relacionados con el autismo. "Es muy probable que esta proteína tenga algo que ver con el autismo", pensó José Lucas, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED).
"A partir de ahí, nos centramos en el TEA; conseguimos tener muestras de otros pacientes con este trastorno y vimos que, de entre las cuatro CPEB que existen en el cuerpo, solo estaba afectada la 4" detalla Lucas. Las personas con austismo tenían alterada la proteína CPEB4.
Esta evidencia está presente en la mayoría de casos de TEA, pero no en todos. "A menudo los individuos con autismo tienen otros síntomas, malformaciones, epilepsias...otras sintomatologías muy marcadas. En esos casos se sabe cuál es el gen que no funciona correctamente. Son los casos de autismo sindrómico y suponen el 20%. Hay un 80% de los casos en los que lo único que hay es interés restringido del autista a ciertas actividades y dificultad para relacionarse, pero que se desconoce la causa. A ese se le llama autismo idiopático, y es en ese autismo idiopático donde hemos hecho este descubrimiento", explica Lucas.
Sobre la polémica existente que vincula el uso de vacunas con la aparición del trastorno del espectro autista, el investigador recalca que "No está demostrado. Lo que sí que está demostrado es que, con un defecto en la CPEB4, hay relación entre los factores ambientales que alteran el desarrollo del cerebro y los genes de predisposición al autismo, pero no sabemos decir qué factores ambientales específicos pueden ser.
Los investigadores consideran que “este trabajo es un ejemplo de cómo la expresión de cientos de genes tiene que estar perfectamente coordinada para el correcto funcionamiento de los órganos y las células que lo componen. En este caso las neuronas y el cerebro”.
A pesar de la importancia del descubrimiento, nos encontramos -señalan los investigadores- "muy lejos" de alcanzar una cura o solución al trastorno del espectro autista, aunque sí permitirá centrar los futuros estudios en esta dirección.
Estamos muy lejos de encontrar una solución o cura del TEA
"En un cáncer, una proteína que se activa es fácil cargársela. En este caso habría que hacer lo contrario: hacer que funcione bien lo que no funciona bien. Conseguir un estimulante que actúe sobre ello no es sencillo", ejemplifica Méndez. Además, "La intervención tendría que ser antes del nacimiento, ya que el autismo se desarrolla durante el desarrollo embrionario. No parece nada fácil de momento. Existe también la posibilidad corregirlo en el adulto, pero no se corregirían los síntomas porque el cableado neuronal ya está malformado", añade José Lucas.
A falta de cifras oficiales, la Confederación Autismo España señala que el TEA afecta a una de cada 100 personas que nacen en Europa, aunque otros estudios incluso concluyen que la cifra real puede estar en uno de cada 88 nacidos.
El estudio íntegro ha sido publicado en la revista Nature. En él han participado investigadores del CSIC y del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, y han colaborado expertos de la Universidad de California, del Instituto de Biomedicina de Sevilla y de la Universidad del País Vasco, entre otros.
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